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La rocambolesca historia de la presidenta de Corea del Sur
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PARK GEUN-HYE, PRIMERA MUJER PRESIDENTA DEL PAÍS

La rocambolesca historia de la presidenta de Corea del Sur

A su madre la mataron en un atentado en 1974, a su padre le disparó un viejo amigo a bocajarro en 1979 y a ella le

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La rocambolesca historia de la presidenta de Corea del Sur

A su madre la mataron en un atentado en 1974, a su padre le disparó un viejo amigo a bocajarro en 1979 y a ella le hundieron una navaja en la cara en 2006 mientras pronunciaba un discurso electoral. Se salvó por los pelos, pero le tuvieron que dar 60 puntos de sutura, una marca de 12 centímetros con la que los cirujanos trabajaron durante días. Park Geun-hye es hija del caudillo más odiado y admirado de Corea del Sur, se crió en los pasillos de la Casa Azul (el palacio presidencial de Seúl) y tenía dos opciones: huir del trauma de la vida política o entregarse en cuerpo y alma a él. Optó por lo segundo.

La recién elegida presidenta de Corea del Sur (la primera mujer que llega tan lejos en su país) no está casada ni tiene hijos, una rareza intolerable en la sociedad coreana, la más machista del mundo desarrollado según las cábalas de la ONU, y donde las mujeres abandonan sus carreras profesionales cuando tienen hijos. “No tengo familia, de modo que no necesito acumular riqueza para pasarla a mis descendientes. La gente, el pueblo, son mi familia y su felicidad es la razón por la que estoy metida en política”, explicó hace algunas semanas, a sus 60 años. En lo esencial, este es el perfil de la nueva presidenta del país de moda, una nación del tamaño de España que tiene 70 empresas entre las 2000 más importantes del mundo y la canción del momento, el Gangnam Style

La biografía Park Geun-hye no se entiende sin comprender quién era su padre, el general Park Chung Hee, uno de los grandes personajes de la Guerra Fría. Nació el año de la Revolución Rusa, en 1917, en una familia de campesinos pobres. Se hizo profesor de gramática y ejerció de ello hasta que, en 1939, se alistó en una academia militar japonesa situada en la invadida región china de Manchuria. Allí, sobreviviendo a gélidas noches, al desprecio de muchos nipones y a la disciplina del Imperio del Sol Naciente, alcanzó el grado de teniente en el Ejército japonés. Participó en la Segunda Guerra Mundial y, al acabar, regresó a Corea, donde ingresó en la recién instaurada Academia Militar y acabó peleando contra los comunistas del lado de Estados Unidos. Al concluir la guerra (una de las más brutales del siglo XX) viajó a América para completar sus estudios castrenses y regresó con la idea de dar un golpe de Estado En 1963 se hizo nombrar presidente e instauró la Tercera República. Su hija mayor, la actual presidenta, tenía entonces diez años.

Con su familia instalada en la Casa Azul, el general Park Geun-hye fue armando un durísimo régimen militar y personalista que, bajo una burda fachada democrática, monopolizó todos los estamentos del poder y reprimió sangrientamente cualquier manifestación de disidencia. Su gran obsesión era hacer frente al régimen comunista montado por Kim Il Sung al otro lado del Paralelo 38 donde, en los años 60, se vivía mejor que en el Sur y se prosperaba más deprisa. O al menos eso dicen quienes tuvieron el privilegio de viajar a ambos mundos en aquellos tiempos. Aunque hoy sigue ocupando titulares, la crisis entre las dos Coreas no es nada comparado con lo que fue. El “estado de guerra” (Seúl y Pyongyang firmaron un armisticio pero nunca la paz) se hacía notar entonces como parte de la cotidianeidad: secuestros, atentados, escaramuzas fronterizas, deserciones... En ese ambiente de amenaza constante, entre algodones palaciegos y guardaespaldas, se crió la recién elegida presidenta del país.

Liberalismo experimental

Utilizando medidas cada vez más represivas, torturas y asesinatos, Park se agarró al poder y se hizo “reeligir” presidente en 1967 y 1971. El descontento social y la oposición universitaria empezaron a hacerse insostenibles: manifestaciones, acciones sindicales, pequeños atentados… En 1972, instauró la ley marcial y dio otra vuelta de tuerca a la represión. Poco después, su esposa cayó muerta, alcanzada por una bala que iba dirigida contra él, en un atentado organizado por Corea del Norte y simpatizantes comunistas. Su hija mayor, Park Geun-hye, fue obligada a asumir el rol de primera dama y tuvo que regresar a toda prisa de Francia, donde estaba estudiando. La hoy presidenta, entonces una veinteañera, asistió en primera persona a los últimos tumbos del dictador: paranoico, acorralado y haciendo frente fatigosamente a una enorme oposición callejera y un creciente rechazo en sus propias filas. En 1979 la situación era insostenible. En otoño, su viejo amigo Kim Jae Kyu, jefe del temido Servicio Central de Inteligencia, encontró la solución en medio de una borrachera: disparó al general en la cara y lo mató.

La joven Park Geun-hye salió entonces a codazos de la Casa Azul y durante un tiempo quedó al margen de todo. Desde una distancia prudente vio como la implosión del mundo comunista y la penosa deriva de Pyongyang legitimaban la herencia de su padre. Al odiado general se le empezó a reivindicar entonces como al hombre que supo guiar el país por la senda del desarrollo. Aunque no se olvida la brutalidad de su dictadura, la imagen nocturna por satélite de las dos Coreas queda como prueba fehaciente del desenlace de la Guerra Fría: la mitad comunista arruinada, a oscuras, cada vez más represiva y hambrienta, mientras su hermana capitalista brilla, aumenta el tamaño de sus rascacielos y supera ya en renta per-capita a muchos países europeos, incluido España.

Al frente del partido conservador, donde fue escalando desde muy abajo, Park Geun-hye se presentó a las elecciones de la semana pasada como heredera de dicho éxito histórico. Aderezó oportunamente su imagen con una llamada a la reconciliación y, así, a lo largo de la campaña pidió perdón a los familiares de las víctimas que dejó su familia y mostró una actitud más dialogante con Corea del Norte que su antecesor, Lee Myung Bak. Al final de una contienda ajustada, derrotó a su rival, Moon Jae-in, un activista pro- derechos humanos que encarna precisamente el otro rostro del país. La hija del generalísimo pretende consumar ahora su transformación en ser mitológico. Le gustan dos de sus apodos: “nieve blanca” y “reina de hielo”, una madre fuerte y exigente para un país adicto a la disciplina y el orden que afronta tiempos revueltos.

A su madre la mataron en un atentado en 1974, a su padre le disparó un viejo amigo a bocajarro en 1979 y a ella le hundieron una navaja en la cara en 2006 mientras pronunciaba un discurso electoral. Se salvó por los pelos, pero le tuvieron que dar 60 puntos de sutura, una marca de 12 centímetros con la que los cirujanos trabajaron durante días. Park Geun-hye es hija del caudillo más odiado y admirado de Corea del Sur, se crió en los pasillos de la Casa Azul (el palacio presidencial de Seúl) y tenía dos opciones: huir del trauma de la vida política o entregarse en cuerpo y alma a él. Optó por lo segundo.

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