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Los militares miran a otro lado tras la masacre de los cristianos egipcios
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LOS COPTOS DENUNCIAN LA BRUTALIDAD DEL EJÉRCITO

Los militares miran a otro lado tras la masacre de los cristianos egipcios

La calma impuesta por los militares duró apenas unos segundos. Los que transcurrieron desde que comenzaron los cánticos contra las autoridades hasta que salieron los féretros

Foto: Los militares miran a otro lado tras la masacre de los cristianos egipcios
Los militares miran a otro lado tras la masacre de los cristianos egipcios

La calma impuesta por los militares duró apenas unos segundos. Los que transcurrieron desde que comenzaron los cánticos contra las autoridades hasta que salieron los féretros de la Catedral Copta de El Cairo después de recibir funeral. Las masas corrían enfervorecidas a intentar tocar esos ataúdes. Mártires desde hoy de la más brutal represión vivida por esta comunidad religiosa en los últimos tiempos.

Una veintena de cuerpos sin vida salieron del templo. En el interior de la iglesia no había presencia de las fuerzas de seguridad y las manifestaciones fueron en todo momento pacíficas. Los propios miembros de la comunidad habían colocado detectores de metales en la puerta para velar por la seguridad. Lo que no pudieron contener fue la rabia. En el interior de la iglesia había muchas más proclamas que llantos. Los hombres lideraban las protestas desde el altar y las mujeres servían de coro desde los bancos.

El general Tantaui, quien gobierna el país de facto, era el personaje más vilipendiado. “No hay cambios. Mubarak y Tantaoui son lo mismo. No ha habido ningún cambio desde la revolución, porque la misma cúpula militar sigue al mando”, comentaba reflexivo Bassem Nosef, en medio de la algarabía. Este estudiante, de 21 años, que se había encargado de vigilar los accesos, se mostraba desbordado.

Los fieles asumieron definitivamente su papel de manifestantes y salieron a las calles para extender su rabia al resto de El Cairo. Cientos de militares que se habían desplegado para controlar la situación miraban impasibles a las 3.000 personas que cortaron las calles, de forma ilegal, pero pacífica.

La tensión, que se sostenía con alfileres, se había roto en momentos muy puntuales. Los coptos, que fueron desde primera hora de la mañana al hospital donde se almacenaban los féretros, se llegaron a enfrentar a las fuerzas del orden. El reguero de coches quemados revelaba que la noche había sido tensa en este barrio con una notable presencia cristiana. Los hechos, más evidentes que los del día anterior, no fueron suficientes para que los militares descargaran con toda su fuerza. Estaban en el ojo del huracán.

A las puertas del centro médico, la furia con la que se dirigía Magdy Mamdouq a las cámaras de televisión mostraba bien a las claras que los cristianos coptos ya tienen un nuevo día de la ira en el calendario. Este egipcio de 33 años se preguntaba una y otra vez por qué el ejército decidió actuar con semejante brutalidad la noche anterior. Las vendas de su vientre daban verosimilitud a su relato. Explicaba que los militares le golpearon con barras de hierro mientras él permanecía en el suelo.

Al fin y al cabo Mamdouq tuvo suerte. Sólo era uno de los más de 300 heridos. Estaba en condiciones de presenciar el macabro desfile de féretros, tan aclamados como en la catedral. A los mártires no se les llora, sino que se les rinde tributo. Y en el mundo árabe, eso supone ostentación. Los fieles agitaban sus cruces, besaban los símbolos de las autoridades religiosas, también desplazadas hasta allí, y dirigían sus cánticos contra una mezquita, curiosamente ubicada justo en frente. Las enfermeras contemplaban perplejas semejante despliegue desde las ventanas del centro sanitario.

Mientras, los heridos buscaban ávidos a la prensa extranjera para contarles su versión de lo ocurrido.  “Nosotros no llevábamos ningún arma. Un grupo de saboteadores se infiltró en la manifestación y comenzó los disturbios. Los militares no hicieron nada contra ellos y a nosotros nos masacraron sin avisar”, relataba Adham Fathy, un hombre de 33 años con un discurso más elaborado que el resto, pero igual de indignado que la multitud.

Desinformación gubernamental

Este relato difiere completamente con el que ofrecen las autoridades. Las primeras informaciones señalaban a los coptos como los culpables de iniciar los incidentes. Tras reunirse de emergencia con su gabinete, el primer ministro, Essam Sharaf, se apresuró a informar de que habían detenido a una decena de culpables, aunque se negaron a difundir el número y el grupo religioso al que pertenecían. Para los dirigentes no se trata de una lucha entre religiones, sino de una “conspiración propia de saboteadores del régimen”. Sólo después de que los partidos al unísono y los líderes religiosos, incluido el máximo representante islámico, condenaran lo ocurrido, el Gobierno matizó sus palabras para señalar que no tenía claro si los coptos habían iniciado los disturbios. La propia junta militar abrirá una investigación para aclarar lo ocurrido.

El culpable del asesinato de seis coptos en 2009 fue ejecutado ayer mismo como medida ejemplarizante. Los militares imponían su ley asegurando que independientemente de lo que pase, serán ellos quienes piloten la transición a la democracia. En las calles, uno de los gritos más afamados de la revolución: “El pueblo quiere el fin del régimen”, sonaba de nuevo, esta vez en boca de los coptos.

Este grupo tradicionalmente perseguido durante el mandato de Mubarak vio su oportunidad de encontrar un hueco en la vida política tras la revolución. En las últimas semanas habían aumentado su presencia en la vida pública con varias manifestaciones. Pero la realidad les ha vuelto a machacar. “Mubarak sigue gobernando el país. Egipto no cambiará hasta que no eliminen las prácticas militares”, señalaba Adham Fathy. Esa parece la idea más asentada. Sobre el futuro hay más dudas. “Estamos hundidos y no vamos a levantarnos”, indicaba Abnoub Beto, un joven estudiante de 21 años. Esperemos a ver qué pasa, opina la mayoría.

La calma impuesta por los militares duró apenas unos segundos. Los que transcurrieron desde que comenzaron los cánticos contra las autoridades hasta que salieron los féretros de la Catedral Copta de El Cairo después de recibir funeral. Las masas corrían enfervorecidas a intentar tocar esos ataúdes. Mártires desde hoy de la más brutal represión vivida por esta comunidad religiosa en los últimos tiempos.