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¿Por qué los brasileños quieren boicotear el Mundial de Fútbol?
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LAS HUELGAS AMENAZAN CON PARALIZAR EL PAÍS

¿Por qué los brasileños quieren boicotear el Mundial de Fútbol?

Cada vez es más común la frase: ‘Pues yo me voy de Brasil’. La pronuncian personas de clase media, con una vida estable y que residen en los barrios nobles

Foto: Manifestantes protestando contra el Mundial de Fútbol el pasado 15 de mayo en Sao Paulo. (Reuters)
Manifestantes protestando contra el Mundial de Fútbol el pasado 15 de mayo en Sao Paulo. (Reuters)

Ocurrió el pasado 20 de mayo. Un grupo de vándalos quemó una réplica gigante de la Copa del Mundo realizada por artesanos de Teresópolis, el municipio de la sierra carioca donde entrena la selección brasileña con vistas al Mundial. No se trató de un ataque aislado. Tan sólo una semana después, un grupo de 70 profesores rodeó el autobús en el que viajaba la selección de fútbol a su llegada a Río de Janeiro y puso en jaque el dispositivo de seguridad diseñado por el Gobierno brasileño. La presidenta, Dilma Rousseff, se ha visto obligada a anunciar que el Ejército se encargará de garantizar la seguridad durante el mes en que se celebrará el Mundial.

¿Por qué los brasileños quieren boicotear el Mundial?, se preguntan muchas personas en Europa tras ver las imágenes de protestas y enfrentamientos en algunas de las ciudades que acogerán el evento deportivo.

Los ciudadanos del país BRIC no se dejan engañar por la furia inauguradora del Gobierno. Cada vez es más común escuchar la frase: ‘Pues yo me voy de Brasil’. La pronuncian personas de clase media, con una vida estable y que residen en los barrios nobles de Río

En la Cidade Maravilhoso ha habido 18 protestas sólo en el mes de mayo. El viernes pasado, 200 manifestantes colapsaron de nuevo el centro para marchar contra la Copa do Mundo. Dos horas más tarde, los profesores volvieron a gritar su desesperación en las calles y cerraron la avenida Presidente Vargas, una de las arterias principales de Río.

En São Paulo, en un solo día llegaron a registrarse nueve manifestaciones. Y en Brasilia, la foto de un indio ataviado con sus ropas tradicionales y apuntando a la policía con una flecha ha dado la vuelta al mundo. Los indios reclaman que la flecha sea considerada un arma blanca y un símbolo de su identidad cultural en un país en el que la cuestión indígena está muy lejos de resolverse.

Este amor por la protesta, que surgió el año pasado en vísperas de la Copa Confederaciones, no debe ser confundido con un sentimiento antifutbolístico. A pesar de que una parte de la población critica abiertamente en la calle y en las redes sociales la brutal inversión en estadios, en detrimento de sectores considerados prioritarios como la salud y la educación, la mayoría de los brasileños apoya a su selección y se entregará durante un mes al Mundial en cuerpo y alma.

La masa grita “el gigante ha despertado”

Las protestas son más bien el epílogo de un proceso de concienciación de un pueblo que conoció una de las dictaduras más feroces de América Latina y que, gracias a las políticas sociales del Gobierno Lula, ha podido tener acceso a la información a través de internet. “O gigante acordou” (“El gigante se ha despertado”), gritaron los manifestantes hace ahora un año. Y esto es exactamente lo que puede verse en las calles: el pueblo de Brasil ha abierto los ojos y ha empezado a reclamar lo suyo. Si toca protestar en la época del Mundial, mucho mejor, porque las reivindicaciones tienen más posibilidades de ser satisfechas en los momentos críticos. Pero de aquí a hablar de boicot al campeonato...

La huelga de los basureros en pleno Carnaval ya apuntaba maneras. En marzo, 18 toneladas de basura se acumularon en las calles de Río, mientras centenares de miles de personas celebraban la mayor fiesta del mundo. Era la primera vez que alguien se atrevía a empañar la imagen del Carnaval

La huelga de los basureros en pleno Carnaval ya apuntaba maneras. El pasado mes de marzo, 18 toneladas de basura se acumularon en las calles de Río de Janeiro, mientras centenares de miles de personas celebraban a tutiplén la mayor fiesta del mundo. Era la primera vez que alguien se atrevía a empañar la imagen del Carnaval. La participación del Garí Sorriso, el basurero que todos los años baila samba en la pista del sambódromo con su uniforme naranja, fue decisiva para que el gremio consiguiese los aumentos salariales reclamados. Eso sí, sólo después de haber sido amenazado con despidos fulminantes.

Los profesores han tenido menos suerte. Desde hace un año están movilizándose. En São Paulo llevan casi un mes sin dar clases. Razones no les faltan. Un profesor de escuela gana entre 900 y 1.200 reales al mes (entre 300 y 400 euros), en un país donde los precios se han multiplicado en los últimos años hasta unos niveles inverosímiles. Lo más común es que un profesor brasileño tenga que tener tres y hasta cuatro trabajos para juntar un sueldo de mileurista que a duras penas le permita sobrevivir. Hasta la fecha, el Gobierno federal ha incumplido sus promesas.

De aquí que 70 profesores se hayan atrevido a desafiar el megadispositivo de seguridad que debía proteger a la selección de fútbol. Las imágenes de la policía cargando contra los profesores han indignado a la sociedad brasileña, que ha interpretado la represión como un golpe directo a la educación.

Entre los indignados están los rodoviários, los conductores de autobuses, que ya han protagonizado tres huelgas, la última la semana pasada, dejando la ciudad casi sin transporte público. También reivindican un aumento salarial, al igual que la Policía Civil y de carretera, y el personal de 30 museos públicos, que está dejando a turistas y residentes sin exposiciones.

placeholder Protesta contra la inversión en la Copa del Mundo en Río de Janeiro (Reuters).

Y la cosa no acaba aquí. Otros sectores amenazan con convocar una huelga. En São Paulo, los empleados del metro aseguran que van a parar los trenes, que transportan a diario a cuatro millones de personas; y los casi dos millones de funcionarios federales están barajando suspender sus actividades a partir del 10 de junio.

El pasado mes de febrero, el gobernador del estado de Río intentó establecer unas reglas para que las huelgas no alterasen demasiado la rutina de los cariocas, pero ante la avalancha de protestas callejeras ha desistido de su propósito. Mientras tanto, Dilma Rousseff ha visitado Río de Janeiro este fin de semana para inaugurar una ampliación parcial del aeropuerto internacional y el Transcarioca, un sistema de autobuses rápidos que pretende mejorar la circulación en la ciudad. Ambas obras, según la presidenta, representan el legado que el Mundial de Fútbol dejará al pueblo brasileño.

“Pues yo me voy de Brasil”

Pero los ciudadanos de este país BRIC no se dejan engañar por la furia inauguradora del Gobierno federal. Cada vez es más común escuchar la frase: “Pues yo me voy de Brasil”. La pronuncian personas de clase media, con una vida estable y que residen en los barrios nobles de Río, lo cual, si cabe, llama aún más la atención. “Estoy cansada de esperar este futuro luminoso que nos prometen desde que nací”, asegura Patricia Gouvêa, artista visual, fundadora del Ateliê da Imagem, la principal escuela de fotografía de Río de Janeiro, y ahora madre primeriza. “Desde que era pequeña escucho lo mismo, que tenemos un potencial enorme y que Brasil es el país del futuro. ¿Y mientras tanto qué pasa? Que la corrupción aumenta cada día, el dinero público se pierde en los pasillos del poder, la inflación ha alcanzado unos niveles insoportables y nuestro presente no mejora. Estoy pensando seriamente en coger mis cosas y mi familia, y marcharme de aquí. Aunque sólo sea para cambiar de aires”, añade.

“Desde que tuve a mi primer hijo, miro cada vez más a Estados Unidos”, asegura Camilo, periodista carioca. “Quiero ofrecerle una educación de calidad y que pueda tener más oportunidades laborales. Nunca pensé que diría eso, pero si tuviese una posibilidad, me iría de aquí ahora mismo”, agrega.

A pocos días de que empiece el Mundial, Brasil hierve. El tiempo dirá si tantas protestas desembocarán en un cambio de régimen. Por lo pronto, el próximo 5 de octubre se celebrarán las elecciones nacionales y locales. Entonces sabremos cuán indignados están los 141,8 millones de brasileños llamados a las urnas.

Ocurrió el pasado 20 de mayo. Un grupo de vándalos quemó una réplica gigante de la Copa del Mundo realizada por artesanos de Teresópolis, el municipio de la sierra carioca donde entrena la selección brasileña con vistas al Mundial. No se trató de un ataque aislado. Tan sólo una semana después, un grupo de 70 profesores rodeó el autobús en el que viajaba la selección de fútbol a su llegada a Río de Janeiro y puso en jaque el dispositivo de seguridad diseñado por el Gobierno brasileño. La presidenta, Dilma Rousseff, se ha visto obligada a anunciar que el Ejército se encargará de garantizar la seguridad durante el mes en que se celebrará el Mundial.

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