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Por qué la plaza Taksim está a años luz de Tahrir
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LAS PROTESTAS TURCAS PRESENTAN GRANDES DIFERENCIAS CON LA PRIMAVERA ÁRABE

Por qué la plaza Taksim está a años luz de Tahrir

Una bandera egipcia coronaba estos días la plaza Taksim de Estambul, convertida en el último icono de las algaradas sociales en contra de su Gobierno. Como también

Una bandera egipcia coronaba estos días la plaza Taksim de Estambul, convertida en el último icono de las . Como también estuvieron presentes los tributos al país árabe en la madrileña Puerta del Sol, en la Plaza Sintagma de Atenas o incluso en la campaña para ocupar Wall Street. Tahrir se ganó a pulso su ascenso a la madre de todas las plazas, lo que no reduce el abismo que separa el ágora cairota del corazón de la modernidad turca.

Afirmaba en los últimos días el primer ministro otomano, Recep Tayip Erdogan, que quien trace analogías entre Tahrir y Taksim no conoce Turquía. Y, ciertamente, poco tienen que ver uno y otro país. Tras un siglo XX trillado de golpes e intentonas militares, reinan en Turquía una democracia consolidada y una prosperidad económica con la que ni siquiera hubieran soñado los protagonistas de la primavera árabe. Curiosamente el modelo turco ha sido el más mencionado en los extensos debates sobre el futuro de la transición egipcia.

Las similitudes entre las protestas turcas y las revueltas árabes son, sin embargo, evidentes. La mayoría de los manifestantes instalados en las calles de Estambul responden al heterogéneo perfil de joven, sin una estructura centralizada, miembro de colectivos que van desde partidos izquierdistas a ultras de los equipos de fútbol y en muchos casos sin una filiación política determinada. Las redes sociales han vuelto a jugar un papel importante, en detrimento de unos medios de comunicación tradicionales, más o menos serviles con el Gobierno, que han mirado para otro lado.

Y ante este fenómeno ya conocido, las autoridades turcas no han vacilado en ofrecer su versión más intransigente. Sin los baños de sangre que se produjeron en los primeros días de protestas en Túnez y Egipto -dejando al margen las revueltas en Libia o Siria- la policía turca ha reprimido a los manifestantes con cañones de agua y gases lacrimógenos. Hasta el momento han muerto tres personas y sólo en las primeras horas ya habían detenido a más de un millar y medio de personas.

Aunque el que más ha incendiado los ánimos ha sido el propio Gobierno. Erdogan, que no modificó sus planes de viaje ante las protestas, llegó a vincular a los manifestantes con terroristas y tampoco se olvidó de la recurrente injerencia extranjera. Ni siquiera a su regreso a Estambul se mostró conciliador, asegurando que mantendrá sus planes y pidiendo a estos miles de personas que abandonen las protestas “de inmediato”, aunque después dio marcha atrás y aseguró que escucharía las “exigencias democráticas”.

El primer ministro turco ofreció, hasta ese momento, su cara más despótica. Aunque ese autoritarismo es más propio del rodillo con el que su partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) ha ido ganando elecciones que de un régimen dictatorial. Según una encuesta exprés realizada por la Universidad Bilgi de Estambul,los principales motivos por las que los jóvenes han salido a las calles son la exigencia de un mayor respeto por las libertades democráticas y los excesos de la policía. Cuando le preguntaban al activista turco Ozan Tekin en el periódico estatal egipcio Al Ahram sobre la similitud de unas protestas y otras, aseguraba que veía más semejanzas entre las recientes manifestaciones que se celebran contra Mohamed Morsi que las que provocaron la caída de Hosni Mubarak.

Democracia o religión

Otro de los elementos que ha despertado la atención de los analistas es el papel que juega el carácter religioso del AKP. Dentro de la amalgama de manifestantes, son mayoría quienes apuestan por un Estado laico. Las variables se entremezclan, pero esa no parece ser la primera de sus prioridades. Asegura la profesora de Derecho en la Universidad estadounidense de UCLA, Asli Bali, que estas protestas superan el “cliché secularismo-islamismo que domina la imagen occidental de Turquía. Ellos dan voz a las frustraciones generadas por la arrogancia del primer ministro y su desdén a toda forma de oposición”.

El origen de las manifestaciones deja entrever que el desarrollo que ha permitido a Turquía convertirse entre los veinte países más ricos del mundo no ha llegado a todos los estratos. La gran construcción de un tercer puente en el Bósforo a costa de espacios naturales, la acumulación de centros comerciales y el derribo final de un parque para construir un nuevo lugar para el consumo inspirado en un cuartel otomano han terminado por soliviantar a una parte de la población que asiste a un milagro económico del que no se sienten partícipes todos por igual.

Erdogan ha ido imponiendo poco a poco su islamismo moderado gracias precisamente a la tranquilidad que le brinda el éxito económico. La última de estas polémicas medidas ha sido limitar el consumo de alcohol en los lugares públicos, algo que agita más a los sectores laicos no por la restricción en sí, sino por el recorte de sus libertades. Uno de los grandes objetivos de las revoluciones árabes fue recuperar la dignidad, basada en la libertad para elegir. Y finalmente gracias a esa independencia los pueblos posrevolucionarios han elegido paradójicamente al islam político para conducir sus transiciones.

El papel del Ejército

Sería un ejercicio de reduccionismo limitar el electorado del AKP únicamente a islamistas. Un partido que gana una elección tras otra con cerca de la mitad de los votos tiene unas bases mucho más amplias. Y entre ellas están quienes opinan que la formación de Gobierno ha conseguido maniatar a un cuerpo de generales siempre atentos para dar el salto a la política, desde que en 1923 MustafaKemalAtatürk fundara la República turca.

El grito unísono de los manifestantes en la plaza Taksimpiden la marcha de Erdogan, pero la inmensa mayoría es consciente de que ahora mismo ese objetivo es más una entelequia. En Egipto el Ejército era el que tenía el mando y su implicación para dejar caer a Hosni Mubarak fue fundamental para el desmoronamiento del régimen. Si las exigencias de estos miles de turcos pasan por más democracia, a nadie se le ocurre que ésta la vayan a traer los militares.

El año que viene se celebran elecciones presidenciales, a las que el primer ministro Erdogan no oculta sus deseos de presentarse. Entre sus planes está modificar la Constitución para gozar de más poderes que el actual jefe de Estado, Abdullah Gül, con quien Erdogan no mantiene una buena relación. De esta forma el actual premier podría mantener su poder de una forma similar a la que utilizó su colega Vladimir Putin. Turquía no ha llegado a acorralar a la oposición como ha ocurrido en Rusia, pero sí que ha arrestado a periodistas y ha cercenado la libertad de opinión al igual que su país vecino. Las manifestaciones difícilmente lograrán derribar al AKP, pero sí que podrían minar sus aspiraciones en los próximos comicios.

En definitiva, Turquía se asemeja más a otros muchos países que a las exdictaduras árabes, de las que se encuentra a años luz. El despegue económico ha permitido que aflore una clase media, como apunta desde las página de The Atlantic, el periodista Soner Cagaptay. Y es ésta clase social quien pone en cuestión ahora los méritos del Gobierno de Erdogan. El logro de la plaza Taksim será el despertar de una sociedad civil que mira a su homóloga Tahrir, pero que se encuentra en un estadio muy superior.