La imagen de la semana no puede ser otra que la de Pablo Iglesias despojado o desprovisto de la coleta. Y será antitaurino Pablo Iglesias, pero el sacrificio del apéndice capilar evoca el ritual con que se retiran los toreros. Se cortan la coleta. Y simbolizan así la despedida de los ruedos.
 
Es la perspectiva litúrgica y simbólica desde la que puede y debe interpretarse la catarsis estética del matador Iglesias, cuyo adiós más parece una espantada y evoca incluso la amargura con que se marchó de los toros El Guerra: “No me voy, me echan”, proclamaba el califa cordobés.
 
Y a Iglesias lo han echado su mesianismo impostor y su cesarismo fallido, razones por las cuales el cambio de vida requiere un nuevo estilismo. Ni coleta ni moño. Prevalece un aspecto más sosegado y noventero. Menos agresivo. Entre hipster y cayetano. E ilustrativo de la importancia que él mismo concedía a su imagen subversiva, no digamos cuando recubría las orejas de pendientes piratas