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El plan Biden para salir de Afganistán, desde dentro: "En julio, saltaron ya todas las alarmas"
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El plan Biden para salir de Afganistán, desde dentro: "En julio, saltaron ya todas las alarmas"

La estrategia estadounidense situó los departamentos de Defensa y Estado en posiciones divergentes: las tropas se retiraron, pero los diplomáticos se quedaron —y fueron expuestos cuando los talibanes tomaron el control—

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En junio, cuando la situación de seguridad en Afganistán empeoró, el consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Jake Sullivan, empezó a plantear dudas sobre el acelerado ritmo de la retirada de tropas estadounidenses.

El Pentágono planeaba haber extraído el grueso de sus fuerzas y clausurado la base aérea de Bagram a principios de julio para minimizar el riesgo para sus tropas. Con una extensa plantilla en la embajada de EEUU en Kabul y los informes de Inteligencia sugiriendo que el Gobierno afgano estaba desintegrándose, Sullivan cuestionó si era prudente cerrar la base tan pronto, según oficiales estadounidenses.

A medida que el proceso de cerrar Bagram se acercaba al punto de no retorno, el Ejército suspendió el cierre el 18 de junio para que la Casa Blanca pudiera considerar las consecuencias de abandonar la base aérea principal de EEUU en el país. El 22 de junio, el presidente Biden firmó el plan para cerrar la base el 2 de julio y solo mantener una presencia militar reducida sobre el terreno.

La decisión contribuyó a que EEUU emprendiera un camino hacia lo que se convertiría en un final tumultuoso de una guerra de 20 años que marcará la presidencia de Biden. Los talibanes acabaron rápidamente con el Gobierno de Kabul, EEUU dejó atrás a la mayoría de afganos en peligro y las personas de todo el mundo vieron escenas televisadas de caos en el aeropuerto. Un grupo terrorista suicida del Estado Islámico mató al menos a 180 personas hacinadas alrededor del aeropuerto de Kabul, incluidos 13 militares norteamericanos, según autoridades afganas y estadounidenses.

Una consecuencia de la decisión de la Administración Biden de retirar rápidamente las tropas fue situar el Departamento de Defensa y el Departamento de Estado en caminos divergentes. La retirada militar acelerada contrastó con la misión del Departamento de Defensa de mantener una embajada sólida y un apoyo diplomático a gran escala en Kabul después de que las fuerzas estadounidenses se marcharan.

Esta decisión muestra que las premisas sobre las que trabajaba la Administración Biden y las previsiones iniciales de los servicios de Inteligencia eran que el Gobierno afgano podría contener a los talibanes durante un plazo de dos años una vez que las tropas estadounidenses salieran. La estrategia se demostró insostenible cuando los talibanes arrasaron todo el país y el Gobierno y el Ejército afganos se desmoronaron.

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Si bien hubo muchos factores, recientes y de tiempos pasados, que contribuyeron a la ofensiva norteamericana para dejar Afganistán, una serie de entrevistas con un gran número de oficiales señala varios problemas: la dificultad que tuvo la Administración Biden para adaptarse rápidamente a las circunstancias cambiantes a medida que avanzaban los talibanes, mientras llegaban informes de Inteligencia más pesimistas y a la vez que las autoridades militares hacían sonar las alarmas de que Washington estaba actuando con demasiada lentitud para ayudar a los aliados afganos.

Terminar con la intervención militar de EEUU en Afganistán llevaba mucho tiempo siendo un objetivo principal para Biden y algo en torno a lo que había hecho campaña. Después de que anunciara en abril que los últimos 2.500 efectivos estadounidenses saldrían el 11 de septiembre, el mando militar, si bien recomendó mantener dichas tropas allí más tiempo, aceptó su posición. Los altos funcionarios civiles se mostraron esperanzados con la estrategia, reforzados por los análisis de Inteligencia optimistas sobre cuánto tiempo podría resistir el Gobierno afgano frente a los talibanes.

En las semanas finales, la Administración cambió de rumbo y reintrodujo miles de tropas para llevar a cabo una evacuación precipitada de civiles. Si bien el esfuerzo que realizó junto a sus aliados sacó a más de 124.000 personas, dejaron atrás a 200 ciudadanos estadounidenses y a la mayoría de decenas de miles de afganos que habían trabajado para EEUU o sus aliados de la OTAN.

placeholder Los talibanes, en Doha, para negociar con EEUU. (EFE)
Los talibanes, en Doha, para negociar con EEUU. (EFE)

Funcionarios de la Administración prometen ayudar a los norteamericanos y antiguos aliados afganos que quieran salir de Afganistán a dejar el país, aunque sin ofrecer detalles de cómo lo lograrán, y haciendo hincapié en que el esfuerzo dependerá de la influencia económica y los medios diplomáticos.

Supervisando la firme senda hacia la retirada, se encontraba un presidente con décadas de experiencia en asuntos exteriores y un estrecho círculo de asesores que incluían al secretario de Defensa, Lloyd Austin, un general jubilado que supervisó la retirada de tropas estadounidenses de Irak, y en la parte civil a Sullivan (consejero de Seguridad Nacional) y al secretario de Estado, Antony Blinken —dos hombres con mucha experiencia en formulación de políticas, pero poca en gestión de crisis en zonas de guerra—.

El Consejo de Seguridad Nacional “y las altas esferas gubernamentales no están entrenados ni establecidos para efectuar operaciones complejas. Su trabajo es establecer y supervisar políticas”, declara Ronald Neumann, antiguo embajador de EEUU en Afganistán, que preside la Academia Estadounidense de Diplomacia, asociación de exembajadores. “En este caso, entender la ejecución era esencial para tomar decisiones realistas, y se quedaron muy por debajo de sus propios objetivos”.

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En defensa de la gestión de la retirada por parte de su Administración, Biden declaró la semana pasada que su equipo de seguridad nacional había incluido en sus planes “cualquier posibilidad” y que el final de la presencia del Ejército estadounidense estaba destinado a ser caótico sin importar el momento en que se produjera. “No existe una evacuación del final de una guerra que puedas realizar sin el tipo de complejidades, desafíos y amenazas a los que nos enfrentamos”, declaró Biden el martes pasado.

Sullivan rechazó a través de un portavoz debatir su papel en las deliberaciones internacionales. Cuando le preguntaron los periodistas, Austin dijo que el lento proceso del Departamento de Estado para lidiar con los afganos con derecho a visados especiales de inmigración agravó los problemas. Se negó a señalar cualquier error del Pentágono, alegando que eso sería sujeto de informes 'a posteriori'. “Ninguna operación es perfecta… Queremos asegurarnos de que extraemos todas las lecciones que se pueden sacar de esta experiencia”, declaró Austin.

Un portavoz de Blinken no ha hecho comentarios. Un oficial del Departamento de Defensa defiende la actuación de la Administración dadas las circunstancias sin precedentes, apunta. “Si se esperaba que este equipo pudiera evitar las crisis, no funciona así”, declara el oficial. “La gente cuestionará ciertas decisiones, pero la realidad es que nadie se ha enfrentado a una situación como esta”.

A pesar de que Biden ha revocado otras políticas de Trump, decidió seguir adelante con el acuerdo afgano, aunque prolongó su fecha de retirada

Biden asumió el cargo en enero con el reloj acercándose al plazo límite de retirada de EEUU del 1 de mayo, fecha acordada por la Administración Trump y los talibanes en negociaciones el año pasado. Como vicepresidente, Biden había advertido al entonces presidente, Barack Obama, de que Afganistán era un atolladero y que el Ejército intentaría limitar sus opciones.

A pesar de que Biden ha revocado otras políticas de Trump, decidió seguir adelante con el acuerdo afgano, aunque prolongó su fecha de retirada cerca de cuatro meses. La alternativa, según ha declarado desde entonces, habría sido agravar las relaciones con los talibanes y más enfrentamientos, con las tropas estadounidenses en peligro.

El Ejército abogó por mantener 2.500 efectivos en el país, el tamaño establecido de las fuerzas en aquel momento, aunque el número actual apuntaba hacia 3.500 cuando se clasificó y se incluyeron otras unidades, según oficiales del Ejército estadounidense. La base aérea de Bagram era crucial para los planes del Ejército porque proporcionaría una base para drones, otras aeronaves y fuerzas de operaciones especiales para llevar a cabo operaciones antiterroristas en caso de que aumentara la amenaza terrorista u otras.

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Antes incluso del anuncio de Biden en abril, los mandos del Ejército estadounidense percibieron que quería terminar con el papel militar en Afganistán. Cuando Austin viajó al país en marzo, el comandante jefe estadounidense en el lugar, el general Scott Miller, le comunicó que podía sacar todas las tropas norteamericanas en dos meses si tenía que hacerlo, según oficiales estadounidenses.

A pesar de establecer inicialmente un plazo límite de retirada en el 20º aniversario de los ataques terroristas del 11-S que provocaron la guerra, Biden expuso más tarde la celeridad de la retirada del Pentágono para adelantar la fecha al 31 de agosto.

El día después del anuncio del presidente el 14 de abril, Blinken visitó Kabul y se comprometió a dotar al país de todos los “instrumentos diplomáticos, económicos y humanitarios para respaldar el futuro que el pueblo afgano quiere, incluidos los logros realizados por las mujeres afganas”, incluso después de que se marchara el Ejército norteamericano.

Asegurar la embajada, con cerca de 4.000 empleados estadounidenses, extranjeros y afganos, durante la retirada se convirtió en prioridad inmediata. Personal de Estado y de Defensa estableció un plan para mantener 650 efectivos para proteger la embajada y el Aeropuerto Internacional Hamid Karzai, y la Casa Blanca lo aprobó, según los oficiales. Después de la decisión, la embajada ordenó que el personal no esencial saliera de Afganistán, en la que se convertiría en la primera de varias rondas de reducciones.

El 8 de mayo, el Pentágono celebró una reunión en su auditorio subterráneo para asegurarse de que estaba alineado con el Consejo de Seguridad Nacional, el Departamento de Estado y otras partes de la Administración para poner fin al papel de EEUU. El tema principal, según los funcionarios, fue comunicar el plan del Ejército de retirada rápida para minimizar el riesgo para las tropas.

Austin y el presidente del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, dijeron al grupo —que incluía a Sullivan y al vicesecretario de Estado de gestión, Brian McKeon, que supervisaba la embajada de EEUU en Kabul— que el Ejército estaría fuera la primera semana de julio, salvo los 650 efectivos que protegerían la embajada y el aeropuerto. Una presentación de PowerPoint sobre la retirada incluía el cierre previsto de la base aérea de Bagram, más de 60 km al norte de Kabul, y de Camp Dwyer, base aérea en la provincia de Helmand.

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“Nos dimos cuenta de la necesidad de traer a todo el mundo de forma física y comunicarles esto”, declara un funcionario de Defensa. El Pentágono quería debatir sobre una evacuación de emergencia de la embajada y cómo planear la extracción de afganos en peligro, pero autoridades de la Casa Blanca pidieron que dichas cuestiones fueran eliminadas de la agenda, alegando que deberían debatirse por separado, según oficiales estadounidenses.

Dentro de la Administración y la coalición liderada por EEUU, aumentaron las preocupaciones. En reuniones de coordinación de políticas, Samantha Power, jefa de la Agencia de EEUU para el Desarrollo, planteó una creciente preocupación por si los grupos afganos que desarrollaban los programas de ayuda de sus agencias quedasen atrapados en el fuego cruzado, según los oficiales.

Un nuevo informe de Inteligencia, preparado a mediados de junio a petición del general Milley, declaró que Kabul podía caer seis meses después de que el Ejército estadounidense se marchara. En ese momento, Sullivan planteó dudas en el Consejo de Seguridad Nacional sobre el cierre de Bagram, según algunos oficiales estadounidenses. Solo dos semanas antes de la fecha programada para que la mayoría del Ejército saliera, la base estaba en proceso de ser clausurada. El Pentágono frenó el cierre durante varios días para que Biden y sus asesores pudieran reconsiderar el momento del cierre de la base. Mantenerla abierta impediría que el Pentágono llevara a cabo el plan de Biden para retirar la mayoría de las tropas estadounidenses.

placeholder Un soldado de Estados Unidos investigando la explosión en el aeropuerto de Kabul. (Reuters)
Un soldado de Estados Unidos investigando la explosión en el aeropuerto de Kabul. (Reuters)

Trabajando con el límite de tropas de la Administración de 650 efectivos, los mandos militares tuvieron que elegir entre mantener abierta Bagram o el aeropuerto de Kabul, que se consideraba preparado para gestionar una gran evacuación. Habiéndole informado de ello, según funcionarios, Biden apoyó el plan del Ejército, confirmando el cierre de Bagram.

“Asegurar Bagram es un nivel significativo de esfuerzo militar, y también requeriría apoyo externo del Ejército afgano”, declaró el general Milley en una rueda de prensa en el Pentágono el mes pasado. “Nuestro deber era proteger la embajada para que el personal de la misma siguiera trabajando”.

“Así que teníamos que cerrar o uno o el otro, y se tomó una decisión”, añadió el general Milley. Operar fuera del aeropuerto de Kabul “se consideraba la mejor solución táctica en base a la misión que se nos otorgó y de cara a reducir las tropas a una cifra entre 600 y 700”, declaró.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters)

Las tropas en Kabul expulsaron a diplomáticos estadounidenses durante semanas para reducir el tamaño de la embajada y la exposición al riesgo si la capital caía ante los talibanes, temiendo que fuera difícil proteger o evacuar a los miles de personas que seguían viviendo o trabajando en el complejo en una crisis, según las autoridades. Los funcionarios del Estado fueron reacios a hacerlo, según oficiales estadounidenses.

Los funcionarios de la embajada ya estaban supervisando algunas reducciones, según otro oficial. A lo largo de julio, la embajada mandó a casa a otros 400 estadounidenses, según este oficial.

Un día después de la partida del general Miller, más de 20 empleados de la embajada de EEUU decidieron que ya no guardarían silencio sobre lo que veían como una situación que se agravaba rápidamente. Un cable discrepante clasificado, con fecha de 13 de julio, dirigido a Blinken y otra autoridad del Departamento de Estado advertía de una inminente toma del poder de los talibanes y de la necesidad de iniciar evacuaciones masivas de estadounidenses y sus parejas afganas el 1 de agosto. El 3 de agosto, días antes de que la primera capital provincial cayese en poder de los talibanes, un nuevo informe de Inteligencia estadounidense concluyó que Kabul podía caer en meses o incluso semanas, según los funcionarios.

“En ese momento, todas las luces de alarma se habían encendido", según un funcionario estadounidense familiarizado con el cable: "No es fácil que la gente se enfrente al que manda".

La Administración Biden anunció un nuevo esfuerzo para asumir la reubicación de nacionales afganos y su núcleo familiar

Con las fuerzas afganas tambaleándose, la Administración Biden retomó los ataques aéreos tripulados, que habían sido restringidos con el cierre de Bagram, volando desde bases en los Estados del Golfo. Para hacerlo, EEUU envió de forma clandestina al aeropuerto de Kabul a un equipo que podía llevar a cabo misiones de búsqueda y rescate si una aeronave norteamericana tenía problemas de mantenimiento y se estrellaba, según un militar.

El Departamento de Estado también buscó acelerar el proceso de sacar a los afganos aliados del país. El proceso de 14 pasos para emitir estos visados especiales de inmigración tiene una duración media de dos años. El programa había sufrido varias interrupciones el año pasado, cuando los brotes de covid-19 obligaron a la embajada a suspender el servicio y trasladar en última instancia el procesamiento de solicitudes a Washington. Solo 750 solicitudes pendientes de más de 20.000 llegaron a la última fase.

La Administración anunció un nuevo esfuerzo para asumir la reubicación de nacionales afganos interesados y cualificados y su núcleo familiar. El 19 de julio, se estableció un grupo de trabajo las 24 horas del día en Washington para hacerse cargo, y el primer grupo aterrizó en EEUU el 1 de agosto.

Foto: Fuerzas talibanas controlan los accesos al aeropuerto Hamid Karzai. (Reuters)

Entonces, el Departamento de Estado amplió el grupo de afganos que podían optar a la reubicación en EEUU, anunciando una nueva denominación de visado para cualquier afgano que hubiera trabajado para contratistas del Gobierno estadounidense, programas financiados por EEUU u organizaciones de medios de comunicación. El esfuerzo mayor aumentó las expectativas, contribuyendo a la multitud de afganos que llegarían más tarde al aeropuerto de Kabul.

Un alto funcionario del Departamento de Estado declaró que la lenta tramitación del programa se debe a limitaciones impuestas por el Congreso y que no podía reducirse. La decisión de traer a los solicitantes a EEUU o terceros países antes de completarla, dice, requirió semanas de planificación y la aprobación del presidente. Pero dichos planes se diseñaron, según el funcionario, cuando los informes de Inteligencia sugirieron que EEUU aún tenía más tiempo para sacar a los aliados antes de que Kabul pudiera caer ante los talibanes.

El 6 de agosto —el día en que los talibanes tomaron la primera capital de provincia, al principio de una rápida extensión de 10 días que los llevaría hasta Kabul—, altos funcionarios de la Administración se reunieron para debatir la situación, centrándose en si debían realizar una evacuación de emergencia de la embajada. Cargos militares pidieron coordinación y resaltaron a los demás que cuanto más esperara EEUU para empezar a evacuar la embajada, más peligroso se volvería. La embajada trazó un plan para reducir aún más su tamaño, según los funcionarios, y se marchó más personal.

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Con los talibanes avanzando rápidamente, el Pentágono empezó a enviar tropas de vuelta a Afganistán para evacuar la embajada y a aliados afganos. En total, movilizó a 5.000 efectivos, cerca del doble de los que se retiraron inicialmente. Se situaron en el aeropuerto de Kabul e instaron a EEUU a que acudiese a los talibanes, sus antiguos adversarios, en busca de ayuda con disposiciones de seguridad.

En Doha, Qatar, el enviado estadounidense Zalmay Khalilzad negoció un acuerdo con los talibanes para que se quedaran en la periferia de Kabul durante dos semanas mientras EEUU completaba su retirada militar, según oficiales. En ese periodo, se esperaba que una delegación de autoridades y agentes de poder afganos viajara a Qatar para negociar el traspaso de poder a un Gobierno provisional.

Eso nunca sucedió. Ashraf Ghani, presidente del Gobierno apoyado por EEUU, huyó del país, y los talibanes entraron en Kabul el 15 de agosto. Los talibanes dijeron que tenían que tomar el control de la ciudad para evitar que se sumiera en el caos después de que el Gobierno se hubiera fugado. Las tropas de EEUU dependían de los talibanes para mantener la seguridad en el borde exterior del aeropuerto mientras que afganos, estadounidenses y otros se amontonaban para ser evacuados.

*Contenido con licencia de ‘The Wall Street Journal’.

En junio, cuando la situación de seguridad en Afganistán empeoró, el consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Jake Sullivan, empezó a plantear dudas sobre el acelerado ritmo de la retirada de tropas estadounidenses.

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