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Todo lo que el pánico por la inflación no nos deja ver
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Hay mundo más allá de los altos precios

Todo lo que el pánico por la inflación no nos deja ver

Al escuchar los debates políticos sobre economía de hoy en día, es normal creer que el único problema de la economía de Estados Unidos es la inflación. ¿Pero lo es todo?

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Al escuchar los debates políticos sobre economía de hoy en día, es normal creer que el único problema de la economía de Estados Unidos es la inflación. Cuando al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, le preguntaron en su última rueda de prensa si era peligroso ir demasiado lejos en la lucha contra la inflación, su respuesta fue fime: "El peor error que podemos cometer es fracasar. No es una opción. Debemos recuperar la estabilidad económica, lo es todo, es la base de la economía. Si no hay estabilidad en los precios, la economía no va a funcionar".

Muchos dirán que la subida de los precios es un problema grave ¿pero lo es todo?

La atención exclusiva a la inflación funciona como una lente en cuanto a nuestra visión de la economía, agudizando nuestra atención en algunas partes del panorama, pero difuminando, distorsionando y ocultando muchas otras.

Foto: Foto: Pixabay/Gerd Altmann. Opinión
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A raíz de la Gran Recesión se ampliaron los debates macroeconómicos. Los economistas y los responsables políticos se alejaron de los tópicos de los libros de texto para adoptar una visión más matizada y realista de la economía. Hoy, esta amplia conversación ha dado paso al pánico por el aumento de los precios. Sin embargo, las realidades que provocaron aquellos debates no han desaparecido.

Debido al revuelo de la inflación, estamos pasando por alto al menos cuatro grandes cuestiones macroeconómicas.

En primer lugar, ¿realmente tiene sentido la conocida distinción entre oferta y demanda a nivel de la economía en su conjunto? En los libros de texto, oferta significa el nivel máximo de la producción de la economía, denominado "pleno empleo" o "producción potencial", mientras que demanda significa el gasto total. Se supone que ambos son independientes, es decir, los cambios en el gasto no afectan a la producción de la economía, y viceversa. De ahí que estemos acostumbrados a considerar los ciclos económicos y el crecimiento como dos problemas distintos.

Pero en el mundo real, la oferta suele responder a la demanda: un mayor gasto genera más inversión y atrae a más población activa. Este fenómeno, conocido con el desafortunado nombre de "histéresis", fue claramente visible en la ralentización del crecimiento de la mano de obra y de la productividad tras la Gran Recesión, y en su recuperación cuando la demanda se recuperó en los años anteriores a la pandemia. La moraleja de esta experiencia —que corre el riesgo de caer en el olvido por el pánico inflacionista actual— es que las recesiones son aún más costosas que lo pensábamos, ya que no solo implican una pérdida de producción en el presente, sino una reducción de la capacidad en el futuro.

Incluso si fuera factible eliminar el desempleo, no sería sostenible, ya que la autoriad de los empresarios depende de la amenaza de despido

La histéresis suele discutirse a nivel de la economía en su conjunto, pero también se da en mercados e industrias individuales. Por ejemplo, una de las razones por las que las tarifas aéreas son tan altas hoy en día es que las compañías aéreas, previendo una caída más sostenida de la demanda de viajes aéreos, ofrecieron la jubilación anticipada a miles de pilotos veteranos en las primeras etapas de la pandemia. El reclutamiento y la formación de nuevos pilotos es un proceso lento que las compañías evitarán a menos que esté claro que la fuerte demanda está aquí para quedarse. Así que, aunque la sabiduría convencional dice que el aumento de los precios significa que tenemos demasiado gasto y que tenemos que reducirlo, en un mundo con histéresis una mejor solución puede ser mantener una fuerte demanda, para que la oferta pueda aumentar para satisfacerla. En los libros de texto, podemos restaurar la estabilidad de los precios a través de una menor demanda, sin costes a largo plazo para el crecimiento. Ahora bien, ¿estamos seguros de que las cosas funcionan tan bien en el mundo real?

La segunda gran cuestión es la del mercado laboral. En este caso, la opinión de los libros de texto es que existe un nivel único de desempleo que permite que los salarios crezcan en consonancia con la productividad. Cuando el desempleo es inferior a esta "tasa natural", el crecimiento más rápido de los salarios se trasladará al aumento de los precios, hasta que los responsables políticos tomen medidas para forzar el aumento del desempleo. Sin embargo, en los años anteriores a la pandemia, quedó claro que esta imagen es demasiado simplista. El aumento de los salarios no tiene por qué repercutir en el aumento de los precios, también puede producirse a expensas de los beneficios o estimular un mayor crecimiento de la productividad. Y no todos los salarios responden por igual al desempleo. Los trabajadores más jóvenes, con menos formación y con salarios más bajos dependen más de la rigidez de los mercados laborales para encontrar trabajo y obtener aumentos, mientras que los ingresos de los trabajadores con expriencia y credenciales aumentan de forma más constante independientemente de las condiciones macroeconómicas. Esto significa que, tal y como ha reconocido Powell, la política macroeconómica tiene consecuencias inevitables.

En su clásico ensayo 'Political Aspects of Full Employment', el gran economista polaco Michal Kalecki argumentaba que, incluso si fuera económicamente factible eliminar el desempleo, no sería sostenible ya que la autoriad de los empresarios en el lugar de trabajo depende de "la amenza de despido". Algunos jefes de los bancos centrales, como Alan Greenspan, han planteado argumentos similares, sugiriendo que el bajo desempleo era sostenible en los años 90 solo porque los trabajadores habían quedado traumatizados por la profunda recesión de la década anterior.

Foto: Furio Pietribiasi, CEO de Mediolanum Funds.

Algunos argumentarían que es un despilfaro innecesario y cruel mantener la disciplina laboral y la estabilidad de los precios negando a millones de personas la posibilidad de realizar un trabajo útil, sobre todo teniendo en cuenta que, antes de la pandemia, el desempleo había caído muy por debajo de las estimaciones anteriores de la "tasa natural" sin que hubiera señales de aceleración de la inflación. Pero si queremos tener una economía de pleno empleo permanente, tenemos que responder a una pregunta difícil: ¿cómo debemos gestionar los conflictos distributivos entre trabajadores y propietarios (y entre trabajadores y trabajadores), y motivar a la gente para que trabaje cuando tiene poco que temer por perder su empleo?

Una tercera serie de interrogantes gira en torno a la globalización. Existe el miedo generalizado de que los nuevos cierres por covid en China puedan limitar las exportaciones a Estados Unidos y a otros países. Visto a través de la lente de la inflación, esto parece una fuente de subida de precios y un argumento más para el endurecimiento monetario. Pero si diéramos un paso atrás, podríamos preguntarnos si es prudente organizar la economía mundial de tal manera que los cierres en China, una guerra en Uncrania o incluso un incendio en una fábrica de Japón dejen a la población mundial sin poder satisfacer sus necesidades básicas. La profundización de los vínculos comerciales y financieros a través de las fronteras se presenta a veces como un hecho natural pero en realidad refleja decisiones políticas que han permitido concentrar en un puñado de lugares la producción mundial de todo tipo de bienes desde semiconductores hasta adornos navideños o guantes de látex. En algunos casos, esta concentración está motivada por las innegables ventajas técnicas de la producción a mayor escala, en otros por la búsqueda de salarios bajos, pero, en cualquier caso, refleja la prioridad de la minimización de costes sobre la flexibilidad y la resistencia. Independientemente de lo que ocurra con la inflación, se trata de un compromiso que tendrá que revisarse en los próximos años, ya que el cambio climático hace casi inevitables nuevas interrupciones en las cadenas de suministro mundiales.

Además, está el cambio climático. En este caso, la lente de la inflación no solo cambia el color del panorama sino que prácticamente lo invierte. Hasta hace poco, la opinión generalizada era que un impuesto sobre el carbono era la herramienta política clave para abordar el tema. Un economista de la época de Obama bromeó una vez diciendo que la gran pregunta sobre el clima era si un impuesto sobre el carbono era el 80 % de la solución o el 100 %. Un impuesto sobre el carbono aumentaría los precios de la energía, que sigue proviniendo principalmente de los combustibles fósiles y de los viajes en coche privado. Y eso es exactamente lo que hemos visto: los precios de los automóviles y la energía han aumentado mucho más rápido que otros, hasta el punto de que estas dos categorías representan la mayor parte del exceso de inflación del último año. De hecho, hemos sido testigos de algo parecido a un impuesto globlal sobre el carbono. Pero lejos de acoger el desproporcionado aumento de los precios de los bienes intensivos en carbono como un resquicio de la inflación, tanto los responsables políticos como el público lo ven como un problema urgente que hay que resolver.

Antes de la pandemia, muchos economistas ya se estaban alejando de un enfoque de la política climática centrado en el precio del carbono para adoptar un enfoque centrado en la inversión

Dicho claramente, la población no se equivoca al estar descontenta con el incremento del coste de los coches y la energía. A falta de alternativas prácticas, estos precios elevados infligen verdaderas penurias sin hacer necesariamente mucho por acelerar la transición del carbono. Una enseñanza razonable, por tanto, es que un impuesto sobre el carbono lo suficientemente alto como para reducir sustancialmente las emisiones será políticamente intolerable. Y, de hecho, antes de la pandemia, muchos economistas ya se estaban alejando de un enfoque de la política climática centrado en el precio del carbono para adoptar un enfoque centrado en la inversión.

Tanto si se trata de los precios del carbono como de la inversión, la única manera de reducir las emisiones de carbono es no utilizar los combustibles fósiles. No obstante, una parte cada vez mayor del debate político se centra en cómo fomentar la perforación por parte de las empresas petroleras y de gas, no solo hoy sino en un futuro indefinido. Como respuesta al aumento de los precios de la energía en la actualidad, esto es comprensible, dadas las verdaderas limitaciones de las energía renovables. Pero, ¿cómo pueden las medidas para impulsar el suministro de combustibles fósiles ser coherentes con un programa de descarbonización más a largo plazo?

* Contenido con licencia de Barron's

Al escuchar los debates políticos sobre economía de hoy en día, es normal creer que el único problema de la economía de Estados Unidos es la inflación. Cuando al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, le preguntaron en su última rueda de prensa si era peligroso ir demasiado lejos en la lucha contra la inflación, su respuesta fue fime: "El peor error que podemos cometer es fracasar. No es una opción. Debemos recuperar la estabilidad económica, lo es todo, es la base de la economía. Si no hay estabilidad en los precios, la economía no va a funcionar".

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