Era 1976 cuando el Concorde concluyó su primer vuelo comercial transatlántico. Llevó pasajeros desde Londres a Nueva York en tres horas y media. Lo que suponía incluso menos de la mitad del resto de vuelos comerciales de línea. Pero el aparato no solo era rápido, sino que poseía una estética que enamoraba.
Tanto que unos empresarios de Valladolid no dudaron en alquilar un flete para llevar de garbeo a los empleados hasta las Canarias. Y gente como Phil Collins o Sting eran asiduos usuarios, llegando incluso a utilizarlo para llegar a conciertos en los dos continentes en el mismo día.
Un prodigio de la ingeniería fruto de la carrera científica y tecnológica entre los dos bloques de la Guerra Fría, y que terminaría desahuciado en 2003. Varias fueron las razones que obligaron al progreso a dejar pasar uno de sus mayores logros.
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