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Para los americanos, somos un país que sólo sirve para la fiesta y la siesta
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LA CÍA, CARRERO Y EL REY: EEUU EN ESPAÑA

Para los americanos, somos un país que sólo sirve para la fiesta y la siesta

Pocos elementos de la política española desde la Guerra Civil hasta el presente pueden entenderse en su plenitud sin la presencia de EEUU, un país que

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Para los americanos, somos un país que sólo sirve para la fiesta y la siesta

Pocos elementos de la política española desde la Guerra Civil hasta el presente pueden entenderse en su plenitud sin la presencia de EEUU, un país que para algunos dictó nuestras políticas y que, para otros, fue un aliado notablemente beneficioso. Fruto de ello se han forjado unas relaciones que, como afirma César García, profesor de la Universidad Estatal de Washington y autor de American Psique (Ed. Loquenoexiste), han terminado por convertirse en esquizofrénicas. “Por un lado, existe un cierto desprecio normativo hacia lo que es la política exterior de los Estados Unidos y hacia ciertas formas de cultura popular asociadas con aspectos como la comida rápida, la música y el cine de consumo masivo. Pero, por otro, los admiramos secreta o profundamente y buscamos su aprobación”.

Y no deja de ser paradójico que les critiquemos con tanta frecuencia y luego estemos “”muy, muy pendientes” de qué piensan de nosotros. “No hay más que fijarse en José Andrés, nadie le conocía en España hasta que se supo que era considerado una figura en Estados Unidos, un país que no se considera la cima de la gastronomía. ¿Complejo de inferioridad? ¿Inseguridad en nosotros mismos? Ambos diagnósticos son válidos”.

Para la periodista Anna Grau, corresponsal en EEUU de ABC y autora de De cómo la CIA eliminó a Carrero Blanco y nos metió en Irak (Ed. Destino), “las relaciones con EEUU han sido y son complicadas porque hay tendencia a mitificar a los americanos para bien y para mal. Se les ama o se les odia”. Y ello todavía hoy, cuando la influencia estadounidense es menor de la esperada, ya que “hay más desinterés americano en España de los que estamos preparados para soportar”.

El apoyo a la dictadura

A examinar estas relaciones ha dedicado Charles Powell, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad CEU San Pablo y subdirector de investigación del Real Instituto Elcano, su libro El amigo americano (ed. Galaxia Gutenberg), en el que se analizan a través de numerosas fuentes documentales los tiras y aflojas internos y externos que mantuvimos con EEUU durante dos décadas (1969-1989) en la que “los valores y los intereses se enfrentaron con frecuencia”. Se refiere Powell a las distintas posturas que se mantuvieron en la administración americana en cuanto a la alianza con España, en tanto eran conscientes de la necesidad estratégica de los pactos, pero no terminaban de olvidarse de que estaban apoyando a una dictadura y eso les causaba cierto remordimiento. “Hubo muchos conflictos entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado, que adoptaba posiciones más liberales (en el sentido americano) y que por tanto demandaba una mayor exigencia al régimen franquista, mientras que Kissinger y el Centro de Seguridad Nacional eran más duros, realistas y pragmáticos, y no les importaba a qué tipo de régimen estaban apoyando sino el provecho que iban a sacar de los pactos para su nación”.

En este telón de fondo, señala Powell, el Rey jugó un papel importante, en tanto era el hombre preferido de los estadounidenses para dirigir el proceso, estableciéndose desde entonces una estrecha relación que todavía perdura. “Además de que, para un presidente americano, por la simetría de las instituciones, sea preferible tratar con el Rey que con un presidente de gobierno, D. Juan Carlos es visto como alguien confiable, alguien que aporta valor añadido. Por eso se le sigue utilizando para recomponer la situación cuando no es satisfactoria, como cuando se le pidió que fuera a ver a George Bush en momentos complicados”. Además, no hay que olvidar que el Rey ha tenido trato con todos los presidentes americanos desde Nixon, “y ese acervo diplomático histórico hace que los estadounidenses le vean como alguien que ha mantenido una actitud de apoyo permanente para con EEUU, lo que ha permitido que D. Juan Carlos haya jugado un papel positivo para España en diferentes ocasiones”.

La relación entre EEUU y España ha contado con importantes acontecimientos simbólicos y con algunos momentos oscuros. El asesinato de  Carrero Blanco ha sido, sin duda, uno de ellos, dada las numerosas sospechas que se levantaron sobre la ayuda de la CIA a ETA en el atentado. Para Powell, hubo en el asunto Carrero cosas bastante extrañas, como “que la agencia soviética Tass diese a entender en el momento del atentado (y lo repitió en la década de los 80) que EEUU estaba involucrado, y que se produjesen en aquel momento detenciones de miembros del PCE. Sin embargo, salvo estos elementos propios del espionaje y la contra información, nada hace pensar que los estadounidenses tuvieran algo que ver en el asesinato de Carrero. En todo el material documental disponible, desde los archivos de las fundaciones de los diferentes presidentes hasta las grabaciones de Nixon, no ha aparecido ningún indicio de que pudieran estar implicados”, asegura Powell. Y tampoco en el 23-F, algo de lo que también se acusó a los servicios secretos norteamericanos.

Powell entiende “muy poco probable que tuvieran interés en fomentar la inestabilidad a que nos abocaba el golpe, en tanto repercutía en contra de sus intereses”, por lo que interpreta el asunto en clave interna, en tanto “se quería poner fin a la excesiva dependencia española respecto de EEUU. Los intentos de vincular al embajador americano con el 23 F tienen que ver con esto. La idea de fondo es que era mejor entrar en la OTAN que perpetuar una relación bilateral con EEUU y intentaban moverse piezas para dirigirse hacia ese objetivo”. En todo caso, no deja de resultar sorprendente, señala Powell, que las leyendas urbanas sigan gozando de tan buena salud casi 40 años después.

Algo que puede explicarse, asegura Grau, desde tres factores: “porque nos encantan las teorías conspirativas; porque sabemos poco aún de estos hechos, y cuando no se tiene la información adecuada se tiende a rellenar el hueco de esta manera; y por el arraigado sentimiento antiamericano”. El reciente caso de Strauss-Kahn, en el que hay tanta gente que piensa que es un montaje, demuestra  cómo, asegura Grau, la tendencia a creer que siempre hay una conspiración detrás es muy fuerte. Y con las conspiraciones hay que ser muy prudentes, Haberlas haylas, pero es como con los ovnis. Antes de pensar que hay una conspiración en cada esquina, tendremos que buscar los hechos y factores racionales que pueden darnos una explicación coherente de lo ocurrido”.

Lo que sí resultaron reales, fueron los prejuicios que atravesaron las relaciones entre los países, especialmente cuando Kissinger y Nixon estuvieron al frente de los americanos. Ambos pensaban que en naciones como la española, la democracia no podría funcionar, que dada nuestra forma de ser, sólo la dictadura podría ser efectiva. En ese sentido, “Nixon era peor que Kissinger, ya que a la largo de su vida desarrolló sentimientos bastante primarios y muy xenófobos. Kissinger también los tenía, pero predominaba en él el realismo. Lo importante era la seguridad y la estabilidad, y lo demás lo dejaba en segundo plano”.

Más fiesta que trabajo

Pero esta desconfianza hacia lo latino no se ha superado, y está reapareciendo en la visión que se tiene de nosotros desde el ámbito financiero y, en especial, desde las agencias de rating. “Aunque la información y el conocimiento sobre España que los estadounidenses pueden tener es hoy mucho mayor que entonces, en el mundo anglosajón se mantienen todavía muchos prejuicios hacia nosotros. Hay que entender que ellos miran el mundo desde un acusado complejo de superioridad, que a veces, como en las páginas del Financial Times o del Economist, se disfraza de ironía, pero que sigue estando presente. Y la crisis ha alimentado esos prejuicios latentes en el sentido de que a los europeos meridionales se nos da mejor la fiesta y la siesta que el trabajo duro y constante. Eso está haciendo bastante daño a nuestra economía”.

Aunque también se dan prejuicios a la inversa. Como asegura César García, “cuando se habla de los americanos se suele tener en la cabeza a un país de obesos e incultos en el que la gente sólo se dedica a trabajar y a consumir. Además, se siguen resaltando de forma desproporcionada aspectos como la desigualdad, contraponiéndolos a una idea ficticia de estado del Bienestar en España. Los políticos que hablan en estos términos quizás se estén refiriendo a otros países europeos pero no a España, que cuenta con un 20% de pobres y cinco millones de parados. Simplemente usando las estadísticas, se ve cómo Estados Unidos sigue siendo un país de un enorme bienestar para una mayoría de personas”. Para García, EEUU es un país del que también deberíamos tomar ejemplo político. Por ejemplo, “a la hora de entender la importancia que tiene hacer cumplir las leyes y poner el interés de la nación por encima de las diferencias. Es inconcebible que en Estados Unidos demócratas y republicanos no se unieran contra grupos que pretendieran desmembrar la nación como sucede en España”. Sin embargo, nuestros prejuicios contra los americanos nos impiden apreciar las cosas buenas que podrían enseñarnos, según García.

Pero la existencia de estos malentendidos no significa que la relación vaya a romperse. Más al contrario,  asegura Powell, la presencia en España sigue teniendo importancia  para EEUU, “tanto en relación a América Latina, donde consideran relevante la posición de España respecto de una zona geográfica y estratégicamente muy importante para ellos”, como en relación al Norte de áfrica. Lo específico de estos instantes, sin embargo, “es la desconfianza de las élites estadounidenses respecto de la OTAN, que consideran una institución del pasado, y un consecuente regreso a la diplomacia bilateral”. En este sentido, “España sigue siendo importante en la lucha contra el terrorismo internacional. Y no desprecian en absoluto la contribución española en lugares como Afganistán, donde insisten que nos quedemos con ellos hasta el final”.

Pocos elementos de la política española desde la Guerra Civil hasta el presente pueden entenderse en su plenitud sin la presencia de EEUU, un país que para algunos dictó nuestras políticas y que, para otros, fue un aliado notablemente beneficioso. Fruto de ello se han forjado unas relaciones que, como afirma César García, profesor de la Universidad Estatal de Washington y autor de American Psique (Ed. Loquenoexiste), han terminado por convertirse en esquizofrénicas. “Por un lado, existe un cierto desprecio normativo hacia lo que es la política exterior de los Estados Unidos y hacia ciertas formas de cultura popular asociadas con aspectos como la comida rápida, la música y el cine de consumo masivo. Pero, por otro, los admiramos secreta o profundamente y buscamos su aprobación”.

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