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Rebelión blanca en Sudáfrica: atentados y bunkers para protegerse del ‘black power’
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AUMENTAN LOS BROTES RACISTAS EN VÍSPERAS DEL MUNDIAL

Rebelión blanca en Sudáfrica: atentados y bunkers para protegerse del ‘black power’

El racismo, históricamente, ha tenido la cualidad de mudar de piel a golpes de poder. Sudáfrica vive ahora inmersa en un nuevo ciclo en el que

Foto: Rebelión blanca en Sudáfrica: atentados y bunkers para protegerse del ‘black power’
Rebelión blanca en Sudáfrica: atentados y bunkers para protegerse del ‘black power’

El racismo, históricamente, ha tenido la cualidad de mudar de piel a golpes de poder. Sudáfrica vive ahora inmersa en un nuevo ciclo en el que los racistas negros y los racistas blancos parecen haber decidido volver a las trincheras. La novedad son los segundos, tradicionalmente considerados la clase privilegiada (lo es, en lo económico, mayoritariamente), que ha decidido rebelarse ante el nuevo black power. Muchos blancos han decidido adoptar actitudes similares a las que los negros tomaron en tiempos del opresivo apartheid. La semana pasada la policía sudafricana detuvo a siete terroristas que planeaban atentar indiscriminadamente es los township (guetos de negros pobres). El plan era hacer coincidir las bombas con la llegada masiva de periodistas por el Mundial de Fútbol. Pretenden denunciar un nuevo apartheid que, según algunos blancos, los está echando de su tierra.

 

La realidad es que desde el asesinato del líder de la extrema derecha sudafricana, Eugene Terreblanche, a manos de dos trabajadores negros, todo se ha complicado en la apacible nación del arco iris (un término inventado para repintar un país en blanco y negro). Nada más conocerse la noticia, Andre Visagie, secretario del AWB (Movimiento de Resistencia Afrikaner), declaró abiertamente que habría venganza. Luego, tras darse cuenta de lo inconveniente que es ser presuntamente culpable, retiró sus palabras y anunció medidas particulares de defensa de los granjeros afrikaners. Sin embargo, los hechos de la semana pasada demuestran que comienza a haber un germen de terrorismo blanco (se les incautó armas y explosivos, explicó, Nathi Mthethwa, Ministro del Interior).

No es la primera vez que la extrema derecha  realiza actos terroristas, ya lo hizo en 1994 y 2002, pero la sensación es que ahora el ambiente está realmente caldeado. “Nosotros ponemos los muertos”, han denunciado repetidamente asociaciones de granjeros del centro y norte del país que ven como las cifras de criminalidad se han disparado. Han muerto más de 3.000 granjeros blancos desde 1994 y los ataques sufridos en granjas aumentan cada año, hasta un cien por cien desde 2005 a 2009.

¿La solución? La medida más común es la de convertir las casa en Bunkers.

La gran mayoría de afrikaners que vive retirada en sus fincas posee armamento y perros de defensa. “Mi padre tiene un fúsil siempre preparado”, explica a este periódico Sandra, una joven afrikáner. “Las granjas están muy separadas unas de otras y es necesario protegerse. Generalmente hay mucha ayuda entre vecinos si se observa algo raro”, explica. Esta realidad es a la que apuntó Visagie cuando se retracto de sus palabras: “Tenemos que defendernos y haremos lo que haga falta”, explicó. En algunos casos, entrar en una granja se convierte en un museo de armamento y alambradas electrificadas. En el centro de Sudáfrica hay zonas rurales donde prácticamente no vive ningún negro. “Aquí estamos más seguros; vivimos en comunidad”, dice Pier, un granjero del sur de Uppington. La ley no les permite mantener el apartheid; la realidad sí.

La rebelión de los pobres

 

Pero no sólo la clase acomodada blanca ha decidido levantarse. El pasado mes de marzo, el presidente Jacob Zuma visitó una comunidad de pobres blancos al oeste de Pretoria. Un township blanco que no cuenta con ningún tipo de ayuda del Gobierno. “Nosotros somos pobres y somos también sudafricanos”, le espetaron al presidente los miembros de la comunidad que trabajan a favor de estos desarrapados de piel blanquecina. Zuma, consciente del simbolismo de su visita, prometió mejoras en esta barriada. Según las encargadas del comedor social, dos meses después, nada de lo prometido se ha llevado a cabo.

No es un hecho aislado: se calcula que en Sudáfrica hay más de 400.000 pobres blancos. Es cierto que la gran mayoría de descendientes de afrikaners e ingleses vive, desde luego, en mejores condiciones que la gran mayoría de población negra. “Pedimos que se nos dé el mismo trato”, reclamaban la semana pasada desde este barrio de las afueras de Pretoria. Algo ya imposible, si se tiene en cuenta que leyes como la Black Economy Emproverment, discrimina  positivamente la contratación de trabajadores negros por las empresas. Imposible, al menos, que ahora un negro y un blanco vayan con las mismas condiciones a encontrar trabajo.

“Yo no soy racista, ni mi familia. Hace 16 años que vivimos en democracia. Los blancos no podemos estar toda la vida pidiendo perdón por algo lamentable, como fue el apartheid, pero que ahora lo vivimos nosotros de alguna manera en nuestras carnes. Ya sé que no es lo mismo, pero yo soy sudafricano, como todos mis compatriotas negros, y necesito un trabajo también”. Este es el resumen de la opinión de muchos de los blancos con los que este periódico ha hablado.

El racismo, históricamente, ha tenido la cualidad de mudar de piel a golpes de poder. Sudáfrica vive ahora inmersa en un nuevo ciclo en el que los racistas negros y los racistas blancos parecen haber decidido volver a las trincheras. La novedad son los segundos, tradicionalmente considerados la clase privilegiada (lo es, en lo económico, mayoritariamente), que ha decidido rebelarse ante el nuevo black power. Muchos blancos han decidido adoptar actitudes similares a las que los negros tomaron en tiempos del opresivo apartheid. La semana pasada la policía sudafricana detuvo a siete terroristas que planeaban atentar indiscriminadamente es los township (guetos de negros pobres). El plan era hacer coincidir las bombas con la llegada masiva de periodistas por el Mundial de Fútbol. Pretenden denunciar un nuevo apartheid que, según algunos blancos, los está echando de su tierra.

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