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‘Dispara a los boers’: tensión racial en Sudáfrica tras el asesinato del líder de la extrema derecha
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MIEDO ENTRE LA MINORÍA BLANCA

‘Dispara a los boers’: tensión racial en Sudáfrica tras el asesinato del líder de la extrema derecha

En los últimos días un asesinato y una simple tonadilla han vuelto a encender la mecha del siempre complicado tema del apartheid en Sudáfrica. El pasado

Foto: ‘Dispara a los boers’: tensión racial en Sudáfrica tras el asesinato del líder de la extrema derecha
‘Dispara a los boers’: tensión racial en Sudáfrica tras el asesinato del líder de la extrema derecha

En los últimos días un asesinato y una simple tonadilla han vuelto a encender la mecha del siempre complicado tema del apartheid en Sudáfrica. El pasado domingo, Eugene Terreblanche, líder del AWB, grupo político que defiende los postulados racistas del régimen anterior, fue asesinado por dos trabajadores negros que exigían que se les pagara un salario que les adeudaba. Desde el AWB, el homicidio se ha interpretado como un ataque racial hacia la comunidad blanca. El presidente sudafricano, Jacob Zuma, ha condenado el suceso y pedido serenidad a las partes. El problema es que la tensión racial está en franco aumento desde hace unas semanas en Sudáfrica. Los extremistas blancos claman ahora venganza.

El principal foco de tensión lo ha protagonizado Julius Malema, un importante y controvertido dirigente, presidente de la Liga Juvenil del ANC (partido en el Gobierno), que ha cantado en diversos actos públicos de su partido una canción que dice literalmente “dispara a los boers”. El alegato musical de Malema ha servido para que medio país se ponga a divagar sobre las heridas dejadas por su pasado. El otro medio, sin embargo, prefiere callar o esperar a que se desarrollen los acontecimientos. El ejemplo de Zimbabwe está muy cerca y los blancos saben que cualquier provocación puede acabar en tragedia, sobre todo el día que falte el omnipresente Nelson Mandela.

¿Quería decir Malema que hay que matar a los boers? La letra habla por sí sola; todos los afrikaners se han sentido amenazados por una canción que cantaba la población negra en los tiempos de la dura represión blanca; aquellos en los que sólo los blancos, por ejemplo, podían usar los bancos en algunas calles bajo pena de prisión. No es la primera vez que un alto dirigente del ANC entona himnos de aquella época: el propio actual presidente, Jacob Zuma, cantó el año pasado en un acto público otra canción protesta de aquella época que decía “dame ametralladoras” (el para qué no hace falta explicarlo).

Hay una anécdota muy curiosa en el otro bando, ya que las canciones sirvieron durante años para arrojarse basura, del ex presidente de Zimbabwe Ian Smith (en plena época de apartheid suavizado a la rhodesiana), que cantó frente a un montón de universitarios negros a los que había ido a pedir el voto una tonadilla de blancos sudafricanos que dice “babuino sube a la montaña”. Los oyentes se quedaron petrificados hasta que reaccionaron y se generó un tumulto de importantes consecuencias. No arrancó, parece, muchos votos aquel día Smith en ese auditorio.


   Un seguidor de Eugene Terre'Blanche sostiene su imagen durante su funeral en Ventersdorp (Reuters)

En Sudáfrica la reacción no se ha hecho esperar y se ha pretendido apagar la mecha desde el principio. El Tribunal Supremo ha dictado que la canción “dispara a los boers” es anticonstitucional y no puede ser repetida por “incitar a la violencia”. Todo el ANC ha criticado la sentencia. “Quizá debemos revisar nuestro pasado y entender lo que significan aquellas canciones”, ha dicho el presidente Zuma. La respuesta del rebelde e idolatrado por muchos, Malema, no se ha hecho esperar: “Prefiero ir a la cárcel que dejar de cantar esa canción”. El reto está sobre la mesa. Lo significativo es que Malema hacía esas declaraciones el mismo día en que aterrizaba en Zimbabwe con una delegación de su partido para estudiar cómo se ha realizado allí el proceso de nacionalizaciones (es decir, requisar las tierras de los hombres blancos).

¿Y en la calle? Los periódicos llevan toda la semana hablando de este tema. La minoría blanca mira con preocupación lo ocurrido. La mayoría negra parece que sigue respetando los acuerdos de convivencia que inventó Mandela. Sin embargo, el perfil de Facebook de Malema se ha llenado de mensajes que claman venganza: “vamos a matar a los blancos” o “sigue en la lucha” son algunos de los que se pueden leer. El joven dirigente lleva un mes siendo el constante foco de atención. Lo último que se ha sabido es una denuncia que el mismo ha interpuesto por amenazas de muerte: “Pagan dos millones de rands por mi cabeza”, ha explicado.

Una realidad social

Ante todo este panorama cabe preguntarse si el apartheid ha desaparecido de Sudáfrica. Es indudable el cambio político. Los que antes no tenían derechos ahora los tienen. Sólo este avance es ya descomunal. Sin embargo, para muchos blancos lo que está pasando ahora es un cambio de papeles. “Se prima a las empresas que contratan a negros para puestos de responsabilidad”, explican. “Muchas veces no están preparados para el puesto y a nosotros no nos queda más remedio que irnos a buscar un trabajo a otra parte”. Desde el ANC hablan de deuda histórica y de revolución social. Lo cierto es que no hay un solo blanco que viva en los paupérrimos township sudafricanos y que en los barrios más residenciales de Ciudad del Cabo es complicado encontrar negros que no sean camareros o taxistas.

También es cierto que la semana pasada, Zuma fue a visitar a una comunidad de pobres blancos que viven a las afueras de Pretoria. “Acuérdese de que nosotros también somos sudafricanos”, le pidieron al presidente. Se calcula que hay más de 450.000 blancos pobres en el país. Para ellos las ayudas llegan con cuentagotas, denuncian. Los negros pobres se cuentan por millones.

Pero quizá la mejor forma de entender si se ha acabado el apartheid social es mirar y escuchar a la calle. Es prácticamente imposible encontrar parejas mezcladas entre blancos y negros. “Yo no soy racista, pero es como mezclar manzanas con melocotones”, explica Maurenne, una irlandesa que lleva 30 años viviendo aquí (desconozco si es conocedora de la famosa frase de peras y manzanas de Ana Botella). “Yo no tengo ningún amigo blanco”, explica Monica, mujer de la etnia Khosa que vive en el township de Khayelitsa. Son sólo dos ejemplos que se repiten constantemente. Esta es la realidad de la vida sudafricana: hay respeto, se convive en la calle sin problema pero no hay apenas ninguna mezcla, 16 años después de los primeros comicios, entre ambos bandos.

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En los últimos días un asesinato y una simple tonadilla han vuelto a encender la mecha del siempre complicado tema del apartheid en Sudáfrica. El pasado domingo, Eugene Terreblanche, líder del AWB, grupo político que defiende los postulados racistas del régimen anterior, fue asesinado por dos trabajadores negros que exigían que se les pagara un salario que les adeudaba. Desde el AWB, el homicidio se ha interpretado como un ataque racial hacia la comunidad blanca. El presidente sudafricano, Jacob Zuma, ha condenado el suceso y pedido serenidad a las partes. El problema es que la tensión racial está en franco aumento desde hace unas semanas en Sudáfrica. Los extremistas blancos claman ahora venganza.

El principal foco de tensión lo ha protagonizado Julius Malema, un importante y controvertido dirigente, presidente de la Liga Juvenil del ANC (partido en el Gobierno), que ha cantado en diversos actos públicos de su partido una canción que dice literalmente “dispara a los boers”. El alegato musical de Malema ha servido para que medio país se ponga a divagar sobre las heridas dejadas por su pasado. El otro medio, sin embargo, prefiere callar o esperar a que se desarrollen los acontecimientos. El ejemplo de Zimbabwe está muy cerca y los blancos saben que cualquier provocación puede acabar en tragedia, sobre todo el día que falte el omnipresente Nelson Mandela.

¿Quería decir Malema que hay que matar a los boers? La letra habla por sí sola; todos los afrikaners se han sentido amenazados por una canción que cantaba la población negra en los tiempos de la dura represión blanca; aquellos en los que sólo los blancos, por ejemplo, podían usar los bancos en algunas calles bajo pena de prisión. No es la primera vez que un alto dirigente del ANC entona himnos de aquella época: el propio actual presidente, Jacob Zuma, cantó el año pasado en un acto público otra canción protesta de aquella época que decía “dame ametralladoras” (el para qué no hace falta explicarlo).

Hay una anécdota muy curiosa en el otro bando, ya que las canciones sirvieron durante años para arrojarse basura, del ex presidente de Zimbabwe Ian Smith (en plena época de apartheid suavizado a la rhodesiana), que cantó frente a un montón de universitarios negros a los que había ido a pedir el voto una tonadilla de blancos sudafricanos que dice “babuino sube a la montaña”. Los oyentes se quedaron petrificados hasta que reaccionaron y se generó un tumulto de importantes consecuencias. No arrancó, parece, muchos votos aquel día Smith en ese auditorio.


   Un seguidor de Eugene Terre'Blanche sostiene su imagen durante su funeral en Ventersdorp (Reuters)

En Sudáfrica la reacción no se ha hecho esperar y se ha pretendido apagar la mecha desde el principio. El Tribunal Supremo ha dictado que la canción “dispara a los boers” es anticonstitucional y no puede ser repetida por “incitar a la violencia”. Todo el ANC ha criticado la sentencia. “Quizá debemos revisar nuestro pasado y entender lo que significan aquellas canciones”, ha dicho el presidente Zuma. La respuesta del rebelde e idolatrado por muchos, Malema, no se ha hecho esperar: “Prefiero ir a la cárcel que dejar de cantar esa canción”. El reto está sobre la mesa. Lo significativo es que Malema hacía esas declaraciones el mismo día en que aterrizaba en Zimbabwe con una delegación de su partido para estudiar cómo se ha realizado allí el proceso de nacionalizaciones (es decir, requisar las tierras de los hombres blancos).

¿Y en la calle? Los periódicos llevan toda la semana hablando de este tema. La minoría blanca mira con preocupación lo ocurrido. La mayoría negra parece que sigue respetando los acuerdos de convivencia que inventó Mandela. Sin embargo, el perfil de Facebook de Malema se ha llenado de mensajes que claman venganza: “vamos a matar a los blancos” o “sigue en la lucha” son algunos de los que se pueden leer. El joven dirigente lleva un mes siendo el constante foco de atención. Lo último que se ha sabido es una denuncia que el mismo ha interpuesto por amenazas de muerte: “Pagan dos millones de rands por mi cabeza”, ha explicado.

Una realidad social

Ante todo este panorama cabe preguntarse si el apartheid ha desaparecido de Sudáfrica. Es indudable el cambio político. Los que antes no tenían derechos ahora los tienen. Sólo este avance es ya descomunal. Sin embargo, para muchos blancos lo que está pasando ahora es un cambio de papeles. “Se prima a las empresas que contratan a negros para puestos de responsabilidad”, explican. “Muchas veces no están preparados para el puesto y a nosotros no nos queda más remedio que irnos a buscar un trabajo a otra parte”. Desde el ANC hablan de deuda histórica y de revolución social. Lo cierto es que no hay un solo blanco que viva en los paupérrimos township sudafricanos y que en los barrios más residenciales de Ciudad del Cabo es complicado encontrar negros que no sean camareros o taxistas.

También es cierto que la semana pasada, Zuma fue a visitar a una comunidad de pobres blancos que viven a las afueras de Pretoria. “Acuérdese de que nosotros también somos sudafricanos”, le pidieron al presidente. Se calcula que hay más de 450.000 blancos pobres en el país. Para ellos las ayudas llegan con cuentagotas, denuncian. Los negros pobres se cuentan por millones.

Pero quizá la mejor forma de entender si se ha acabado el apartheid social es mirar y escuchar a la calle. Es prácticamente imposible encontrar parejas mezcladas entre blancos y negros. “Yo no soy racista, pero es como mezclar manzanas con melocotones”, explica Maurenne, una irlandesa que lleva 30 años viviendo aquí (desconozco si es conocedora de la famosa frase de peras y manzanas de Ana Botella). “Yo no tengo ningún amigo blanco”, explica Monica, mujer de la etnia Khosa que vive en el township de Khayelitsa. Son sólo dos ejemplos que se repiten constantemente. Esta es la realidad de la vida sudafricana: hay respeto, se convive en la calle sin problema pero no hay apenas ninguna mezcla, 16 años después de los primeros comicios, entre ambos bandos.