En las últimas décadas, los rascacielos han evolucionado de simples edificios altos a superrascacielos y megarascacielos, superando los 300 y 600 metros respectivamente. Estas construcciones, impulsadas por avances en ingeniería y materiales, no solo enfrentan desafíos de altura y estabilidad, sino también la fuerza del viento, que se mitiga mediante diseños innovadores como torsiones, estrechamientos y sistemas internos de equilibrio. Aunque los primeros rascacielos se levantaron en Estados Unidos, actualmente Asia y Oriente Medio lideran este fenómeno, con países como China, Dubái y Arabia Saudí a la cabeza.

China, que hasta los años 80 prácticamente carecía de rascacielos, ha experimentado un auge vertiginoso, albergando 100 de los edificios más altos del mundo. Sin embargo, el crecimiento se ha desacelerado debido a regulaciones gubernamentales que limitan la altura en ciudades pequeñas y medianas, y por el menor interés económico en este tipo de inversión. Por otro lado, Arabia Saudí continúa avanzando con proyectos ambiciosos como la Torre Jeddah, diseñada para superar los 1.000 metros, aunque enfrentando obstáculos financieros y políticos.

En contraste, Estados Unidos ha quedado rezagado, con apenas un 10% de los superrascacielos globales debido a regulaciones más estrictas y la falta de suelo en zonas urbanas. Mientras tanto, edificios como el Burj Khalifa, la Torre de Shanghái y el One World Trade Center destacan por sus diseños futuristas, capaces de canalizar el viento y resistir fuerzas extremas, demostrando cómo la arquitectura contemporánea combina estética y funcionalidad en estas maravillas verticales.