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Julián Herranz, el cardenal español que busca a los cuervos del Vaticano
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EL PURPURADO ACTÚA COMO DETECTIVE DEL PAPA

Julián Herranz, el cardenal español que busca a los cuervos del Vaticano

Así como se suele decir que algo debe de tener el agua cuando la bendicen, el cardenal Julián Herranz ha de guardar alguna virtud en sí,

Foto: Julián Herranz, el cardenal español que busca a los cuervos del Vaticano
Julián Herranz, el cardenal español que busca a los cuervos del Vaticano

Así como se suele decir que algo debe de tener el agua cuando la bendicen, el cardenal Julián Herranz ha de guardar alguna virtud en sí, al margen de las ya conocidas, para que Benedicto XVI le haya encomendado buscar y encontrar a los cuervos que han osado burlar los más profundos secretos de la Santa Sede y sacarlos a la luz rasgando así, como si de un velo santo se tratara, una tradición de silencio de dos mil años.

Una de las últimas conferencias que pronunció el cardenal Herranz en España tuvo lugar en la Universidad Católica de Murcia, controlada por los kikos, es decir, los seguidores de Kiko Argüello, creador del Camino Neocatecumenal. Y, precisamente, uno de los hechos que Herranz va a tener que investigar es cómo una carta manuscrita por el propio Papa Benedicto XVI, en la que se reconoce cierto malestar con la manera de conducirse de los seguidores de Argüello en materia litúrgica, ha podido ser filtrada a los medios de comunicación.

Hijo pródigo con raíces en Baena

El cardenal Julián Herranz sabe del valor de las raíces. Nació en la localidad cordobesa de Baena hace ochenta y dos años, salió de allí cuando era niño y aún suele volver a la tierra que le vio nacer. Como él mismo dijo, un hijo pródigo de Baena al que se nombró, en 2010, hijo predilecto. Pero, sobre todo, Herranz es una persona sobria, austera, tremendamente disciplinada, a juicio de quienes le conocen personalmente, y de una inteligencia fuera de lo común.

Tanto es así que cuando el fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá, lo conoció en la década de los cincuenta, tuvo motivos de sobra para convertirlo en pieza clave de la Obra. A pesar de haber estudiado Medicina, como su padre, Julián Herranz se ordenó sacerdote, y voló a Roma para desarrollar un importante papel como miembro del Opus en el Vaticano.

Quienes acostumbran a sobrevalorar el papel del Opus, suelen asegurar que Herranztuvo ya un importante protagonismo en el Concilio Vaticano II, defendiendo la importancia de los seglares en la Iglesia, es decir, la aportación de la Obra. En cualquier caso, lo cierto es que cuando el Opus ocupó los mayores espacios e influencias en la Santa Sede, sobre todo en la época de Juan Pablo II, Julián Herranz fue una figura clave en el impulso que recibió Josemaría Escrivá para ser beatificado y santificado.

El Opus, el Vaticano y Jericó

El propio cardenal Herranz analiza las relaciones entre el Vaticano y el Opus en su libro En las afueras de Jericó, en el que se puede observar la importancia que el concepto de carisma tuvo para que la Obra ocupara el puesto que consiguió cubrir en la Iglesia y, sobre todo, las claves que podrían justificar la santificación de Josemaría Escrivá.

Buscando cuervos en la casa de San Pedro

La decisión de elegir al cardenal Herranz para cazar los cuervos que vuelan sobre San Pedro tiene que ver, en primer lugar, con su rango: ser cardenal le permite reclamar el testimonio de sus compañeros y, aunque la norma del Vaticano es que un cardenal no puede ser ni interrogado ni investigado, nadie le puede negar a un compañero de púrpura un cambio de impresiones sobre los graves hechos que se han producido junto al mismo apartamento de Benedicto XVI. Y si se tiene en cuenta la edad del investigador, se puede descartar de entrada que el cardenal Herranz quiera aprovechar su cometido para sacar rendimiento personal de cara a un futuro.

Así como se suele decir que algo debe de tener el agua cuando la bendicen, el cardenal Julián Herranz ha de guardar alguna virtud en sí, al margen de las ya conocidas, para que Benedicto XVI le haya encomendado buscar y encontrar a los cuervos que han osado burlar los más profundos secretos de la Santa Sede y sacarlos a la luz rasgando así, como si de un velo santo se tratara, una tradición de silencio de dos mil años.