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Los desaparecidos de la revolución
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CERCA DE 1.500 PERSONAS DESAPARECIERON EN EGIPTO TRAS LA CAÍDA DE MUBARAK

Los desaparecidos de la revolución

Los profundos ojos negros de Sabah Abdel Fatah apenas logran disimular una honda preocupación. El riguroso luto que la cubre desde la cabeza hasta los tobillos

Foto: Los desaparecidos de la revolución
Los desaparecidos de la revolución

Los profundos ojos negros de Sabah Abdel Fatah apenas logran disimular una honda preocupación. El riguroso luto que la cubre desde la cabeza hasta los tobillos apuntala esa mirada erosionada por la espera, aunque aún dura. Todavía mantiene la confianza en volver a hablar con su hijo. La última vez que pudo escuchar su voz fue hace más de un año y medio.

“Mi hijo se sumó a las protestas el 28 de enero del año pasado. Fue a Tahrir y nunca regresó a casa. Fui a buscarlo a la plaza y después a todos los hospitales y comisarias, donde puse varias denuncias, pero nunca supe nada. El 11 de febrero, el día que el presidente renunció a su cargo, me llamó. Me dijo que estaba en prisión, pero la línea se cortó y no volví a saber nada de él”, relata, sin apenas tomar aliento. Desde entonces, Sabah ha recorrido miles de kilómetros por el país, rastreando en vano su paradero.

Su hijo, Mohamed Sedik, tenía 25 años en el momento de su desaparición. Su familia sólo le pudo dar una infancia humilde, pero el muchacho consiguió la licenciatura de Derecho en una Universidad de El Cairo. La falta de oportunidades le privó de poder ejercer como abogado, por lo que buscó otras salidas profesionales. “La Justicia no existe en este país. Todo los chicos que estudian se van directos a su casa porque no hay trabajo. Por eso se levantaron. En aquellos días se cometieron muchos crímenes que han quedado impunes”, prosigue su madre, que acusa directamente al mariscal Husein Tantaui –que dirige la Junta Militar que pilotó la transición- y “al resto de los militares”.

“Después de cada enfrentamiento en las calles hubo muchos muertos, muchos heridos y otros muchos de los que no se sabe nada. Las familias de los fallecidos han recibido ayudas del Gobierno y los arrestados tienen el apoyo de otras campañas. Pero los familiares de los desaparecidos no han tenido ningún tipo de asistencia”, asegura Nermin Yusri, portavoz de una plataforma creada hace unos pocos meses, que estima que cerca de 1.500 personas continúan en este misterioso limbo.

“Honestamente, sabemos que muchos de ellos están muertos, pero también estamos convencidos de que hay muchos otros que siguen en prisión, en una situación completamente ilegal”, asegura la joven, que trabaja como voluntaria en la organización. El recién elegido presidente Mohamed Morsi ha creado un comité para investigar los casos de miles de civiles arrestados por las autoridades militares desde la revolución. En una medida de gracia, coincidiendo con el inicio del ramadán, ordenó la liberación de 572 civiles detenidos por las autoridades castrenses desde la caída de Hosni Mubarak. Aunque desde este movimiento, llamado Vamos a encontrarlos, le piden al Jefe de Estado que analice uno por uno los casos de los desparecidos.

Una cuestión de fe 

A Abdel Fatah Abdel-Mohsen ya se le escapó la fe. Su gesto es igual de pétreo que el de Sabah, con la diferencia de que este rezuma resignación. Tiene los ojos vidriosos, 57 años y apariencia de octogenario. Su hijo, que acababa de cumplir la mayoría de edad, desapareció en los incidentes previos a las elecciones legislativas del pasado noviembre, en los que unas 40 personas murieron tras los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad.

Hace algún tiempo que su padre dejó su trabajo como taxista y la única aspiración que le queda es averiguar si el joven engrosó de forma anónima aquella lista oficial. “Yo sólo quiero saber qué fue de él, si está vivo o muerto. Si ha muerto, lo habrá hecho por su país y lo acepto, pero quiero saber qué ocurrió con él”, confiesa el conductor jubilado.

Abdel Fatah ni siquiera llegó a escuchar una voz al otro lado del teléfono y como Sabah ha removido aire y tierra de forma inútil. Su cansancio es palpable, aunque aún se atreve a expresar que luchará para averiguar lo que pasó. “Él es joven, representa el futuro de Egipto y nadie más que nosotros le está buscando”, añade.

Pese al nuevo escenario político, la estructura de los cuerpos del Estado apenas ha cambiado. Los militares se reservaron las prerrogativas para seguir controlando los asuntos relacionados con la seguridad y el nombramiento de un mando del Ejército militar como nuevo ministro del Interior complica la purga que reclaman los grupos revolucionarios. “La revolución despertó a los egipcios, se removieron las conciencias. Pero políticamente nada ha cambiado, sigue habiendo arrestos ilegales, continúa la impunidad y ni la policía ni los militares colaboran en nada”, insiste la portavoz de la organización.

“Espero, como hubiera querido mi hijo, que el presidente haga un buen trabajo y acabe con la corrupción. Si no hubiera ningún cambio, todos los fallecidos en la revolución, habrán muerto por nada”, sostiene la madre del joven desaparecido. Ahora, al menos, estos familiares se apoyan mutuamente para encontrar la verdad. Pero, a diferencia de Jack Lemmon en Desaparecido, la mayoría son egipcios humildes y ni siquiera existe un estadio nacional al que acudir para descubrir los rostros de la infamia.

Los profundos ojos negros de Sabah Abdel Fatah apenas logran disimular una honda preocupación. El riguroso luto que la cubre desde la cabeza hasta los tobillos apuntala esa mirada erosionada por la espera, aunque aún dura. Todavía mantiene la confianza en volver a hablar con su hijo. La última vez que pudo escuchar su voz fue hace más de un año y medio.