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'Bidenomics', el plan de EEUU para reconstruir el consenso económico
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'Bidenomics', el plan de EEUU para reconstruir el consenso económico

Mientras no haya nombre para el sucesor del neoliberalismo, 'Bidenomics' servirá por el momento. Aquí van algunas diferencias entre el antiguo y el nuevo pensamiento

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Si estudió, escribió o formó parte de la política económica en las últimas décadas, seguramente interiorizó ciertas normas sobre el funcionamiento del mundo: los gobiernos deberían evitar los déficits, liberalizar el comercio y confiar en los mercados. Los impuestos y los planes sociales no deberían desincentivar el trabajo.

Este canon se dio a conocer en todo el mundo como el 'Consenso de Washington' y en EEUU como neoliberalismo. La última etiqueta siempre ha sido más popular entre sus críticos que para sus partidarios. No obstante, fusionando los fundamentos del mercado libre del liberalismo clásico con un poco de redistribución y regulación, surge el término que describió ampliamente la política económica de líderes occidentales desde Ronald Reagan y Margaret Thatcher hasta Bill Clinton y Tony Blair, pasando por George W. Bush, Barack Obama y David Cameron.

Desde entonces, el neoliberalismo ha caído en desgracia bajo el mandato de Donald Trump y ahora del presidente Biden. Pero, al igual que el populismo de Trump nunca se fundamentó en la economía, la aceptación de Biden de un gobierno más amplio no es la economía del 'establishment', sino de pensadores de izquierdas del mundo académico, 'think thanks' y de Twitter.

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Sus puntos de vista no están unificados ni son totalmente originales. Se apoyan en gran medida en ideas propuestas anteriormente por el británico John Maynard Keynes en los años 1930, los asesores presidenciales demócratas Walter Heller, James Tobin y Arthur Okun en los años 1960 y Larry Summers en los 2010, a quien, irónicamente, se tacha a menudo de ser la encarnación del neoliberalismo. Todos consideraban la política fiscal clave para conseguir el pleno empleo.

Así que, mientras no haya nombre para el sucesor del neoliberalismo, 'Bidenomics' servirá por el momento. Aquí van algunas diferencias entre el antiguo y el nuevo pensamiento, aunque esto no recoge el abanico de opiniones que hay en ambos campos ni en la propia Administración Biden.

Crecimiento

Antigua concepción: la escasez es el estado predeterminado de las economías. La demanda de bienes, servicios, mano de obra y capital es ilimitada, su oferta es limitada. Con el tiempo, la economía tiende a funcionar a plena capacidad, es decir, pleno empleo, por lo que un mayor crecimiento requiere aumentar la capacidad incrementando los incentivos para trabajar e invertir. Las herramientas macroeconómicas –políticas monetaria y fiscal– se necesitan solo de forma ocasional para lidiar con crisis económicas y la inflación.

Nueva concepción: la inactividad es el estado predeterminado de las economías. El crecimiento no se detiene por la oferta, sino por una falta crónica de demanda, lo que reclama unas políticas monetaria y fiscal de estímulo constante. J. W. Mason, profesor de Economía en el John Jay College of Criminal Justice, cuya obra es una especie de manual de pensamiento posneoliberal, explicó en Twitter: "La economía no funciona a plena capacidad en promedio, sino que normalmente (al menos en las últimas décadas) se sitúa en algún punto muy por debajo de ella". Eso sugiere, declaró, que "la 'economía de depresión' aplica básicamente en todo momento".

Inflación y política fiscal

Antigua concepción: la política fiscal no debería situar el desempleo por debajo del nivel que provoca el incremento de la inflación, lo que forzaría a la Reserva Federal a subir los tipos de interés.

Nueva visión: las políticas fiscal y monetaria deberían mantener el desempleo tan bajo como puedan, porque un bajo nivel de desempleo no genera inflación, y si con el tiempo lo hace, es mucho menos costoso socialmente que el desempleo constante.

Foto: (Reuters)

Deuda y déficit

Antigua visión: dado que los ahorros son escasos, los déficits presupuestarios del gobierno impulsan los tipos de interés y reducen la inversión privada, y se deberían evitar salvo en las crisis económicas.

Nueva visión: los bajos tipos de interés en todo el mundo muestran que los ahorros son abundantes y la demanda es débil crónicamente, por lo que los déficits no son negativos y pueden ser necesarios. Summers lo ha denominado 'estancamiento secular'. La 'Teoría Monetaria Moderna' –que pocos economistas abrazan, incluso en la izquierda– va más allá, alegando que los déficits nunca reducen la inversión privada o aumentan los tipos de interés.

Planes sociales

Antigua visión: la ayuda debería ir dirigida a aquellos que más la necesitan porque el dinero es escaso. Las ayudas deberían fomentar el trabajo porque eso aumenta el PIB y otorga dignidad. Por tanto, el seguro de desempleo es mejor que reembolsos y la ayuda a los pobres debería vincularse al trabajo.

Nueva visión: dado que el dinero no es escaso –véase arriba– la ayuda puede y debe ser universal para que nadie se quede atrás. El PIB y el trabajo remunerado están sobrevalorados porque mucho de lo que hace que la vida merezca la pena, como el cuidado, nace fuera del mercado. Biden ha expandido el crédito fiscal por hijo.

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Mercados y estímulos

Antigua visión: unos tipos impositivos elevados sobre los ingresos y beneficios desincentivan el trabajo y la inversión, mientras que un salario mínimo elevado reduce el empleo para las personas poco cualificadas. Los mecanismos de mercado pueden conseguir objetivos sociales como menos emisiones de gases de efecto invernadero de forma más barata que las regulaciones por decreto.

Nueva visión: el poder monopolístico y las barreras de entrada al mercado son dominantes, lo que permite a los ricos y a las empresas acumular mucha más riqueza y beneficios, además de pagar menos a los empleados, que lo que permitiría un mercado realmente competitivo. Las tasas impositivas más elevadas tienen poca repercusión en los incentivos y los salarios mínimos más elevados no tienen consecuencias en el empleo. Los mecanismos de mercado como los precios del carbono perpetúan las desigualdades existentes.

En parte, las 'Bidenomics' reflejan lo que los economistas han observado en los últimos 20 años: la deuda pública creció drásticamente mientras los tipos de interés caían y el desempleo alcanzó mínimos históricos sin desatar la inflación. Nuevas investigaciones descubrieron que las políticas, como los salarios mínimos y los recortes fiscales, afectaban al comportamiento mucho menos de lo que predecían los libros de texto.

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Pero las 'Bidenomics' son más un movimiento político que una escuela de pensamiento económico. La base demócrata se ha desplazado hacia la izquierda, estimulada por la desigualdad, el cambio climático y la pandemia del coronavirus, así como por Trump y el giro hacia la derecha del Partido Republicano. Dicha base ahora busca, a través de Biden, remodelar la economía y la sociedad durante los próximos años.

El problema con la subordinación de las políticas económicas a los imperativos políticos es que no tienen un principio restrictivo: si 3 billones de dólares en estímulos está bien, ¿por qué no 6 billones de dólares? Si un salario mínimo de 15 dólares la hora es inofensivo, ¿por qué no 30 dólares?

Biden puede ignorar los principios restrictivos por ahora sobre todo por un motivo: los tipos de interés están cerca de cero. De hecho, el presidente de la Fed, Jerome Powell, es el jugador más importante en las 'Bidenomics'. Pero los tipos bajos y la actitud relajada de la Fed respecto a la inflación son producto de la situación actual, no nuevos rasgos permanentes de la economía. Cuanto más tiempo actúen las 'Bidenomics' como si no existieran los límites, más probable será que los alcancen.

*Contenido con licencia de 'The Wall Street Journal'.

Si estudió, escribió o formó parte de la política económica en las últimas décadas, seguramente interiorizó ciertas normas sobre el funcionamiento del mundo: los gobiernos deberían evitar los déficits, liberalizar el comercio y confiar en los mercados. Los impuestos y los planes sociales no deberían desincentivar el trabajo.

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