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Un réquiem por el ‘rais’
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EL EX PRESIDENTE EGIPCIO HOSNI MUBARAK, AGONIZA EN UN HOSPITAL MILITAR

Un réquiem por el ‘rais’

Dos mujeres apenas dejaban descubierto su rostro de la tela negra que les cubría todo el cuerpo. Sentadas en la acera, esperaban templadas a las puertas

Foto: Un réquiem por el ‘rais’
Un réquiem por el ‘rais’

Dos mujeres apenas dejaban descubierto su rostro de la tela negra que les cubría todo el cuerpo. Sentadas en la acera, esperaban templadas a las puertas del hospital militar donde se encuentra ingresado Hosni Mubarak, la muerte del dictador que gobernó Egipto durante las últimas tres décadas. En los brazos de una de ellas, una niña nacida tras la revolución de hace un año y medio dormía plácidamente, ajena al revuelo que se había formado. Su madre, de 27 años, aseguraba que había acudido a despedir al ‘rais’ para que su pequeña rindiera el último homenaje a un faraón al que nunca vio ejercer el cargo.

El centro médico se convertía bien entrada la madrugada en un velatorio al aire libre. Una de las pocas habitaciones encendidas era quizá el último alojamiento del ex presidente egipcio, que había sido trasladado unas horas antes desde la prisión común donde se encontraba, después de haber sufrido una trombosis cerebral y una parada cardíaca. Las primeras informaciones de la agencia estatal Mena aseguraban que Mubarak llegó al hospital “clínicamente muerto”, pero pocos minutos después llegaban diferentes noticias que aseguraban que el dictador estaba resistía con vida, bajo respiración asistida.

Está muy enfermo, va a morir en pocas horas”, lamentaban al unísono las dos mujeres. Farida Ismail, de 57 años, alzaba la voz para recodar la “estabilidad y la seguridad” que trajo al pueblo egipcio el ex mandatario. Su joven compañera admitía que había dejado de recibir encargos para planchar a domicilio, como lo hacía antes de las revueltas. “¿Dónde ha quedado nuestra dignidad?”, expresaba, recordando una de las palabras que más retumbaron el enero del pasado año en la plaza Tahrir. El eco rebotaba anoche en un grupo de manifestantes que también habían acudido a las puertas del hospital.

El luto se veía entonces interrumpido por una riña callejera. Un joven proclamaba que el dictador egipcio “debía morir en la horca como lo hizo Sadam Husein y no en un hospital”. “Mubarak es aún nuestro presidente” replicaba su interlocutor. Otro muchacho intentaba involucrarse en la discusión alzando una gran fotografía del ex presidente, a imagen y semejanza de las que muestran las familias de los fallecidos durante las protestas. “Son jóvenes y no saben que el futuro que nos espera es muy negro”, aseguraba desde fuera un empleado de banca, constreñido también por el estado crítico del ex gobernante, de 84 años.

Celebraciones en Tahrir

El azar quiso que la noticia llegara a una plaza Tahrir todavía ocupada por miles de personas que habían acudido a reclamar que los militares del pasado régimen cedan realmente el poder a una autoridad elegida en las urnas. El traslado de Mubarak al hospital militar alargaba el fin de fiesta, que era adornado a última hora con fuegos artificiales.

La cadena perpetua impuesta contra Mubarak por la matanza de cientos de civiles durante la revolución ya había soliviantado también a la plaza, que pedía una sentencia más dura no sólo para el faraón, sino para su dinastía, ya que tanto él como sus hijos fueron absueltos de los cargos de corrupción que pesaban sobre ellos. La posibilidad de que el último primer ministro de la dictadura, Ahmed Shafiq, heredara ese poder y los últimos movimientos de la Junta Militar para blindar sus intereses y sobre todo, su poder económico, desencadenaron también la reacción de quienes temían que el régimen de Mubarak se perpetuara sin el anciano dictador.

Muchos han sido los rumores que afirmaban que la delicada salud del ex presidente se ha ido degradando en las menos de tres semanas que lleva en prisión. Hoy se cumplen 18 días desde que dejara el lujoso hospital militar donde se encontraba antes de conocer veredicto hasta que ingresó en una prisión común. Ese fue el mismo tiempo que necesitó para abandonar al fin el poder tras la insoportable presión de las calles. Hoy como entonces varios soldados custodian sus aposentos, cerrados a cal y canto. Al otro lado, dos mujeres vestidas de negro aguardan que su cadena perpetua no se prolongue un día más, cuando está previsto que se haga oficial el nombre del próximo ‘rais’ egipcio.

  

Dos mujeres apenas dejaban descubierto su rostro de la tela negra que les cubría todo el cuerpo. Sentadas en la acera, esperaban templadas a las puertas del hospital militar donde se encuentra ingresado Hosni Mubarak, la muerte del dictador que gobernó Egipto durante las últimas tres décadas. En los brazos de una de ellas, una niña nacida tras la revolución de hace un año y medio dormía plácidamente, ajena al revuelo que se había formado. Su madre, de 27 años, aseguraba que había acudido a despedir al ‘rais’ para que su pequeña rindiera el último homenaje a un faraón al que nunca vio ejercer el cargo.