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Espía cuanto quieras: indiferencia americana ante el Gran Hermano
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Espía cuanto quieras: indiferencia americana ante el Gran Hermano

Nixon sólo mandó espiar a un grupo de gente, mientras que ahora Obama está espiando a todo el país y a medio mundo. Y a nadie parece importarle

Foto: El presidente de EEUU Barack Obama tras ofrecer una rueda de prensa en los jardines de la Casa Blanca (Reuters).
El presidente de EEUU Barack Obama tras ofrecer una rueda de prensa en los jardines de la Casa Blanca (Reuters).

Eric Cartman se dio de alta en Shitter, una red social que se conecta directamente al cerebro a través de unas antenas y que sube a internet los pensamientos en tiempo real. Después se infiltró en la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) con un bigote postizo, documentó que las comunicaciones de millones de estadounidenses estaban siendo intervenidas y vio con sus propios ojos la sala donde tienen secuestrado y enchufado a una máquina al único ser capaz de determinar los deseos de la población: Papá Noel. Cuando abandonó el edificio de la NSA y contó lo que había visto, Cartman fue totalmente ignorado. Ni siquiera su madre le dio importancia al escándalo. Para que se le pasase el berrinche, le propuso merendar.

Cartman es un personaje de la serie South Park, Shitter no existe y es poco probable que la NSA haya atrapado a Papá Noel, pero la sátira resume la impotencia de algunos activistas, incapaces de encender los ánimos de la población estadounidense con las revelaciones del expediente Snowden, un escándalo que ellos consideran diez veces más grave que el famoso Watergate, el que acabó con la presidencia de Richard Nixon.

“Nixon sólo mandó espiar a un grupo de gente, mientras que ahora el Gobierno de Obama está espiando a todo el país y a medio mundo. Y a nadie parece importarle. La clave es que, tras el 11 de septiembre, los estadounidenses valoran su seguridad por encima de su privacidad”, resume John Vogel, uno de los activistas dedicados a defender la intimidad de las comunicaciones.

Nixon sólo mandó espiar a un grupo de gente, mientras que Obama está espiando a todo el país y a medio mundo. Y a nadie parece importarle. La clave es que, tras el 11-S, los estadounidenses valoran su seguridad por encima de su privacidad

Los sondeos de opinión vienen a darle la razón a Vogel. Aunque se ha suavizado algo la percepción en los últimos años, más del 60% de los estadounidenses sigue pensando que la lucha contra las “amenazas terroristas” está por encima de su privacidad. “Me da igual que me espíen si yo no tengo nada que esconder”, es el argumento más repetido. Al ser interrogados con mayor detalle sobre los programas del NSA, demuestran no tener una idea clara de cuál es el alcance real.

Más vigilados que la generación de la Guerra Fría

Así, y según cómo se haga la pregunta, algunas encuestas indican un apoyo superior al 60% a la actividad de la agencia, mientras que otros lo rebajan a menos del 30%. Y en todo caso no parece tener un impacto importante en la intención de voto. Sólo hay una cuestión en la que nadie parece tener dudas: nueve de cada diez americanosdicen sentirse más vigilados por el Gobierno que sus padres.

Precisamente hoy, una coalición de activistas por las libertades civiles entregará en el Congreso las más de 500.000 firmas recopiladas online en todo el mundo en contra de los programas de la NSA. Bajo el lema “¡Dejad de vigilarnos ya!", han convocado también una manifestación frente al Capitolio el sábado, una marcha en la que esperan reunir a “entre 3.000 y 5.000 personas”, algo que consideran “histórico”, según dijo a El Confidencial Josh Levy, director de Free Press Internet, una de las organizaciones implicadas.

¿A quién le importa lo que suceda en el resto del mundo?

La plataforma exige que los congresistas reformen o anulen todas las leyes que autorizan la intromisión del Gobierno en las comunicaciones privadas de los ciudadanos. “Por ejemplo, uno de nuestros objetivos es que se revoque la famosa Patriot Act”, dice Levy, que también reconoce que sus demandas están centradas en la privacidad de los ciudadanos estadounidenses y no en lo que sus agencias hagan en el resto del mundo.

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En cualquier caso, tanto las cifras como el cartel de estrellas del movimiento demuestran que es minoritario y tirando a marginal. Las personalidades más destacadas son el joven congresista del Tea Party Justin Amash (considerado problemático por sus propios compañeros de partido y aislado de varias comisiones), el exgobernador de Nuevo México Gary Johnson (quien en 2011 abandonó el Partido Republicano para entrar en el minúsculo Partido Libertario) y artistas como Jona Bechtolt (de la banda de electro-punk YATCH). “Chavales soñadores, radicales y punkis”, los describen sus detractores en internet.

Aunque no acudan a la protesta y no adopten una postura tan frontal, es cierto que muchos otros legisladores han elevado la voz contra aspectos concretos de los programas de espionaje, un escándalo que en realidad ha tenido más impacto entre la clase política y los medios de comunicación que en la calle. Lo han hecho, por ejemplo, el miembro más sólido del Tea Party, Rand Paul (hijo de Ron Paul), el senador demócrata Ron Wyden o el izquierdista John Conyers.

En verano, de hecho, estuvieron a punto de lograr un recorte en la financiaciónde la NSA. No lo consiguieron por tan sólo 12 votos, en una jornada en la que se trasgredió más de lo habitual la disciplina de partido. En aquella ocasión, la Casa Blanca y el presidente Barack Obama se erigieron comograndes defensores de los programas de espionaje. Y durante las diferentes etapas del escándalo, las explicaciones de cara al público han sido siempre las mismas: no hacemos nada que no hagan otros países; lo investigaremos y, en todo caso, hay que encontrar el equilibrio entre seguridad y privacidad.

Eric Cartman se dio de alta en Shitter, una red social que se conecta directamente al cerebro a través de unas antenas y que sube a internet los pensamientos en tiempo real. Después se infiltró en la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) con un bigote postizo, documentó que las comunicaciones de millones de estadounidenses estaban siendo intervenidas y vio con sus propios ojos la sala donde tienen secuestrado y enchufado a una máquina al único ser capaz de determinar los deseos de la población: Papá Noel. Cuando abandonó el edificio de la NSA y contó lo que había visto, Cartman fue totalmente ignorado. Ni siquiera su madre le dio importancia al escándalo. Para que se le pasase el berrinche, le propuso merendar.

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