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Atrapados en el Nilo Blanco
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10.000 PERSONAS SE ESCONDEN EN SUS ISLAS

Atrapados en el Nilo Blanco

Nadie sabe cuántas personas hay aisladas en las islas del Nilo. No pueden avanzar ni retroceder. Huían de la guerra y ahora no tienen dinero para regresar

Foto: Combatientes rebeldes caminan por un territorio en su poder en el Nilo Alto, Sudán del Sur, a mediados de febrero. (Reuters)
Combatientes rebeldes caminan por un territorio en su poder en el Nilo Alto, Sudán del Sur, a mediados de febrero. (Reuters)

Las sombras de una noche que comienza a morir ocultan los rostros del grupo. La oscuridad esconde las ojeras y el sueño. Suena algún bostezo de fondo. “Nadie sabe cuántas personas hay atrapadas en las islas del Nilo; pero lo que es seguro es que se encuentran en una situación límite”, asevera Katy Brown, enfermera de Médicos Sin Fronteras. La situación es grave. El equipo, formado por más de una veintena de personas, se pone en movimiento tras la pequeña arenga. Se mueven ágiles y rápidos entre las tres embarcaciones que aguardan pacientes al pie de la orilla. Los bártulos y las cajas con medicinas se van amontonando en la proa de los endebles botes.

El rojo y el naranja tiñen las negras aguas del Nilo Blanco. El sol despunta. Las siluetas de las orillas cercanas comienzan a dibujarse nítidamente en esta paleta que deja el blanco y negro para llenarse de color y vida. Tras más de una hora recorriendo los entramados canales del Nilo, comienzan a aparecer los primeros vestigios de vida en ambas orillas. Los niños se acercan y saludan con la mano a las barcas. Las mujeres levantan un segundo la vista de las ollas donde se cuece el arroz. “Los datos no oficiales hablan de cerca de 10.000 personas que están atrapadas entre las ciudades de Bor y de Minkamman. No pueden ni avanzar ni retroceder”, comenta Brown.

Nadie sabe cuántas personas hay aisladas en las islas del Nilo; pero lo que es seguro es que se encuentran en una situación límite. No pueden ni avanzar ni retroceder. Huyeron de la guerra y ahora no tienen dinero para regresar

“El barco en el que viajábamos nos dejó en medio de la nada porque no teníamos dinero para pagar el pasaje completo (cerca de 10 euros) hasta Minkamman. Llevamos viviendo aquí desde diciembre sin que nadie se haya preocupado por nosotros”, cuenta John Garang, de 64 años. Este anciano lamenta su situación, pero también da gracias a Dios porque “por lo menos tenemos pescado fresco para llevarnos a la boca y porque aquí los nuers (etnia dedicada a la ganadería) no podrán matarnos”, sentencia.

John vive junto con toda su familia en una tienda levantada con endebles palos de madera y plásticos. “Las primeras lluvias han arrasado el poblado y aún queda lo peor. No creo que podamos aguantar todo el invierno”, se lamenta. Muchos sursudaneses miran al cielo pidiendo una tregua. Es plena temporada de lluvias. Y sus casas no resistirán las acometidas de los temporales que baten los famélicos campos de Sudán del Sur.

“La situación de estas personas es extremadamente grave. Viven aisladas del mundo. Tienen que beber agua directamente del Nilo. Han comenzado a aparecer los primeros casos de sarampión, con varios muertos. Y no creo que tarden en aparecer otras enfermedades como el cólera…”, denuncia la enfermera Katy Brown. Por ello, Médicos Sin Fronteras ha comenzado a vacunar y a contabilizar a todas y cada una de las personas que se encuentran atrapadas en las islas.

El prometedor futuro de un país se esfumó en una noche

Martha Akey tiene 50 años y su memoria la transporta hasta 1991. “Ya vivimos lo mismo hace años, cuando Riek Machar (vicepresidente de Sudán del Sur entre 2005 y 2013) y sus rebeldes arrasaron la ciudad de Bor matando a más de 5.000 personas”, afirma esta mujer que, por segunda vez en su vida, vuelve a refugiarse en estas islas del río Nilo.

Sabía que estas islas eran seguras porque en 1991 hui con toda mi familia aquí. Yo no quiero convertirme en una refugiada ni huir de mi tierra y de mi país. Yo me siento sursudanesa. Luché para conseguir la independencia y no pienso renunciar ahora”, finaliza con una tristeza infinita en el rostro mirando, de reojo, el poblado de Pareck, que está solo a unos pocos kilómetros de distancia.

Este iba a ser el año de Sudán del Sur. El PIB debía crecer cerca del 35% (sería el más alto del mundo), las arcas del Gobierno iban a rebosar de dinero procedente del petróleo, 500 empresas (de 55 países) tenían intención de invertir en el país

Tras obtener la ansiada independencia del norte en junio de 2011, este iba a ser el año de Sudán del Sur. El PIB debía crecer cerca del 35% (sería el más alto del mundo), las arcas del Gobierno iban a rebosar de dinero procedente del petróleo, 500 empresas (de 55 países) tenían intención de invertir en el país... El futuro era inmejorable en el estado más joven del planeta, pero la noche del 15 al 16 de diciembre ese sueño se esfumó. Un enfrentamiento entre soldados de la guardia presidencial (formada por nuer y dinka) desencadenó fuertes combates en Juba, la capital. Aquellos dos días de violencia étnica prendieron la mecha que acabó conduciendo al país a una nueva guerra civil (la tercera en 50 años, 1955 a 1972 y 1983 a 2005).

Con la ansiada independencia, las rencillas entre las tribus quedaron aparcadas tras fuertes apretones de manos y sonrisas forzadas, pero las ansias de poder de unos y otros seguían latiendo con viveza. Los líderes militares que estaban detrás de las más cruentas matanzas en las últimas dos décadas colgaban el uniforme militar y ocultaban las condecoraciones bajo un traje a rayas y corbata. Salva Kiir y Riek Machar se convertían en presidente y vicepresidente de Sudán del Sur. Pero la lucha seguía subyacente.

Los dinka, el grupo étnico mayoritario, habían ido acaparando poco a poco todo el poder, lo que no era visto con buenos ojos por las otras tribus. Pero el incidente que desencadenó esta ola de violencia fue provocado por la destitución de Machar, que había comunicado su intención de presentarse a las elecciones presidenciales de 2015. Kiir eliminaba, de un plumazo, a su rival.

“No podía pagar el pasaje a toda mi familia”

“Estoy aquí porque no tenía suficiente dinero para pagar el pasaje a toda mi familia”, se sincera John Akoy, profesor de primaria en el pueblo de Pareck. “Cuando los nuers arrasaron mi pueblo no sabía cuál era la situación en el resto del país, por eso decidí venir hasta aquí, porque sabía que no nos iban a seguir por el río. Aquí estaremos más seguros que en tierra firme”, confiesa. Este hombre, miembro de la etnia dinka, se ha planteado volver a su antiguo hogar, pero el temor a un nuevo ataque se lo impide. “Tengo miedo por mis hijos, miedo a que los nuers regresen una noche y nos maten a todos”.

'Muchos se lanzaron al agua huyendo de los combates. Algunos se ahogaron, otros murieron acribillados. Los pescadores recogieron a todos los que pudieron y los trajeron hasta aquí', cuenta Rebecca, que se arrojó al agua con su hijo pequeño y llegó a nado hasta la otra orilla

El odio fratricida entre las dos etnias mayoritarias de Sudán del Sur es histórico. Ya en 1991 las tropas leales al nuer Riek Machar (el actual líder rebelde y exvicepresidente del país) arrasaron las zonas dinka de Panaru, Bor y Kongor, donde más de 200.000 dinkas huyeron de los combates. Pero los afines a Machar se cebaron con la localidad de Bor (ciudad natal de John Garang, dinka y líder del SPLM/A –Movimiento/Ejército para la Liberación del Pueblo de Sudán–), donde acabaron con la vida de 5.000 personas. La respuesta de Garang no se hizo esperar y las tropas del SPLA arrasaron las zonas al oeste del Alto Nilo, donde los nuers son la etnia mayoritaria.

“Deng, Atheu Garang, John Macher, Bathou, Panchol…”, enumera en voz baja Lual Kuereng. “Están todos muertos”, recuerda. Entre ellos su propio hermano, que fue ajusticiado junto a varios amigos cuando estaban a punto de tomar un bote para tratar de huir de la ciudad de Bor. “Los sacaron a rastras del bote y los degollaron. Luego lanzaron sus cuerpos al Nilo”, concluye.

Se calcula que unas 10.000 personas se encuentran atrapadas en este paraje agreste, pero nadie puede cifrar cuántas se quedaron en el camino. “Muchos se lanzaron al agua huyendo de los combates. Algunos se ahogaron y otros murieron acribillados. Los pescadores locales recogieron a todos los que pudieron y los trajeron hasta aquí. Pero muchos de nuestros vecinos no tuvieron la misma suerte”, relata Rebecca Thiong, que se arrojóal agua con su hijo pequeño y llegó a nado hasta la otra orilla del Nilo.

Las sombras de una noche que comienza a morir ocultan los rostros del grupo. La oscuridad esconde las ojeras y el sueño. Suena algún bostezo de fondo. “Nadie sabe cuántas personas hay atrapadas en las islas del Nilo; pero lo que es seguro es que se encuentran en una situación límite”, asevera Katy Brown, enfermera de Médicos Sin Fronteras. La situación es grave. El equipo, formado por más de una veintena de personas, se pone en movimiento tras la pequeña arenga. Se mueven ágiles y rápidos entre las tres embarcaciones que aguardan pacientes al pie de la orilla. Los bártulos y las cajas con medicinas se van amontonando en la proa de los endebles botes.

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