La cascada de críticas que ha recibido Qatar y su modelo de estado y de gestión habrían puesto en riesgo la organización del Mundial de fútbol en cualquier otro país. Sin embargo, los qataríes han sabido gestionar todo tipo de polémica. Desde escándalo por las muertes de los trabajadores inmigrantes en la construcción de los estadios al nulo interés de la monarquía qatarí por los derechos humanos en general y de las mujeres, de las personas homosexuales en particular, nada ha impedido que el día 20 de noviembre el balón empezar a rodar sobre los campos de fútbol del emirato.

Ni los casos de corrupción del Fifagate que han acabado con la carrera del eterno Joseph Blatter, ni el recién estallado Qatargate, que ha sacudido el Parlamento Europeo, han socavado el país más controvertido de la península arábiga. Qatar siembre ha jugado a más bando, haciendo amigos entre enemigos. Es aliado de Estados Unidos y de Irán al mismo tiempo. Durante casi una década, ha sufrido un embargo masivo por parte de sus vecinos, encabezados por Arabia Saudí.

Y es que entre las dos naciones árabes hay diferencias muy profundas. Ambas poseen una inmensa riqueza procedente de la explotación de los hidrocarburos. Pero Qatar, en los últimos 20 años, ha emprendido una posición aperturista, fomentando proyectos culturales y mediáticos como Al Jazeera, proyectos mediáticos y culturales como la fundación de la cadena televisiva internacional Al-Jazeera, el canal de noticias que ha revolucionado el panorama mediático árabe. Deporte, dinero y poder y negocios se mezclan en Qatar, que a través de su fondo soberano ha penetrado en sectores punteros occidentales de la finanza, del mercado energético, del lujo. Más que blanquear su imagen, Qatar está intentando enseñar al mundo su estilo de vida.