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Caos y violencia un año después de Gadafi
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SE CUMPLE EL ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL DICTADOR LIBIO

Caos y violencia un año después de Gadafi

Ha pasado un año desde que una grabación con teléfono móvil expusiera una de las últimas humillaciones a las que fue sometido Muamar el Gadafi antes

Foto: Caos y violencia un año después de Gadafi
Caos y violencia un año después de Gadafi

Ha pasado un año desde que una grabación con teléfono móvil expusiera una de las últimas humillaciones a las que fue sometido Muamar el Gadafi antes de morir. Decenas de vehementes guerrilleros celebraban la captura del coronel en la ciudad de Sirte, tras varios meses de una cruenta guerra civil. Tres días después, ante un público mucho mayor, las nuevas autoridades libias festejaban en Trípoli el renacimiento de un país, que en doce meses ha conseguido borrar cuatro décadas de una enfermiza dictadura, pero que aún está lejos de esa ansiada libertad.

Lo que ocurrió aquel 20 de octubre todavía hoy es un misterio. Los líderes del Consejo Nacional de Transición informaron entonces de que una bala perdida acabó con la vida de Gadafi, una explicación que nunca gozó de demasiada verosimilitud. Un informe de Human Rights Watch (HRW) sugiere estos días que el dictador fue torturado hasta la muerte después de su captura, junto al hijo del coronel, Mutasim Gadafi, y otros 66 guerrilleros fieles al régimen, que fueron también ejecutados.

El fin de la guerra no pudo ser sino violento, pero el cese de los combates no consiguió frenar las atrocidades. Las milicias que lucharon contra Gadafi se han cobrado venganza y han conseguido imponer la ley que marcan las armas, por lo que acabar con estos crímenes constituye el principal reto para las nuevas autoridades, según HRW. El ataque que se produjo hace un mes contra la embajada estadounidense en Bengasi, en el que murió el embajador norteamericano Chris Stevens, supuso un importante punto de inflexión en esta tarea.

Las autoridades libias respondieron con un ultimátum a las milicias para que abandonaran las armas, ofreciéndoles la posibilidad de integrarse en las fuerzas regulares. Una oferta que ha fracasado durante todo este año, debido a que miles de rebeldes han rechazado desvincularse del amparo de las brigadas. Ni siquiera se conoce realmente cuál es el material bélico en la clandestinidad, ya que gran cantidad de ese armamento fue robado a las Fuerzas Armadas de Gadafi, que nunca consiguió formar unas tropas sólidas pero sí un potente equipo.

También persisten algunos remanentes armados del antiguo régimen, como los que esta semana han sido asediados en la ciudad de Bani Walid por otras milicias vinculadas al Ejército actual. El poder de estos grupos, entre los que podría haber elementos yihadistas, preocupa a Estados Unidos, que ha aprobado la entrega de una ayuda económica a Libia para apoyar el desarme. Tanto la Casa Blanca como las autoridades libias sospechan que el ataque a la sede consular norteamericana fue obra de un grupo vinculado a Al Qaeda infiltrado en el país.

Parálisis política

La acción de las autoridades se ha visto frenada por su propia debilidad. Hace sólo una semana que el exdiputado independiente Ali Zeidan se convirtió en el nuevo primer ministro, sustituyendo a Mustafa Abu Sagur, que fue cesado un mes después de alcanzar el cargo ante su incapacidad para nombrar un Gobierno. Hasta ahora la única institución que los libios han conseguido formar el Consejo Nacional General, una cámara interina que debe elegir a los 60 representantes que redactarán la nueva Constitución.

La Alianza de Fuerzas Nacionales, una coalición formada por grupos considerados liberales y proocidentales, se impuso en estas elecciones a la marca política de los Hermanos Musulmanes en Libia. Aunque el sistema electoral, que otorga 120 escaños para candidatos independientes y 80 para los grupos políticos, limita que el poder recaiga en una fuerza hegemónica clara.

Hace unas semanas quien actuara como primer ministro del bando rebelde durante la guerra civil, Mahmoud Jibril, reconocía en una entrevista con El Confidencial que “en Libia no hay un Estado”, por lo que la reconstrucción del país será muy distinta al caso tunecino o egipcio, donde sí que existían unas instituciones. Jibril apostaba entonces por integrar a todos los grupos -incluidos “elementos terroristas, si los hubiera”- para garantizarles el futuro que hasta ahora nadie les ha ofrecido.

El poder omnímodo que concentró Gadafi ha dado paso a un vacío absoluto, que no ha sido capaz de resolver las grandes cargas que deja el legado del dictador. Su hijo, Saif al Islam, encarna a la perfección esa responsabilidad. El preferido del coronel continúa arrestado en la ciudad occidental de Zintan, ante el rechazo de los guerrilleros a entregarlo a La Haya y el empeño de los libios en juzgarlo en su propio territorio. También el Gobierno interino se ha mostrado desbordado ante el reto de cohesionar un territorio antes unido por la fuerza y ahora agitado por las reivindicaciones territoriales e incluso por la insumisión de las regiones más levantiscas como la Cirenaica, que llegó a amagar con su independencia.

Ha pasado un año desde que una grabación con teléfono móvil expusiera una de las últimas humillaciones a las que fue sometido Muamar el Gadafi antes de morir. Decenas de vehementes guerrilleros celebraban la captura del coronel en la ciudad de Sirte, tras varios meses de una cruenta guerra civil. Tres días después, ante un público mucho mayor, las nuevas autoridades libias festejaban en Trípoli el renacimiento de un país, que en doce meses ha conseguido borrar cuatro décadas de una enfermiza dictadura, pero que aún está lejos de esa ansiada libertad.

Muamar el Gadafi