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Y Sudáfrica se unió por un día
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EL PAÍS SE CONVIERTE EN UN ALTAR IMPROVISADO

Y Sudáfrica se unió por un día

Desde el momento en que se anunció su muerte, cada rincón de Sudáfrica se ha convertido en un altar improvisado para homenajear y agradecer a Madiba

Foto: Una niña con una camiseta con el rostro de Mandela deposita flores en el Ayuntamiento de Ciudad del Cabo (Reuters).
Una niña con una camiseta con el rostro de Mandela deposita flores en el Ayuntamiento de Ciudad del Cabo (Reuters).

Desde el momento en que se anunció la muerte de Nelson Mandela, cada rincón de Sudáfrica se ha convertido en un altar improvisado para homenajear y agradecer a Madiba que entregase su vida por completo al servicio de su país y a la lucha contra el Apartheid.

“Nelson Mandela, no hay otro como tú”. Así reza la letra de la canción que una y otra vez repiten, bajo un ritmo familiar, todos los sudafricanos que aman a Madiba. Por un día se ha visto una Sudáfrica mezclada, en la que negros y blancos ondean la bandera nacional unidos por los mismos sentimientos: tristeza y agradecimiento. Escolares, asociaciones vecinales, bandas de música de barrio, trabajadores de camino a su oficina… todos tomaron ayer como referencia la casa de Mandela en Johannesburgo para reunirse en torno a altares improvisados.

Por un día, los ciudadanos pudieron disfrutar de una verdadera Sudáfrica unida, el país que ideó y soñó el Premio Nobel de la Paz, donde blancos, negros, indios y británicos cantaban al mismo son, compartían ramos de flores y lanzaban sus rezos al aire para que llegaran a la nueva casa de Mandela

La imagen se repite por todo el país. En Ciudad del Cabo, algunos vecinos salen a la calle para cantar canciones tradicionales sudafricanas por el alma del hombre que transformó todo un sistema de segregación racial; otros se quedan en sus viviendas pendientes de la televisión, que repite, desde la noche del jueves, imágenes de los discursos, la vida, la familia y los logros de Mandela.

Soweto, un gueto de Johannesburgo donde Madiba pasó tiempo de su vida, es otro de los puntos de congregación. Allí, la puerta de la casa donde vivió Mandela, convertida actualmente en museo, apenas puede cruzarse: la inmensa cantidad de flores apiladas en la acera impide el paso. “Mi hija de cuatro años adora a Mandela y ni siquiera lo ha conocido; es un sentimiento que tenemos todos”, cuenta a El Confidencial Molly Makhado, profesora en la Universidad de Pretoria, natural de la provincia de Limpopo.

En las sedes gubernamentales se trabajaba ayer a medio gas. Las muestras de tristeza eran constantes en los pasillos de edificios como el del SARS (South African Authority Revenue). Allí, trabajan codo con codo negros, afrikaans, indios, británicos… Todos han dedicado un minuto de su tiempo a escribir unas palabras en recuerdo de Madiba.

placeholder Un niño escribe un mensaje a las puertas de la casa de Mandela en Johannesburgo (Reuters).

“No era el momento de que se fuera”

“Somos de Qunu (la población donde nació Mandela) y hemos venido hasta aquí para acompañarle”, explica una mujer entrada en años y vestida con las ropas típicas del Eastern Cape, donde está situada esta localidad. Franklyn, un residente en Sudáfrica oriundo de Uganda, es la prueba palpable de cómo el poder de Madiba traspasó fronteras. “Cuando un amigo me contó que había muerto Mandela pensé que era una broma. No era el momento de que se fuera”, dice. No sólo Sudáfrica ha perdido un referente. Otros países vecinos, como Nigeria, Uganda o Angola, se ven recorridos por el mismo sentimiento.

Sus calles se han visto copadas por ciudadanos de toda condición y miembros de asociaciones de defensa de los derechos humanos, por sus pancartas y cánticos, por las flores que depositaban en cada rincón. La Policía se vio obligada a restringir los accesos a los puntos neurálgicos del país, aquellos convertidos en centro de homenaje, y controlaba escrupulosamente quién entraba y quién salía de los recintos acordonados.

Por un día, los ciudadanos pudieron disfrutar de una verdadera Sudáfrica unida, el país que ideó y soñó el Premio Nobel de la Paz, donde blancos, negros, indios y británicos cantaban al mismo son, compartían ramos de flores y lanzaban sus rezos al aire para que llegaran a la nueva casa de Mandela.

Desde el momento en que se anunció la muerte de Nelson Mandela, cada rincón de Sudáfrica se ha convertido en un altar improvisado para homenajear y agradecer a Madiba que entregase su vida por completo al servicio de su país y a la lucha contra el Apartheid.

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