¿Y el 'crash' de agosto que traía el apocalipsis? Cómo no perder la cabeza con la bolsa
Los estrategas del mercado y los expertos de internet siempre tienen explicaciones para la volatilidad del mercado, pero eso no significa que tengamos que creérnoslas. Dejemos de intentar racionalizarlas
Casi cualquier tormenta de volatilidad en los mercados se transforma rápidamente en una auténtica marea de tonterías, mientras los estrategas de Wall Street y un enjambre de expertos en la web pretenden explicar lo que acaba de ocurrir e inventan predicciones sobre lo que ocurrirá a continuación. Es hora de agudizar nuestra capacidad de pensamiento crítico. Para mantener el rumbo como inversores a largo plazo en medio de estas turbulencias a corto plazo, la necesitaremos.
El lunes 5 de agosto, la bolsa japonesa vivió su peor día desde 1987, con un desplome del 12,4%, y las acciones estadounidenses cayeron un 3%. El medidor del miedo de Wall Street, el índice VIX de volatilidad, se disparó más de un 50% hasta su nivel más alto desde los oscuros días de la pandemia de 2020. Al día siguiente, Japón repuntó un 10%, mientras que el S&P 500 ganó un 1% y el VIX cayó un 28%. Al final de la semana, las acciones se situaban no mucho por debajo de donde estaban antes de la salvaje caída.
¿Tenían los flujos de caja futuros de las empresas japonesas una octava parte menos de valor el lunes que el día anterior, y una décima parte más el martes? Por supuesto que no. Pero cuanto más inverosímil parece un acontecimiento, más ansía la mente humana una explicación plausible. ¿Qué hay de malo en ello? Una historia creíble puede llevarnos a pensar que sabemos exactamente lo que va a ocurrir y a confiar en esa creencia, cuando probablemente no sea más que una ilusión. O bien, una narración convincente puede hacernos creer que el narrador lo vio venir, cuando en realidad no fue así.
Casi un siglo después del crack de 1929 y casi cuatro décadas después del de 1987, nadie sabe con certeza qué causó ninguno de los dos. Pero esta semana, Wall Street ya rebosaba de teorías sobre lo ocurrido el lunes. Los grandes fondos de cobertura habían tomado préstamos en yenes japoneses baratos para comprar acciones estadounidenses y otros activos, y luego entraron en pánico cuando el yen subió repentinamente frente a otras divisas, encareciendo los préstamos. O los inversores habían perdido repentinamente la confianza en que la Reserva Federal pudiera evitar que la economía entrara en recesión, o las expectativas de los grandes valores tecnológicos se habían descontrolado.
Cuanto más inverosímil parece un acontecimiento, más ansía la mente humana una explicación plausible
Lo más probable es que la extraordinaria estabilidad de los mercados durante el último año y medio haya incitado a los fondos de cobertura y a otros grandes operadores a asumir riesgos cada vez mayores. Desde el 22 de febrero de 2023 hasta el 23 de julio, el S&P 500 nunca cayó más de un 2% en un día, la racha más larga de este tipo en más de 17 años. Pero una goma elástica solo se puede estirar hasta que se rompe, y cuando se rompe, duele.
La explicación más sencilla de todas es que los mercados se volvieron locos a principios de esta semana porque los mercados están formados por personas, y la locura es contagiosa. Parafraseando a Mark Twain, la verdad es más extraña que la ficción, porque la ficción tiene que tener sentido. Los mercados no lo tienen. Nada menos que Paul Samuelson, premio Nobel de Economía fallecido en 2009, sostenía que los mercados son "microeficientes" pero "macroineficientes".
Con ello quería decir que los inversores son buenos para integrar rápidamente la nueva información sobre valores concretos, pero malos para calibrar los acontecimientos geopolíticos y macroeconómicos que pueden afectar a categorías enteras de activos como acciones, bonos o materias primas. En una carta privada publicada posteriormente por Robert Shiller, el economista de Yale que acabó ganando otro Premio Nobel, Samuelson definió la macroineficiencia como "largas olas" de precios para amplias categorías de valores "por debajo y por encima de los valores fundamentales".
Shiller cree que los mercados son microeficientes pero macroineficientes porque un valor individual es discreto y se ve afectado por un número bastante limitado de factores. Los conjuntos más amplios de activos, como los mercados bursátiles nacionales enteros, pueden verse influidos por innumerables fuerzas, lo que hace que su valor sea "más subjetivo", afirma. Y opina que la macroineficiencia puede manifestarse no solo en las largas oleadas que Samuelson suponía, sino también en breves ráfagas.
Los inversores son malos para calibrar los acontecimientos macroeconómicos que pueden afectar a categorías enteras de activos
"Existe la idea de que los grandes movimientos del mercado son un indicador avanzado, y se trata de un indicador avanzado de acción muy rápida", afirma Shiller. "El sistema nervioso simpático humano evolucionó para que nos pongamos en marcha en caso de emergencia. La gente deja lo que está haciendo y piensa: Tengo que solucionar esto". Ese impulso es exactamente el que aprovechan las empresas de corretaje y las aplicaciones de "trading". Y es contra lo que los inversores a largo plazo deben estar en guardia. Los comerciantes financieros captan y mantienen tu atención en internet jugando con tus emociones, especialmente con el miedo y la ira. Su truco más sencillo es lo que yo llamo ocultar el denominador. "EL DOW SE DESPLOMA MÁS DE 1.000 PUNTOS" suena aterrador, porque oculta el punto de partida de la caída.
Para controlar tu miedo, basta con que te preguntes: "¿Cuál es el denominador?". El cierre anterior del Dow Jones Industrial Average fue de 39.737,26; ese es el denominador. La caída del 5 de agosto fue de 1.033,99 puntos; ese es el numerador. Si dividimos el numerador por el denominador, el "desplome" se convierte en una caída del 2,6%. No es una caída insignificante, pero resulta mucho menos alarmante que "EL DOW SE DESPLOMA MÁS DE 1.000 PUNTOS". Tu intuición se fijará de forma natural en "MÁS DE 1.000", porque es una cifra muy grande. Al redirigir tu atención al denominador, te obligas a hacer lo que Darrell Huff, en su obra clásica de 1954 Cómo mentir con estadísticas, llamaba "rebatir una estadística".
He aquí otro ejemplo de cómo hacerlo, y por qué es una herramienta importante para mantener el rumbo como inversor paciente. El martes, miles de cuentas en redes sociales compartieron una variación de este estremecedor mensaje: "NOTICIA: JP Morgan afirma que las instituciones compraron aprovechando la caída del mercado, mientras que los inversores minoristas vendieron en masa por el pánico. Los inversores particulares VENDIERON 1.000 millones de dólares. Las instituciones COMPRARON 14.000 millones".
Descubramos juntos el denominador. Según los datos disponibles de la Encuesta sobre las Finanzas de los Consumidores de la Reserva Federal, el 58% de los hogares estadounidenses poseen acciones, bien directamente, bien a través de fondos de inversión, fondos cotizados en bolsa u otros conjuntos de inversiones. La Oficina del Censo cuenta 131,4 millones de hogares. Combinando estas dos cifras, 76,2 millones de hogares estadounidenses poseen acciones. Si, como calcula el informe de JPMorgan, en total vendieron 1.000 millones de dólares en acciones (y fondos de inversión), eso supone una media de 13,12 dólares por hogar.
Si, como calcula JPMorgan, vendieron 1.000 millones de dólares en acciones, eso supone una media de 13,12 dólares por hogar
Según la Reserva Federal, el hogar medio posee unos 52.000 dólares en acciones directas o indirectas. Esto significa que, si las cifras de JPMorgan son correctas, el 5 de agosto el hogar típico estadounidense vendió el 0,025% del total de sus acciones. Eso es una cuadragésima parte del uno por ciento. ¿"Ventas motivadas por el pánico"? ¿Me están tomando el pelo?. En ninguna parte del informe original de JPMorgan se utilizó la palabra "pánico". Decía simplemente que "los participantes minoristas habían protagonizado hoy ventas netas agresivas", con ventas netas de 1.000 millones de dólares, muy por debajo del flujo neto diario medio, normalmente positivo, del año pasado.
Ocultar el denominador y exagerar el numerador es la forma en que los analistas en línea distorsionan las observaciones objetivas y las convierten en mensajes destinados a infundir miedo. Otras voces en las redes sociales intentaron fomentar el pánico subrayando que el S&P 500 perdió más de un "BILLÓN" de dólares el 5 de agosto, sin señalar que el valor total de mercado del índice era de algo menos de 45 billones de dólares antes de la caída.
No hay que intentar dar sentido a mercados que no lo tienen. Y, desde luego, no hay que escuchar a nadie que intente que cunda el pánico. Aprender a rebatir las estadísticas es tu primera línea de defensa y la mejor forma de mantener la calma cuando los mercados se vuelven locos.
*Contenido con licencia de The Wall Street Journal. Traducido por Federico Caraballo
Casi cualquier tormenta de volatilidad en los mercados se transforma rápidamente en una auténtica marea de tonterías, mientras los estrategas de Wall Street y un enjambre de expertos en la web pretenden explicar lo que acaba de ocurrir e inventan predicciones sobre lo que ocurrirá a continuación. Es hora de agudizar nuestra capacidad de pensamiento crítico. Para mantener el rumbo como inversores a largo plazo en medio de estas turbulencias a corto plazo, la necesitaremos.
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