Desde el inicio de la invasión rusa en 2022, la idea de una partición de Ucrania se ha convertido en un escenario real tras la ocupación de amplios territorios en el sur. Aunque el objetivo de Vladimir Putin era la conquista de todo el país, para Moscú la solución de una Ucrania partida no es nueva. En 2008, según reveló el entonces ministro polaco Radek Sikorski, Putin planteó repartir el territorio ucraniano con Polonia, evocando fronteras anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Tras la anexión de Crimea en 2014, el Kremlin incluso llegó a enviar propuestas de división territorial a países vecinos, aunque nunca fueron aceptadas.

La idea de una Ucrania partida ha sido siempre rechazada por el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y por sus aliados europeos. Sin embargo, esta hipótesis ha resurgido con Donald Trump: el presidente de EE UU defiende abiertamente una paz a cambio de concesiones territoriales. En la cumbre de Alaska, Rusia se habría mostrado dispuesta a aceptar un acuerdo menos maximalista si Ucrania cedía la porción de la región de Donetsk que aún controla. Para Kiev, renunciar a regiones estratégicas equivaldría a quedar permanentemente vulnerable, como demuestran las defensas levantadas durante más de una década en el este del país.

Este desenlace reproduciría en el centro de Europa el escenario que se produjo en 1953 con la división de Corea. La partición de la península a lo largo del paralelo 38 cristalizó el conflicto durante décadas sin que se alcanzara una paz definitiva. Una Ucrania dividida en dos, altamente militarizada y con millones de desplazados, sería un foco de inestabilidad permanente para Europa, además de reforzar el impulso imperialista de Moscú. Por eso Kiev rechaza de plano esta “solución coreana”, aunque su debilidad militar y el aislamiento diplomático podrían forzarla a aceptar un acuerdo que no desea.