Cuando la NASA perdió el rumbo
En el Johnson Space Center o en la central en Washington hablan más del cierre de programas históricos que de grandes odiseas tripuladas
La vieja sala de control de misión del Johnson Space Center (JSC) de Houston aún conserva los ceniceros que usaron los familiares de los astronautas y las autoridades mientras observaban los avatares de las primeras misiones al espacio. En la sala acristalada se mezclaba el humo de los cigarrillos para aplacar los nervios antes de un despegue con el de los puros para celebrar los momentos de éxito.
"'Houston, aquí Tranquility Base. La Eagle ha aterrizado'. Esas fueron las primeras palabras que se pronunciaron desde la Luna. ¡Porque Houston fue la primera palabra que se dijo en la Luna!", exclama con orgullo un veterano que ahora se dedica a explicar la historia de este centro de la NASA en Texas a los visitantes, entre ellos El Confidencial.
Ya en desuso, la habitación de control se componía de un conjunto de ordenadores que dirigían la misión con tan sólo seis megabytes de memoria, “el equivalente a unas 10 fotos digitales actuales”. La sala se sitúa justo encima de la nueva control room desde donde se monitorea la Estación Espacial Internacional (ISS en sus siglas en inglés), estos días en pleno ajetreo tras la ruptura de uno de los sistemas vitales para la supervivencia de los astronautas.
Hoy, las noticias que salen de este centro, del de Florida o de la central en Washington hablan más de recortes de gasto y personal y de cierre de programas históricos que de grandes odiseas tripuladas. ¿Hacia dónde va la NASA? Más allá de la valiosísima investigación básica, ¿qué tiene que ofrecerle al gran público?
Todo el entorno del JSC evoca una época mejor, hace unas décadas. En los sesenta, la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio (NASA, en sus siglas en inglés) hacía soñar a millones de personas por todo el mundo, retransmitiendo en directo grandes eventos como el alunizaje de los astronautas del Apolo 11. Hoy, las noticias que salen de este centro, del de Florida o de la central en Washingtonhablan más de recortes de gasto y personal y de cierre de programas históricos que de grandes odiseas tripuladas. ¿Ha perdido la NASA su glamour? ¿Hacia dónde va? Más allá de la valiosísima investigación básica, ¿qué tiene que ofrecerle al gran público? ¿Vive del pasado?
"Nuestro programa especial sigue siendo, en muchos aspectos, la envidia del resto del mundo”, opina para El Confidencial Steven J. Dick, historiador jefe de la NASA hasta 2009 y autor de Estados Unidos en el Espacio: Los primeros 50 años de la NASA (America in Space: Nasa's First Fifty Years). “Gastamos más en él que las siguientes tres o cuatro naciones con ambiciones espaciales juntas, por lo que hay mucho margen para debatir la dirección que quiere tomar el programa espacial estadounidense".
Incluso sus más fervientes defensores admiten que la NASA está en un momento de transición. El histórico programa de transbordadores espaciales (esa especie de aviones reutilizables para poner astronautas en órbita que se lanzan a lomos de un cohete) expiró en 2011. “Ya no tenía sentido. Era como llevar un gran camión de carga que se había diseñado para llevar los materiales para construir la Estación Espacial Internacional, en vez de un coche para trasladar a los astronautas”, nos cuenta Keith Cowing, editor de NASAWatch.com. Cada lanzamiento costaba “400 o 500 millones de dólares”. Ahora se alquila la plaza a los rusos en la nave Soyuz, que han triplicado el coste normal hasta cobrar 70 millones por viaje. “Los viejos comunistas han aprendido las estrategias del capitalismo, entre ellas la de subir el precio”, añade con sorna Cowing.
Y Obama suspendió el regreso a la luna
El último vuelo del transbordador Endeavour fue retransmitido en directo a todo el país y a parte del mundo. “El fin de una era”, se leía en los periódicos. Nadie sabía muy bien qué iba a sustituirlo. Pero lo peor, algo más alejado de los focos, había ocurrido unos meses antes. Barack Obama suspendió el programa Constellation, pensado para regresar a la Luna, que había lanzado su predecesor George W. Bush. La Casa Blanca y el Congreso decidieron lanzar un proyecto nuevo que contara con la participación del sector privado. En poco menos de dos años, la NASA perdió el rumbo. "Fueron años muy duros", asegura para El Confidencial Linda J. Ham, Jefa de Transición de la NASA, "de repente nos quedamos sin el programa de transbordadores y sin el nuevo gran proyecto que había de sustituirlo".
Ham fue la primera mujer en dirigir los vuelos al espacio. Se pasó tres décadas dentro del programa de transbordadores. Bajo su mando se produjo el desastre del Columbia, un dramático episodio que algunos consideran que tuvo el mismo efecto demoledor con la reputación de los transbordadores que el del Concorde con las aspiraciones aeronáuticas europeas.
Cada lanzamiento costaba 400 o 500 millones de dólares. Ahora se alquila la plaza a los rusos en la nave Soyuz, que han triplicado el coste normal hasta cobrar 70 millones por viaje
Ella confiesa que se han producido reducciones considerables de presupuesto y que se ha despedido a miles de personas en los últimos años. Unos recortes que continúan: sólo en 2014 más de un centenar de los funcionarios se verán en la calle, además de los contratistas que ya no son necesarios, nos cuenta Ham. Al fin y al cabo, el programa de transbordadores ocupaba casi 700 edificios, daba empleo a 5.000 personas y requería un equipo por valor de 12.000 millones de dólares. Ahora, muchos de los ingenieros del JSC han conseguido recolocarse en las empresas petroquímicas de Houston, por ejemplo, desarrollando nuevas máquinas de exploración.
A día de hoy, la NASA tiene que conformarse con algo más de 17.200 empleados a tiempo completo. 80.000 si se incluye a los contratistas. La cifra queda en evidencia si se compara con el total máximo de 411.000 de 1965, en plena carrera espacial. En aquella época, el país se gastaba un 4,5% del presupuesto federal en la NASA (33.000 millones en dólares actuales), frente al 0,5% actual (17.000 millones). El presupuesto se ha ido reduciendo paulatinamente, así como el número de empleados. La agencia ha vivido tiempos mejores, y ha perdido su lugar prioritario en la agenda nacional. Ya no hay nada que demostrar a los soviéticos, y las grandes investigaciones militares las llevan a cabo contratistas privados. La imagen internacional del país ya no depende de los proyectos espaciales.
En el imaginario colectivo americano, la NASA ha pasado a un segundo plano y vive momentos de dificultad muy alejados de la potencia creadora de los sesenta. El popular humorista Jon Stewart se mofaba hace unos días de la llegada de un robot chino a la Luna. Demasiado tarde, venía a decir: Es como llegar el último en una maratón. “¡Nosotros estamos ya a medio camino de Marte!”, fanfarroneaba. De repente, en un requiebro, cambiando de cámara, Stewart decía en voz baja: “Por cierto, China, ¿puedes prestarnos algo de dinero para terminar nuestro viaje a Marte?".
En plena carrera espacial, el país se gastaba un 4,5% del presupuesto federal en la NASA (33.000 millones en dólares actuales), frente al 0,5% actual (17.000 millones)
Lo cierto es que Washington, en pleno furor contra el déficit, no está para grandes proyectos públicos de investigación de resultados inciertos. No hay dinero ni para reparar las carreteras ni los puentes peligrosos. La NASA ha de conformarse con los recursos que tiene.
Por supuesto, la Agencia sigue lanzando planes llamativos, sobre todo para la comunidad científica. Lo que cuesta es encontrar un hilo conductor. Preparan otro vehículo conocido como Space Launch System (SLS), en el que eventualmente se mandarían astronautas a Marte;un robot astronauta (el robonaut) que es tran preciso que es capaz de escribir un mensaje de texto”, como aseguran a El Confidencial en el JSC; la exploración más allá del sistema solar; y múltiples vehículos de exploración para humanos, como el Orión.
"Pero tengo mis dudas de que haya dinero para todo”, asegura el editor de NASAWatch.com. Quizá lo más novedoso es su alianza con el sector privado, como la empresa Space X del excéntrico millonario estadounidense Elon Musk. “Soy una gran fan de los vuelos comerciales y en eso la NASA está liderando al resto”, nos dice Ham. “No creo que la institución haya perdido su encanto, aún gozamos de buena reputación por lo que hacemos, y por lo que haremos. Seguimos teniendo un programa de exploración espacial y una vez que volvamos a realizar lanzamientos, conseguiremos visibilidad”. Mientras, el mundo parece haberse olvidado de la NASA. Y la NASA parece haberse olvidado de llevar a seres humanos a las fronteras del espacio.
La vieja sala de control de misión del Johnson Space Center (JSC) de Houston aún conserva los ceniceros que usaron los familiares de los astronautas y las autoridades mientras observaban los avatares de las primeras misiones al espacio. En la sala acristalada se mezclaba el humo de los cigarrillos para aplacar los nervios antes de un despegue con el de los puros para celebrar los momentos de éxito.
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