Xinjiang, la región de mayoría musulmana del oeste de China, ha sido siempre el puente entre el mundo islámico y el Extremo Oriente. Sus habitantes, de etnia uigur, tienen más en común con los pueblos túrquicos nómadas de Asia Central que con los chinos Han de la costa y centro del país. Sin embargo, la influencia china es notable, como se ve en la cultura, la gastronomía o la arquitectura uigur. Pero al imperio chino siempre le ha resultado difícil dominar a los levantiscos habitantes de esta zona.
En los últimos años, numerosos ciudadanos chinos han sido objeto de apuñalamientos y ataques con cuchillos por parte de uigures, cuya expresión más violenta fueron los disturbios de 2009. Las autoridades chinas acusan a los opositores uigures de vínculos con el terrorismo islámico internacional, una afirmación cierta en algunos casos: militantes uigures han formado parte de grupos extremistas en la región, o se han unido al Estado Islámico en Siria e Irak. Pero disidentes uigures aseguran que estas respuestas violentas son consecuencia directa de las políticas represivas del Estado chino. El último ejemplo: la prohibición, este fin de semana, de usar el velo islámico o llevar barba "larga", como parte de un paquete oficial de medidas para "combatir el extremismo".