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El mundo árabe no quiere que Obama pise su primavera
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AUNQUE NINGÚN PAÍS RENUNCIA A LA COLABORACIÓN CON LOS DEMÓCRATAS

El mundo árabe no quiere que Obama pise su primavera

Un hálito de optimismo recorrió todo Oriente Próximo cuando un flamante Barack Hussein Obama subió a la tribuna de la Universidad de El Cairo en 2009

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El mundo árabe no quiere que Obama pise su primavera

Un hálito de optimismo recorrió todo Oriente Próximo cuando un flamante Barack Hussein Obama subió a la tribuna de la Universidad de El Cairo en 2009 y prometió un “nuevo comienzo” en las relaciones entre Occidente y el mundo islámico. Estados Unidos apoyaría a aquellos ciudadanos árabes que exigieran una vida mejor, prometió entonces el recién elegido presidente norteamericano. Las revoluciones se desencadenaron súbitamente un par de años después. La primavera árabe inoculó en sus pueblos un sentimiento de independencia, que impide ahora que la reelección de Obama pase del simple comentario en los concurridos cafés.

Mucho ha cambiado el mapa geopolítico en estos tres años. Las revueltas populares precedieron a procesos democráticos en los que los islamistas se abren paso a costa de las vetustas dictaduras militares. En Siria el tránsito se halla paralizado en medio de una guerra abierta, en Bahréin o Yemen la revolución se ha quedado a medias, mientras que Libia intenta desatarse del caos institucional en el que se encuentra. Estados Unidos no tuvo la última palabra como hubiera ocurrido hace décadas, aunque su influencia jugó un papel importante para facilitar el cambio.

Arrastrado por la dinámica que había marcado Túnez, donde la revolución sorprendió a la Casa Blanca con el pie cambiado, Obama pidió la renuncia de Hosni Mubarak, el principal aliado de Estados Unidos en el mundo árabe. Adoptó la misma postura con el Gobierno yemení, mientras que se mostró más dubitativo en el caso de Bahréin, socio estratégico de las monarquías petroleras del Golfo. Siguiendo con esa doctrina del “poder blando”, sólo apoyó una intervención militar patrocinada por la OTAN en Libia, mientras que ahora en Siria respalda a los rebeldes, aunque les niega el suministro de armas.

Pocas horas después de la reelección de Obama, el presidente egipcio, Mohamed Morsi, y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, enviaron a Washington sus felicitaciones, como si rivalizaran por dejar poco espacio a las dudas. Ambos han reiterado en público su intención de mantener los lazos con el Gobierno estadounidense. Morsi, pese al histórico antiimperialismo de los Hermanos Musulmanes y el antiamericanismo de los islamistas. Netanyahu, aún después de sus constantes encontronazos con Barack Obama, quien ha pedido sin éxito el cese de la construcción de asentamientos israelíes en territorios palestinos.

Inevitable dependencia

Algunos de los centros de estudios más prestigiosos, como la fundación Carnegie, con sede en Beirut, sugieren que Estados Unidos debe contribuir al desarrollo de estos países que han elegido un camino democrático. “El islam no es el enemigo, el enemigo es la intolerancia, el extremismo y el dogmatismo, donde quiera que exista, de forma religiosa o secular. Si América quiere recuperar su credibilidad, necesita defender una política por encima de la ideología y reconocer que los ciudadanos árabes tienen derecho a elegir a sus líderes”, defiende el vicepresidente de esta organización, Maruan Muasher.

Estas relaciones hasta ahora se han basado en el poderío económico norteamericano. Hace unos meses que Estados Unidos comprometió cerca de 400 millones de euros en donaciones a Oriente Próximo. Mientras que en Egipto, país que aspira a asumir el liderazgo en la región, la ayuda estadounidense sigue representando una partida irrenunciable. Cada año el país norteafricano recibe unos 1.200 millones de euros, de los que unos 1.000 van a parar al Ejército. Además, en estos días El Cairo ultima con el FMI las condiciones de un préstamo, en el que la postura de Washington también será determinante. El nuevo Gobierno egipcio insiste en mantener los lazos con la primera economía del mundo, aunque en los últimos meses ha abierto sus horizontes financieros a China o Turquía, al tiempo que conserva sus tradicionales aliados del Golfo Pérsico.

La deteriorada economía estadounidense reduce, sin embargo, su influencia en la región, según Maruan Muasher. Las pocas simpatías por el socio americano calan en gran parte de la población, especialmente entre los islamistas, por lo que las relaciones se convierten cada vez más en un matrimonio de conveniencia. Si Obama quiere mantener vivo su poderío en Oriente Próximo, opina Muasher, tendrá que aumentar sus compromisos en el terreno político.

Una relación maltrecha

Esa influencia ya está perdida, según mantiene otro de los grandes think tanks, el Centro Brookings de Doha. Durante los últimos años, “se ha desaprovechado una oportunidad para la paz, ya que Israel ha conseguido traspasar el centro de atención de Palestina a Irán, marcando el camino para un presidente que quería trasladar el foco de Oriente Próximo a Asia”, señala la analista de Brookings, Ruth Hanau. Las primeras esperanzas que depositaron los palestinos en Obama se fueron disipando, a un ritmo progresivamente opuesto al que empeoraban las relaciones con el Gobierno israelí.

La gran tarea pendiente en materia internacional parece ubicarse ahora en Irán y en su programa de desarrollo nuclear, para lo que Israel y los sectores estadounidenses más conservadores exigen más dureza. “Han matado a nuestro embajador en Libia, un miembro de los Hermanos Musulmanes es presidente de Egipto, más de 20.000 personas han muerto en Siria e Irán está mucho más cerca de construir un arma nuclear. Es el momento de dominar los asuntos en Oriente Próximo y no mostrarse misericordioso con lo que ocurre”, señalaba el propio Mitt Romney en uno de los debates con Obama.

Sólo unos pocos sectores preferían al candidato republicano, bajo el argumento compartido de que Obama se ha entregado a los islamistas. El presidente estadounidense ha reiterado su apoyo a las revoluciones árabes, aunque su doctrina se queda a medio camino. En Siria, los opositores reclaman que les suministren armas e incluso los rebeldes armados solicitan una intervención militar extranjera; mientras que en los países donde se ha producido el cambio, Obama no logra inculcar entre la población las bondades de la cooperación con el socio americano.

Sin la presión de enfrentarse a unos nuevos comicios, los expertos entienden que las segundas legislaturas son las de la política exterior, en la que los dirigentes intentan tomar decisiones más valientes. Aunque la crisis impondrá a Obama una mayor urgencia en los asuntos económicos. Pero como recuerda desde las páginas de la revista Foreign Policy quien fuera asesor del Departamento de Estado durante dos décadas, Aaaron David Miller, a Obama no le sobra el tiempo, pues su credibilidad “comienza a deteriorarse desde el primer día después de su reelección y se irá degradando hasta que se convierta en un pato cojo a medida que se acerque a 2016”.

Un hálito de optimismo recorrió todo Oriente Próximo cuando un flamante Barack Hussein Obama subió a la tribuna de la Universidad de El Cairo en 2009 y prometió un “nuevo comienzo” en las relaciones entre Occidente y el mundo islámico. Estados Unidos apoyaría a aquellos ciudadanos árabes que exigieran una vida mejor, prometió entonces el recién elegido presidente norteamericano. Las revoluciones se desencadenaron súbitamente un par de años después. La primavera árabe inoculó en sus pueblos un sentimiento de independencia, que impide ahora que la reelección de Obama pase del simple comentario en los concurridos cafés.

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