Sean Haugh, el repartidor de pizzas que planta cara al bipartidismo en EEUU
Vestido con camisetas desgastadas, se sirve una cerveza y sintetiza frente a una cámara sus ideas. Un tipo normal que habla de inmigración, impuestos...
Sean Haugh no da ruedas de prensa ni inaugura cenas de recaudación. Se dirige a sus seguidores desde el sótano de su amiga Rachel Mills. Vestido con camisetas desgastadas y jerséis raídos, se sirve una pinta de cerveza y sintetiza frente a una pequeña cámara sus ideas políticas. Habla de inmigración, política exterior, impuestos... Sus mensajes, colgados después en YouTube, no están demasiado elaborados ni duran nunca más de cinco minutos. La idea es precisamente esa: presentarse como un tipo normal a quien le gusta charlar de política, utilizando palabras sencillas y tirando de sentido común.
A sus 53 años, Haugh trabaja como repartidor de pizzas y es candidato a ocupar uno de los sillones del Senado estadounidense. Con la mirada puesta en las elecciones legislativas de este invierno, ha conseguido llamar la atención de miles de votantes a través de internet. Se presenta con las siglas del “Libertarian Party” en Carolina del Norte y los sondeos le dan entre el 8 y el 11% de los votos, un porcentaje modesto pero difícil de superar en el país del “bipartidismo perfecto”.
Vídeo: Uno de los vídeos con los queHaugh se dirige a sus seguidores
La historia de Sean Haugh, que ya ha saltado a la portada de diarios como el Washington Post, empieza a preocupar a sus oponentes republicanos y demócratas en Carolina del Norte. No tanto por la posibilidad de que gane el escaño en juego (algo que la mayoría de los analistas descartan), sino por la sangría de votos que podría causar a las otras candidaturas. “Si esto sigue así, podría condicionar una victoria demócrata, ya que le quitaría votantes a los republicanos”, dice Tom Jensen, director de Public Policy Polling, una firma de encuestas políticas.
El protagonismo de Haugh ha servido también para reabrir el debate sobre la escasez de alternativas políticas en Estados Unidos. Aun a pesar de la crisis (aquí llamada “Gran Recesión”), el bipartidismo se ha mantenido hasta ahora a salvo de nuevos competidores y tentaciones antipolíticas. En parte porque sólo los dos grandes partidos cuentan con una maquinaria capaz de financiar las millonarias campañas que se necesitan para competir. Por ejemplo, mientras que conseguir un asiento en el Senado cuesta una media de 10 millones de dólares, Haugh sólo ha logrado reunir 4.000, de los cuales 600 fueron donados por su madre.
Pero no se trata sólo de dinero. La permeabilidad y flexibilidad de los grandes partidos contribuye también a blindar el sistema. Gracias a sus vibrantes primarias y a su estructura interna, republicanos y demócratas son capaces de canalizar las ansias de regeneración y conseguir que la transformación se realice de puertas adentro. Por la derecha, en las filas republicanas, la renovación últimamente la protagoniza el Tea Party, rebelde y joven pero dentro de un orden. Por la izquierda, la ruptura la encarnó por última vez Barack Obama, un desconocido legislador que en menos de dos años consiguió capitalizar la sed de cambio.
La insatisfacción con la clase política roza máximos históricos
Mientras, Sean Haugh da sorbos a su cerveza local y habla ante la cámara. “No puedo soportar la idea de ver a republicanos y demócratas repartiéndose una vez más el poder. Llevamos desde tiempo inmemoriales mandando a Washington al mismo tipo de políticos y el país va de mal en peor”, dice, con un discurso que recuerda a los movimientos alternativos que ganan terreno en Europa. “Realmente yo no quiero dedicarme a carreras electorales, pero lo hago por mí mismo, para poder votar a alguien que no nos meta en más guerras e incremente más la deuda”, afirma.
De fondo late una insatisfacción con la clase política que también en Estados Unidos roza máximos históricos. Según un reciente sondeo del Instituto Rasmussen, el 53% de los votantes no se siente representado por ninguno de los dos grandes partidos. El inmovilismo que provocan las disputas electoralistas del Capitolio contribuye a alimentar esa frustración. Pero, aun con todo, en las últimas elecciones presidenciales más del 98% de los votos fueron para demócratas o republicanos. El tercero en discordia, el “libertarian” Gary Johnson, ni siquiera alcanzó el uno por ciento.
En realidad, y aunque reniegue del ejercicio de la política y lance pestes contra Washington, Haugh no es nuevo en el circo. Lleva desde 1980 en el partido y se ha presentado cinco veces a unas elecciones, perdiéndolas todas. Su amiga Rachel Mills, quien le presta el sótano para grabar los vídeos y actúa como jefa de campaña es, de hecho, una veterana experta en comunicación política que durante cinco años asesoró las campañas del republicano Ron Paul, el carismático congresista texano, ya retirado.
El Libertarian Party, cuyo lema es “mínimo gobierno y máxima libertad”, es la tercera fuerza del país y, aunque discretamente, parece estar cosechando nuevos apoyos. Se espera que obtengan un cierto protagonismo en una decena de estados en las elecciones de este invierno, de Arkansas a Alaska, pasando por Oregón o Minnesota. En sus discursos, Haugh propone libertad en todos los flancos, del económico (reducción de impuestos al mínimo) al migratorio (abrir las fronteras), pasando por la compraventa de drogas, armas, etcétera. Su utopía, cuyo discurso comparten parcialmente muchos miembros del Tea Party, se plantea como la alternativa más popular para desafiar el statu quo. Desde las antípodas ideológicas, viene a ser el Podemos de los Estados Unidos de América.
Sean Haugh no da ruedas de prensa ni inaugura cenas de recaudación. Se dirige a sus seguidores desde el sótano de su amiga Rachel Mills. Vestido con camisetas desgastadas y jerséis raídos, se sirve una pinta de cerveza y sintetiza frente a una pequeña cámara sus ideas políticas. Habla de inmigración, política exterior, impuestos... Sus mensajes, colgados después en YouTube, no están demasiado elaborados ni duran nunca más de cinco minutos. La idea es precisamente esa: presentarse como un tipo normal a quien le gusta charlar de política, utilizando palabras sencillas y tirando de sentido común.
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