Las 'conejitas' de Playboy regresan a Londres
Vestir a sus chicas de conejitas no fue una decisión de última hora. Hugh Hefner, dueño de Playboy, siempre vio al pequeño animal como algo erótico
Vestir a sus chicas de conejitas no fue una decisión de última hora. Hugh Hefner, dueño de Playboy, siempre vio al pequeño animal como algo erótico y sexual. “Es tímido y a la vez vivaz y juguetón. Es sexy. Primero te huele, luego desaparece y más tarde regresa a tu lado y es cuando tienes ganas de acariciarlo y jugar con él”. La célebre explicación la dio en 1967. Por aquel entonces ya llevaba siete años amasando dólares en los bolsillos de sus delicados pijamas por poner a jóvenes despampanantes diademas con orejas y pompones blancos en el trasero.
El atuendo no podía ser más simple, pero a principios de los años 60 causó una verdadera revolución. El primer club donde se pudo ver así a las camareras fue en Chicago. La apertura fue un éxito, tan sólo el segundo paso a un camino que ya había abierto su famosa revista, una publicación que salió de las sobremesas que hacía junto a sus amigos en la mesa de su cocina, acompañándose de buen whisky y buenos puros. Hefner rompió con la idea de masculinidad que existía hasta entonces. El padre responsable de su familia de los 40 y 50 pasó a ser un hombre libre, sin ataduras domésticas que se dejaba querer por los buenos placeres.
La idea rompió moldes y tuvo un triunfo sin precedentes. Playboy era el sueño de todo hombre, un mundo mágico donde incluso era lícito llamar a las conejitas de color bunnies de chocolate. Las chicas, lejos de escandalizarse, hacían cola para ser seleccionadas para entrar a la mansión del magnate.
Todo parecía de color de rosa, pero en 1963 la periodista de Show Magazine, se infiltró como modelo y abrió la caja de los truenos con un artículo en el que desvelaba los detalles más escabrosos de la supuesta vida de cuento que llevaban aquellas féminas de bustos generosos. Las conejitas eran sancionadas si sobrepasaban un peso, tenían reglas para caminar, sentarse e incluso fumar de una manera determinada. El acoso sexual además era constante.
Pues bien, aquel reportaje ha debido quedar en el olvido porque el club Playboy abre de nuevo sus puertas en Londres y, desde diciembre, más de 3.000 jóvenes se han presentado a las estrictas pruebas de la academia bunny. Las edades, entre los 19 años y los 40. Los responsables del local, que incluye casino y estará abierto 24 horas los siete días de la semana, aseguran que quieren una clientela selecta. De ahí los precios. Las copas no bajan de las diez libras. Para ser miembro hay que desembolsar 1.500 libras al año más otras 1.000 libras para abrir el carné de socio. Los que lo vean tan claro como para ser socios de por vida tienen que pagar 15.000 libras.
El primer club que Hefner abrió en la capital británica fue en 1966. Rudolf Nureyev, Roman Polanski y Woody Allen tan sólo fueron algunas de las personalidades que se dejaron ver por la inauguración. Playboy estaba en pleno apogeo. Se abrieron luego otros cuatro clubs más en todo Reino Unido, cuatro en Japón y otro puñado repartido por Estados Unidos.
Ocaso en los ochenta
El imperio duró dos décadas, pero a principios de los 80, el emblema quedó anticuado y la idea, para muchos sexista, se convirtió en reliquia del pasado. El magnate se encerró en su mansión al cuidado de sus múltiples novias y fiestas que aún siguen protagonizando la prensa rosa americana.
La pregunta es: ¿Por qué ahora el momento de regresar? La nueva apertura del club ha servido para crear un amplio debate en Londres. La palabra la han tomado famosos, feministas e incluso expertos en marketing y publicidad. Está claro que el mundo de la pasarela y el cine está viviendo su momento revival y los 80 vuelven a estar más de moda que nunca. Pero, ¿triunfará por segunda vez el plan ahora que la mujer ha dejado de ser la perfecta ama de casa?
De momento, la inauguración es un tema recurrente en los reportajes de los rotativos británicos más reputados aunque no todos han tenido el privilegio de ser invitados. Hefner ha demostrado ser un hombre con rencor y The Guardian, por ejemplo, ha sido censurado por sus críticas en el pasado. Quizá el magnate haya limado asperezas el sábado cuando se acerque hasta la capital británica para acudir a la fiesta con su nueva prometida. La afortunada se llama Cristal Harris y tiene sólo 24 años, es decir, 60 menos que su futuro esposo. “Ella merece ser mi viuda”, dijo hace poco en una declaración de amor.
Aunque la apertura oficial será este fin de semana, el club ya tiene movimiento. Está situado en el lujoso barrio de Mayfair, a pocos metros donde estaba su antecesor, que cerró en 1981. Por la puerta pasan diferentes turistas para hacerse la foto con pacientes “conejitas”, como si se tratara de Disneyland con Mickey Mouse.
En la cera de enfrente, hay un grupo de personas sosteniendo pancartas con todo tipo de improperios para Hefner. Son los responsables de la campaña “Eff Off Hef” (Fuera Hef). “Playboy dice que sirve la mejor comida y bebida y las mujeres más hermosas, pero en realidad lo único que sirve es la misma basura sexista desde 1953”, dice Kat Banyard, una de las responsables de la campaña.
La opinión de Sara, una de las 80 nuevas conejitas que forma parte de la plantilla, no puede ser más distinta. A sus 27 años tiene su carrera y el trabajo como “croupier” en el casino le dará la financiación que necesita para hacer un máster. “He leído a Mary Wollstonecraft, Germaine Creer y Gloria Steinhem. Me considero una mujer moderna y esto es lo que quiero hacer. Para mí, es la cuarta ola del feminismo”.
Vestir a sus chicas de conejitas no fue una decisión de última hora. Hugh Hefner, dueño de Playboy, siempre vio al pequeño animal como algo erótico y sexual. “Es tímido y a la vez vivaz y juguetón. Es sexy. Primero te huele, luego desaparece y más tarde regresa a tu lado y es cuando tienes ganas de acariciarlo y jugar con él”. La célebre explicación la dio en 1967. Por aquel entonces ya llevaba siete años amasando dólares en los bolsillos de sus delicados pijamas por poner a jóvenes despampanantes diademas con orejas y pompones blancos en el trasero.