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Praga no cree en Dios ni en Europa: sólo en los cuentos
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Praga no cree en Dios ni en Europa: sólo en los cuentos

Los cuentos checos no comienzan con el tan traído “érase una vez…”, sino que son tan atípicos y extraños como el propio país que han elegido

Foto: Praga no cree en Dios ni en Europa: sólo en los cuentos
Praga no cree en Dios ni en Europa: sólo en los cuentos

Los cuentos checos no comienzan con el tan traído “érase una vez…”, sino que son tan atípicos y extraños como el propio país que han elegido de escenario.  La República Checa es un pueblo descreído, zarandeado por los vaivenes de la guerra y las veleidades de la política europea. Dicen que Hitler, el mismo que arrasó ciudades como Varsovia o Stalingrado, nunca se atrevió a bombardear Praga por el embrujo que le producía. Quizá sólo sea un cuento. Los cuentos checos son hermosos y tristes, y a pesar de tener como protagonistas a monstruos, títeres y muñecos de trapo, casi todos reciben la calificación de “no aptos para menores de dieciocho años”.

 

Después de la ocupación nazi y soviética, este país dejó de creer en Dios. El 90% de su población es atea. Ni siquiera agnóstica. Atea. En su afán por abandonar su ‘autismo’ histórico firmaron su entrada en la OTAN en 1999 [están celebrando su décimo aniversario] y en la Unión Europea en 2004. Tenían previsto que este año les abrieran las puertas del euro, pero las continuas reticencias de sus vecinos han retrasado la inclusión sine die. Con Europa pero sin ella.

Al final de este mes termina su presidencia semestral en la UE con un balance nada positivo por su incapacidad para hacer frente a la crisis económica, de identidad y liderazgo que afecta al Viejo Continente. La presidencia semestral comenzó mal por culpa de una moción de censura que obligó al primer ministro checo Mirek Topolanek –sí, el mismo que aparecía enhiesto junto a una cohorte de odaliscas en Villa Berlusconi– a dimitir y dejar el país en manos de un Ejecutivo tecnócrata y de un presidente, Vaclav Klaus, euroescéptico, controvertido, abucheado en Estrasburgo y que ha tratado de boicotear los acuerdos alcanzados por los Veintisiete. La cosa no pintaba bien.

En las últimas elecciones europeas, los checos apenas acudieron a las urnas. La abstención fue del 72%, una de las más altas de la UE sólo por detrás de Eslovaquia (80,36%). Ganó el Partido Democrático de Topolanek. En las elecciones del 7-J, todos los países de del Este se tomaron Europa con indiferencia y la República Checa no fue una excepción. Con la mente todavía puesta en los tiempos de la ocupación alemana y soviética, los checos se muestran nacionalistas, reservados con el extranjero y no terminan de quitarse de encima algunos prejuicios.

El metrónomo que sustituyó a Stalin

En Praga hay un metrónomo gigante levantado donde se encontraba la antigua estatua de Stalin. Más que para calcular el tiempo o indicar el compás de las composiciones musicales, lo que realmente mide es la estabilidad política del país y los cambios de Gobierno. Últimamente el metrónomo está un ‘poco tocado’: la crisis política, el ciripolen de Topolanek, el hartazgo de Europa…

El metrónomo sólo es una muestra del aura mágica, casi surrealista, que envuelve a la ciudad. Praga está construida a golpe de simbolismo. En su isla de Kampa, junto a un molino de agua, hay una verja llena de candados para evitar inundaciones devastadoras como las del año 2002. Muy cerca se encuentra el muro de John Lennon, un poema a la paz en tiempos de la ocupación soviética.

También está el castillo, el reloj astronómico de la ciudad antigua, calles tan estrechas por las que no caben dos personas, estatuas que vigilan los puentes y conceden deseos a quienes los cruzan, los saxos, violines y xilófonos callejeros, el teatro negro que en realidad es irisado, la inmarcesible Linterna Mágica y el cisne que quería ser patito feo. Son cuentos nostálgicos y algo fatales que se narran y paladean en torno a un café fuerte en el Slavia, establecimiento al que acuden escritores, compositores y actores de renombre, o en torno a una pivo en una de sus muchas cervecerías.

El mito del Golem

La República Checa es así. No cree en Europa, pero sí en el Golem, un monstruo de arcilla hierático y sin forma al que el rabino Jehúdá Low insufló vida a instancias de Dios “para proteger a tu pobre pueblo y ayudarle a sobrellevar todos los infortunios”. El Golem fue durante muchos años vigía y defensor de Praga hasta que la leyenda cayó en el olvido. The New York Times recordaba recientemente cómo los autóctonos han vuelto a recuperar esta figura ante las incertidumbres que los acechan.  

El checo es una persona culta e instruida, que hace de tripas corazón por unirse a sus vecinos de continente atemorizado por la soledad. Quieren su compañía, pero recelan de sus vicios. Se trata de un pueblo peculiar. No confían sus cuitas a Europa para no perder su personalidad, ni se confiesan ante Dios por miedo a perder su alma. Los checos sólo creen en los cuentos y, por supuesto, en Franz Kafka.

(Ver álbum de Praga: una ciudad diseñada por el ingenio)

Los cuentos checos no comienzan con el tan traído “érase una vez…”, sino que son tan atípicos y extraños como el propio país que han elegido de escenario.  La República Checa es un pueblo descreído, zarandeado por los vaivenes de la guerra y las veleidades de la política europea. Dicen que Hitler, el mismo que arrasó ciudades como Varsovia o Stalingrado, nunca se atrevió a bombardear Praga por el embrujo que le producía. Quizá sólo sea un cuento. Los cuentos checos son hermosos y tristes, y a pesar de tener como protagonistas a monstruos, títeres y muñecos de trapo, casi todos reciben la calificación de “no aptos para menores de dieciocho años”.

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