Europa intenta romper con Israel pero no puede. Condena en foros, reconoce a Palestina y aprieta con vetos, pero mantiene contratos clave en defensa, inteligencia y tech. España es el ejemplo: suspende comercio de armas y con colonias, pero deja una cláusula por “seguridad nacional”. Nadie quiere chocar con EE. UU. y la dependencia ya está dentro del día a día digital. Esto viene de lejos. La actual dependencia tiene su raíz en la historia fundacional de Israel. Tras su nacimiento en 1948, el joven Estado aprendió que depender de otros para armarse era un riesgo existencial, impulsando la creación de una potente industria militar propia. A finales de los 80, el programa Yozma facilitó la llegada de inversiones y la creación del "Valle del Silicio" israelí. El elemento decisivo es la interdependencia entre el mundo militar y el civil.

A pesar de la solidez de esta red, la presión reputacional y legal está comenzando a generar grietas. Amnistía Internacional ha señalado a 15 multinacionales por su rol en Gaza y y la decisión del fondo soberano de Noruega de retirar miles de millones de euros de empresas israelíes han elevado el coste ético y económico de hacer negocios con el país. Varios gobiernos europeos, incluido el de España, han dado pasos inéditos, como vetar la presencia de empresas israelíes en ferias de defensa. El gobierno de Pedro Sánchez, con su veto armamentístico, se ha convertido en un laboratorio de este dilema: un país que quiere marcar distancia, pero que comprueba a diario la dificultad de cortar una dependencia arraigada en misiles, sistemas de guiado y ciberseguridad.