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El pueblo egipcio celebra la marcha de Mubarak con la mente puesta en la transición
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VIAJE AL CORAZÓN DE LA REVUELTA

El pueblo egipcio celebra la marcha de Mubarak con la mente puesta en la transición

En el puente de los leones, atravesando el Nilo, una muchedumbre enloquecida de alegría se abre paso, a empellones, para llegar a la plaza Tahrir. Se

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El pueblo egipcio celebra la marcha de Mubarak con la mente puesta en la transición

En el puente de los leones, atravesando el Nilo, una muchedumbre enloquecida de alegría se abre paso, a empellones, para llegar a la plaza Tahrir. Se agolpan, chocan, ríen y se lanzan besos. Miles de banderas nacionales, calesas de caballos cargando niños y mujeres, coches quemando el claxón, bailes, coros y gritos de emoción. El ambiente es el de la celebración de un Mundial de fútbol, con la diferencia de que lo que ha conseguido el pueblo egipcio es infinitamente más importante que cualquier gesta deportiva.

Después de 18 días de manifestaciones, de plantarle cara a uno de los cuerpos de Policía más temidos del mundo árabe, de luchar a pedradas contra los esbirros del régimen y de ganarse pacíficamente las simpatías de la población, el sueño de un grupo de jóvenes activistas de clase media, coordinados inicialmente a través de las redes sociales e Internet, se ha hecho realidad. Han logrado lo que resultaba impensable hace apenas dos semanas: tumbar a Hosni Mubarak, un anciano dictador que llevaba 30 años agarrado al poder y a quien, a estas alturas, se le pronosticaba una plácida muerte en su cama del Palacio Presidencial.

La plaza Tahrir anoche no fue patrimonio de los activistas políticos. El pueblo entero fue a celebrar. “Tenía miedo, pero lo he perdido. Nunca podré agradecer a esta gente lo que acaba de pasar. Empieza una nueva era para Egipto”, repite, una y otra vez, un joven camarero que va buscando periodistas extranjeros en la plaza, determinado a hacerse entrevistar una y otra vez. La insistencia con la que persigue a las cámaras resume perfectamente la sensación de vivir un momento histórico: una tipo de la calle, sin voz pública, ni voto válido, en toda su vida, se siente ahora protagonista y reclama minutos de gloria en televisión.

De vuelta al hotel, Ashraf se mira a los ojos en el espejo de su taxi y repite: “Mubarak se va. Egipto es libre. Todo gracias a Alá”. Le digo que mire por donde conduce. “Nos vamos a matar de la euforia, Ashraf”. Con una mano lleva el volante, las marchas y toca el claxon sin parar, con la otra sostiene una bandera de Egipto y manda besos a los coches que adelanta; entre los labios se le consume un cigarrillo tras otro, cubriendo de ceniza y ascuas la tapicería gris. “No me des dinero. Gracias por venir a Egipto y por habernos ayudado. España democrática, Egipto ahora también. Por eso, Egipto ahora es también tu país. Ven cuando quieras. Quédate aquí. Somos hermanos”.

Ashraf no enuncia argumentos, sino emociones. Anoche, Egipto se embriagó en su propia celebración. Hoy llegará la hora de empezar a pensar hasta debería llegar esta revuelta popular. Los egipcios, tutelados por un Gobierno interino militar, están llamados a encauzar una transición democrática, y ese proceso es la verdadera revolución. Quizá la parte más difícil está por llegar: voltear como un calcetín una sociedad que ha convivido desde su independencia con una corrupción epidémica y los abusos de los poderosos. Y cuya estabilidad está apuntalada por un régimen paternalista y basado en el principio de absoluta autoridad. Muchos analistas ya han expresado sus dudas: el régimen cambia de cara, pero mantiene las riendas.

Otra incógnita se abre en el mundo libre: Mubarak se va y con él se marcha el principal aliado de Occidente en el mundo árabe, el que ha hecho durante años el juego sucio, el que torturó en sus cárceles los prisioneros de la Guerra contra el Terror, presuntos extremistas con cuya sangre Occidente no se quería manchar. El taxi de Ashraf se pierde en la noche. Cuando salga el sol, volverán a iluminarse los interrogantes que planean sobre el futuro de Egipto. Hasta que ocurra, habrá tiempo de celebrar.

En el puente de los leones, atravesando el Nilo, una muchedumbre enloquecida de alegría se abre paso, a empellones, para llegar a la plaza Tahrir. Se agolpan, chocan, ríen y se lanzan besos. Miles de banderas nacionales, calesas de caballos cargando niños y mujeres, coches quemando el claxón, bailes, coros y gritos de emoción. El ambiente es el de la celebración de un Mundial de fútbol, con la diferencia de que lo que ha conseguido el pueblo egipcio es infinitamente más importante que cualquier gesta deportiva.