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Los ‘indignados’ de Brasil quieren terminar a golpes con la clase política
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NO ADMITEN QUE PARTIDO ALGUNO SE PONGA AL FRENTE DE LAS MOVILIZACIONES

Los ‘indignados’ de Brasil quieren terminar a golpes con la clase política

La bestia ha despertado y, curiosamente, lo ha hecho de la mano del fútbol, de lo que históricamente ha servido para calmar los ánimos durante el

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Los ‘indignados’ de Brasil quieren terminar a golpes con la clase política

La bestia ha despertado y, curiosamente, lo ha hecho de la mano del fútbol, de lo que históricamente ha servido para calmar los ánimos durante el último siglo. En esta ocasión, le señalan por el despilfarro que ha llevado al Gobierno brasileño a gastar 15.000 millones de euros, el triple de lo presupuestado, en el deporte rey. El pueblo ha dicho basta, y la preocupación llega cuando Dilma Roussef ha comprobado que las primeras medidas adoptadas para frenar la furia del ciudadano han sido un auténtico fracaso.

Las manifestaciones han movilizado a dos millones de personas, datos que en otro país significaría un porcentaje muy elevado, pero que en Brasil no pasa de  un 1% por ciento de los 200 millones de la población. El temor llega si las manifestaciones y los consiguientes gestos violentos, que llevan al destrozo de las ciudades y el saqueo de comercios de todo tipo, arrastran a más personas para desesperación de una clase política dividida por completo.

Hasta el momento, 52 ciudades han salido a la calle y, en la mayoría de ellas, la violencia ha terminado por ser la protagonista de las manifestaciones. Brasilia, Sao Paulo, Río de Janeiro y especialmente Fortaleza, próximo destino de la selección española, han sido los lugares donde el vandalismo se ha terminado imponiendo.

Dilma Rousseff ha suspendido dos viajes que tenía programados. Japón y El Salvador eran sus destinos, pero la situación social de Brasil le impide moverse. Tampoco le permite aparecer en público. La dimisión del cargo es algo que no contempla por ahora. Por el momento, se ha limitado a convocar al Consejo de la República para analizar la situación e intentar adoptar medidas que frenen la respuesta del pueblo a una situación con la que ha convivido durante años, como es la desigualdad económica y unos servicios sociales muy alejados de lo ideal.

Rechazo de los partidos

Tal y como sucedió en España, los indignados brasileños pelan para que ningún partido político se sitúe al frente de las manifestaciones. Buscan que sea un movimiento popular, sin el respaldo de partido político alguno. De hecho algunos de los incidentes han llegado de la mano de manifestantes que portaban banderas de movimientos estudiantiles o del partido de los trabajadores (PT). Es más, durante la manifestación de Río de Janeiro se quemaron banderas del PT, partido de la presidenta y que también llevó a Lula a la presidencia.

Asimismo, militantes y dirigentes de diferentes partidos, especialmente de izquierdas como el PSB (socialista) o el PCdoB (comunista) aparecieron por alguna de las manifestaciones y fueron invitados a abandonar las peores en medio de momentos de tensión, salpicados con violencia. Incluso, las centrales sindicales y algunos partidos han intentado hacer manifestaciones paralelas, pero el rechazo social a las mismas es total y absoluto. Nadie quiere saber nada de la clase política

El inicio de las Copas Confederaciones significó el punto de partida de las muestras de protesta. La excusa fue la subida de 20 céntimos del transporte, ordenada por el Gobierno, pero se ha demostrado que no es así y que el pueblo se ha cansado de vivir de aquella manera, rodeado de inseguridad, sin posibilidad de progresar y cansado de aguantar las decisiones políticas del partido de los trabajadores (PT), que está condenado al fracaso en las elecciones del próximo año.

FIFA ha pedido respetó al fútbol. Admite que los ciudadanos se manifiesten, pero no permite que en los estadios se muestren carteles reivindicativos que nada tienen que ver con el deporte. No lo han podido impedir y la repuesta de Maracaná fue contundente: "El pueblo unido jamás será vencido", gritó la torcida brasileña con España de testigo.

La bestia ha despertado y, curiosamente, lo ha hecho de la mano del fútbol, de lo que históricamente ha servido para calmar los ánimos durante el último siglo. En esta ocasión, le señalan por el despilfarro que ha llevado al Gobierno brasileño a gastar 15.000 millones de euros, el triple de lo presupuestado, en el deporte rey. El pueblo ha dicho basta, y la preocupación llega cuando Dilma Roussef ha comprobado que las primeras medidas adoptadas para frenar la furia del ciudadano han sido un auténtico fracaso.

Las manifestaciones han movilizado a dos millones de personas, datos que en otro país significaría un porcentaje muy elevado, pero que en Brasil no pasa de  un 1% por ciento de los 200 millones de la población. El temor llega si las manifestaciones y los consiguientes gestos violentos, que llevan al destrozo de las ciudades y el saqueo de comercios de todo tipo, arrastran a más personas para desesperación de una clase política dividida por completo.

Hasta el momento, 52 ciudades han salido a la calle y, en la mayoría de ellas, la violencia ha terminado por ser la protagonista de las manifestaciones. Brasilia, Sao Paulo, Río de Janeiro y especialmente Fortaleza, próximo destino de la selección española, han sido los lugares donde el vandalismo se ha terminado imponiendo.