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Los millones de caras del islamismo
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LOS HERMANOS MUSULMANES, ACORRALADOS POLÍTICAMENTE, SIGUEN PRESENTES EN LA SOCIEDAD

Los millones de caras del islamismo

No fueron ellos quienes impulsaron las revueltas árabes, pero sí quienes sacaron provecho de ellas. Tras la caída de regímenes militares, los movimientos islámicos eran los

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Los millones de caras del islamismo

No fueron ellos quienes impulsaron las revueltas árabes, pero sí quienes sacaron provecho de ellas. Tras la caída de regímenes militares, los movimientos islámicos eran los únicos con una estructura y una organización capaces de movilizar a una multitud. Los Hermanos Musulmanes egipcios, que han vivido en la clandestinidad durante buena parte de sus 80 años de existencia, pero con experiencia en política, se presentaron como el gran actor que podía ponerse al frente de un Estado civil. Su victoria en las primeras elecciones democráticas del mayor país árabe se interpretó como el gran test para el islam político.

La experiencia ha durado exactamente un año. Y ha tenido un epíteto de tres días, el plazo que necesitaron los militares para irrumpir y apartar a Mohamed Mursi del poder, amparándose en el “interés de los egipcios”. Al golpe militar le han sucedido además una serie de detenciones, que pretende descabezar la cúpula de los Hermanos Musulmanes.

Egipto vuelve a 1954, dos años después de la asonada del coronel Gamal Abdel Nasser y su grupo de los oficiales libres, cuando los militares comenzaron una caza de brujas contra los Hermanos Musulmanes. Años después, los islamistas consiguieron reestructurarse, dando lugar a grupos extremistas. La gran pregunta ahora es saber cuál será el resultado de este nuevo proceso. Según el director del Centro de Estudios Brookings de Doha, Shadi Hamid, podrían incrementar su actividad grupos como Al Qaeda, que nunca han creído en la democracia. El Islam político está arrinconado, pero sus tesis permanecen presentes en buena parte de la sociedad. Y, al contrario de lo que se pueda pensar, esta doctrina de pensamiento aglutina muchas caras.

Los jeques 

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Hussein Mohamed Saleh es el imán de una mezquita en un barrio popular, a las afueras de El Cairo. Asegura que en su minbar -desde donde emite el sermón- no se habla de política. Pero señala también que precisamente el Islam es la fuente de la democracia. “Tanto de la democracia, como del resto de la vida”. El clérigo de 30 años piensa que a Egipto le han robado a la única persona que podía trasladar este mensaje a la sociedad.

La autodefensa

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Ni siquiera el palo que lleva Saleh Gamal impone más que su propia presencia. El joven de 29 años es un gigantón que pertenece a los grupos de autodefensa que se coordinan en las recientes manifestaciones islamistas para “defenderse de los ataques de delincuentes”. Asegura que ellos no comenzarán la violencia, pero tampoco permanecerán impertérritos si son amenazados. En los últimos meses, la Policía pareció ignorar órdenes del Gobierno. Y por eso los Hermanos Musulmanes recurrieron a esta serie de grupos. Saleh dice que él ni siquiera votó por Mursi, pero que piensa defender con su “integridad” el ataque a la voluntad de los egipcios.

La vanguardia

El rostro de Ibrahim Amr no luce las barbas que abundan en el resto de los islamistas. Se presenta como seguidor de los Hermanos Musulmanes porque “eran los únicos que podían limpiar el Estado de la corrupción” de quienes han gobernado Egipto durante los últimos años. Este ingeniero demuestra que la Hermandad no sólo alcanza a los sectores populares, sino que también tiene una gran influencia en las clases medias profesionales. Para Amr, han sido precisamente “los corruptos quienes han boicoteado el Gobierno y quienes finalmente han provocado su salida”.

Los salafistas

Representan la línea más conservadora del islam. Lucen barbas más largas que los seguidores de los Hermanos Musulmanes y apuestan por seguir a pies juntillas la vida de su profeta Mahoma. Ahmed el Din reconoce haber votado al principal partido salafista en las pasadas elecciones parlamentarias, porque representa un “Islam más puro”. Sin embargo, en los últimos meses, el principal grupo político salafista se ha apartado de Mursi y se ha puesto del lado de los militares.

Los desencantados

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A Mohamed Medhaf no se le encontrará en ninguna manifestación a favor de Mursi, porque en los últimos meses había perdido la confianza en él. No está de acuerdo con el golpe, pero piensa que el derrocado presidente debía abandonar el poder porque no ha sido capaz de imponer el Islam en la sociedad. Bajo sus profundas convicciones religiosas, asegura que “Egipto quiere ser gobernada bajo la ley islámica” y “Mursi no ha seguido este camino”.

La vida tras un niqab

Para hablar con Mona hay que preguntarle primero a su marido o, en su defecto, a su hijo, de 16 años. Asegura que para ella muy por encima de la democracia está la religión. “No vivimos como animales, tenemos algo en que creer, somos musulmanes y el Islam guía nuestra vida”. Esto es todo lo que pronuncia, antes de la irrupción del padre de familia. “Somos una buena familia y vivimos bajo los preceptos del Islam, más allá de la democracia o de partidos políticos”, acierta a decir antes de marcharse.

El divulgador

Mohamed Mustafa también oculta su rostro, pero de las cámaras. Sostiene que sus creencias le prohíben que le tomen instantáneas. Para él, sí que es importante la democracia. O más bien, esta democracia, porque “un Gobierno islámico es el único que nos garantiza vivir bajo unas leyes adecuadas”. Su lema es el mismo que el tradicional eslogan de los Hermanos Musulmanes: “el Islam es la solución”. Pero mientras éstos llegaron al Gobierno con esa promesa, Mohamed lo inculca entre sus alumnos de una escuela coránica. 

No fueron ellos quienes impulsaron las revueltas árabes, pero sí quienes sacaron provecho de ellas. Tras la caída de regímenes militares, los movimientos islámicos eran los únicos con una estructura y una organización capaces de movilizar a una multitud. Los Hermanos Musulmanes egipcios, que han vivido en la clandestinidad durante buena parte de sus 80 años de existencia, pero con experiencia en política, se presentaron como el gran actor que podía ponerse al frente de un Estado civil. Su victoria en las primeras elecciones democráticas del mayor país árabe se interpretó como el gran test para el islam político.