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La contienda entre Trump y Biden evoca la amarga votación de 1864
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Cuando las elecciones son transformadoras

La contienda entre Trump y Biden evoca la amarga votación de 1864

Es el cliché político definitivo. En 1868, el 'Atlantic' describió la carrera a la presidencia como "las elecciones más importantes que los estadounidenses jamás habían conocido"

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La narrativa parece estar escrita en piedra. Cada cuatro años, independientemente de quién se presente a la presidencia o en qué estado se encuentre del país, los estadounidenses se enfrentan a las elecciones más trascendentales de sus vidas. Es el cliché político definitivo y ha existido durante siglos. En 1868, el 'Atlantic' describió la carrera a la presidencia del republicano Ulysses S. Grant y del demócrata Horatio Seymour como "las elecciones más importantes que los estadounidenses jamás habían conocido".

Dado que las elecciones de 1860 habían fracturado a la nación en bandos combatientes, y que las elecciones de 1864 habían transcurrido durante los momentos más oscuros de nuestra historia nacional, la descripción febril de la contienda Grant-Seymour, ya hace tiempo olvidada, llevaba consigo una verdad importante: las elecciones presidenciales rara vez están a la altura de sus expectativas. Es probable que las elecciones de 2020 tampoco sean una excepción.

Se han disputado más de 50 elecciones presidenciales en los EEUU desde que un agotado George Washington se despidió de la nación, y muchas de ellas pueden reclamar una especie de distinción. Franklin Roosevelt obtuvo la victoria más desproporcionada en términos de votos electorales, derrotando al gobernador de Kansas, Alf Landon, en 1936 con un recuento implacable de 523 a 8. Cinco presidentes, el último de los cuales es Donald Trump, han ganado los votos del Colegio Electoral y, por lo tanto, las elecciones, aun perdiendo el voto popular. En 1824, John Quincy Adams se convirtió en el primer hijo de un presidente en conquistar la Casa Blanca, una hazaña duplicada por George W. Bush en las controvertidas elecciones de 2000.

La campaña de 1928 tuvo al primer candidato católico, Al Smith, postulando para presidente de un partido político importante, y la campaña de 1960 vio al segundo candidato católico, John F. Kennedy, romper esa barrera. Pero tendría que pasar medio siglo antes de que nuestras campañas presidenciales, gracias a Barack Obama y a Hillary Clinton, comenzaran a reflejar seriamente la diversidad del país.

A decir verdad, sin embargo, pocas de esas elecciones están en el nivel superior de tales carreras (presidenciales), como tampoco lo está en este momento la contienda Trump vs. Biden, a pesar de un año espantoso de pandemia y conflictos civiles. Existe una diferencia entre unas elecciones significativas y unas transformadoras. El llegar a considerar las elecciones de 2020 como un punto de inflexión en nuestra historia bien puede depender de uno de estos dos escenarios: que el presidente Trump pierda, declare los resultados como una farsa, se niegue a dejar el cargo y cree una crisis constitucional más tóxica que la de Bush vs. Gore; o que el presidente Trump gane, lleve a cabo la reestructuración completa de su partido y causa un efecto dominó en todo el espectro político.

Los historiadores generalmente coinciden con respecto a las pocas elecciones presidenciales que han sido verdaderamente transformadoras. Estas incluyen las elecciones de 1800 entre Thomas Jefferson y John Adams, dos padres fundadores con ideas muy diferentes sobre el futuro de la nación. Lo que hizo que fuese tan crítica la carrera presidencial era la capacidad de estos hombres y sus partidarios de celebrar elecciones duramente disputadas dentro de un sistema partidista recién creado, y hacerlo de una manera que permitiese la transferencia pacífica del poder. No hubo disturbios, ni llamadas a la intervención militar, ni amenazas de separarse de la Unión.

"Todos somos republicanos, todos somos federalistas", dijo Jefferson en su inauguración, sabiendo que la Constitución había superado su primera gran prueba.
También domina estas listas la campaña presidencial de Andrew Jackson en 1828, la primera en utilizar grandes concentraciones y desfiles de antorchas, marcando el comienzo de una era de democracia masiva para los hombres blancos y una pesadilla de reubicaciones forzosas para los nativos americanos. Jackson, un sureño y dueño de esclavos, a menudo violento y grosero, utilizaría su presidencia para defender a la Unión de aquellos que amenazaban con dividirla, creyendo, como Jefferson y Lincoln, que la secesión supondría una daga en el corazón de la nación.

Las otras contiendas presidenciales citadas con mayor frecuencia como transformadoras son aquellas que se enfrentaron a temas vitales en un momento de máxima crisis. Las "elecciones de la Guerra Civil" de Abraham Lincoln en 1860 siempre se incluyen, al igual que las "elecciones del New Deal" de Franklin Roosevelt en 1932. La mayoría de las listas contienen la campaña Kennedy-Nixon de 1960, con la religión de JFK y los primeros debates televisados en el centro de todas las miradas. Yo prefiero las elecciones menos conocidas de Johnson-Goldwater de 1964, en las que LBJ [Lyndon B. Johnson] hizo de los derechos civiles un problema nacional, la guerra infantil en Vietnam fue fácilmente respaldada y Goldwater ofreció un tipo de conservadurismo moderno que Ronald Reagan llevó a buen término.

placeholder Donald Trump. (Reuters)
Donald Trump. (Reuters)

Hubo una campaña presidencial de la que se habla con menos frecuencia, y que tiene extraordinarias similitudes con la campaña Trump-Biden. Ocurrió en el apogeo de la mayor emergencia nacional de nuestra historia y se centró en cuestiones de raza, voto ausente, llamadas al aplazamiento, una nominación a la Corte Suprema y la transferencia pacífica del poder. Amargamente divisiva, fue menos una contienda entre los dos candidatos, el general George McClellan y el presidente Abraham Lincoln, que un referéndum sobre el comportamiento y el liderazgo del titular. Aunque es una de las campañas favoritas de distinguidos historiadores de la Guerra Civil como Eric Foner, James McPherson y Doris Kearns Goodwin, la campaña de 1864 rara vez figura en la lista de las principales carreras presidenciales. Sigue siendo una nota a pie de página, en el mejor de los casos, en la amplia narrativa de la política estadounidense.

La carrera presidencial se desarrolló en el contexto de una masacre masiva. Habiendo obtenido victorias decisivas en Gettysburg y Vicksburg en el verano de 1863, las fuerzas de la Unión se encontraron en una brutal guerra de desgaste contra un enemigo que no mostraba signos de ceder. Cold Harbor, The Wilderness, Spotsylvania Courthouse, todos tuvieron un número de bajas alarmante y muy pocas buenas noticias. La popularidad de Lincoln se desplomó, atrapada en un desagradable fuego político cruzado entre los demócratas de la "paz" que exigían el fin inmediato de la guerra y los republicanos radicales que exigían las condiciones más duras posibles para la rendición de los rebeldes.

Habrá entre nosotros tantos negros que será como estar rodeados de zarzamoras

'Harper's Weekly' imprimió una lista de términos que los enemigos del presidente usaban para describirlo: tirano, déspota, ladrón, monstruo, mentiroso, canalla, creador de viudas, Ignoramus Abe [Ignoramus Abraham]. Pero los peores calificativos eran raciales. La Proclamación de Emancipación de Lincoln de 1863 había hecho revivir los temores de muchos norteños blancos de que "hordas" de esclavos recién liberados inundarían sus ciudades en busca de trabajo y vivienda. Tarde o temprano, advirtió el 'New York Daily News', "habrá entre nosotros tantos negros que será como estar rodeados de zarzamoras".

La campaña de 1864 probablemente se erige como la más abiertamente racista en la historia de EEUU. Los oponentes demócratas de Lincoln empezaron a llamarlo "Abraham Africanus el primero", mientras retrataban la plataforma del Partido Republicano como los Diez Mandamientos del infierno: "No tendrás otro Dios que el Negro". 'The New York World', un conocido periódico anti-Lincoln, imprimió una litografía coloreada a mano llamada "El baile del mestizaje", que mostraba parejas de distinta raza bailando y abrazándose en un evento patrocinado por el "Lincoln Central Campaign Club", con un retrato de el presidente sonriendo a los juerguistas. 'The World' presentó este evento ficticio como si realmente hubiera tenido lugar. "Certificamos este hecho", declaró.

Lincoln esperaba perder totalmente las elecciones contra McClellan, a quien había destituido del mando por no llevar adelante la guerra de manera agresiva. En un memorando privado enviado a su gabinete, con fecha del 23 de agosto de 1864, Lincoln escribió: "Esta mañana, como desde hace algunos días, parece sumamente probable que esta Administración no sea reelegida. Entonces será mi deber cooperar con el presidente electo para salvar la Unión". A Lincoln nunca se le pasó por la cabeza cuestionar la inminente votación o impedir el proceso de sucesión presidencial.

Foto: Protestas en Portland contra la policía. (Reuters)

Tampoco respaldó el plan propuesto por algunos partidarios de posponer las elecciones. Once estados se habían separado de la Unión, bandas armadas habían atacado las oficinas de reclutamiento del ejército y una incursión de la Confederación se había producido a cinco millas de la Casa Blanca, en Washington en el verano de 1864. Lincoln, sin embargo, se negó a ceder. La democracia estadounidense se apoyaba en la voluntad del pueblo. "No podemos tener un gobierno libre sin elecciones", dijo, "y si la rebelión nos obligara a renunciar o posponer unas elecciones nacionales, podría decirse con justicia que ya nos ha conquistado y arruinado".

Las campañas presidenciales pueden cambiar en un instante. Hoy lo llamamos una "sorpresa de octubre". En septiembre de 1864, llegó un telegrama del general William Tecumseh Sherman: "Atlanta es nuestra, y de manera justa ha sido conquistada". De repente, la guerra parecía que se podía ganar; el impulso estancado de Gettysburg y Vicksburg se había reavivado. "El impacto de este evento no se podría exagerar", escribió James McPherson. "El presidente era ahora un líder victorioso en lugar de un perdedor desprestigiado".

Lincoln tenía la intención de aprovecharlo al máximo. A medida que la nueva energía latía en las filas de la Unión, la Casa Blanca avivó un oscuro experimento de la Guerra de Independencia: la votación en ausencia de las tropas. Ambos partidos apoyaron la idea, los demócratas creían que McClellan, un militar de carrera, prevalecería. Pero Lincoln sabía lo que hacía, escribe Goodwin. "Confió en el vínculo que había conseguido crear con sus soldados durante sus muchos viajes al frente. Después de cada derrota, se había unido a ellos, cabalgando lentamente en sus filas, estimulando sus ánimos". Había entrado en sus campamentos y había pasado horas interminables en hospitales militares consolando a los heridos. Un historiador estimó que "un cuarto del millón de personas o más lo habían llegado a ver".

Trece estados aprobaron rápidamente una legislación que permitía el voto en ausencia en el campo de batalla, mientras que otros cuatro aprobaron un sistema con un intermediario que permitía a los soldados colocar sus votos en un sobre sellado para enviarlos por correo a un suplente de confianza. Cuando algunos estados se opusieron y exigieron a los votantes que se presentaran en persona, Lincoln instó a sus generales a otorgar permisos a quienes desearan regresar a casa. Cuando se le preguntó sobre el proceso, respondió: "Preferiría ser derrotado con el voto de los soldados respaldándome, que ser elegido sin él".

placeholder El candidato a la presidencia de Estados Unidos, Joe Biden. (Reuters)
El candidato a la presidencia de Estados Unidos, Joe Biden. (Reuters)

No tenía por qué preocuparse. En los 12 estados que tabularon los votos de los soldados por separado, Lincoln ganó cerca del 80% de los votos, lo que ayudó a asegurar su victoria. A pesar de los incidentes aislados de fraude, el proceso se desarrolló sin problemas. Con el tiempo, a medida que la sociedad estadounidense se volvió más móvil, el voto en ausencia se extendió a los civiles, y la mayoría de los estados les permitían presentar su solicitud sin tener que dar una excusa. Se estima que más de un tercio de los votos emitidos en la elección Trump-Biden llegará por correo.

A menos de un mes de las elecciones murió el presidente del Tribunal Supremo, Roger B. Taney. Como Lincoln no tenía ya suficientes problemas, ahora tenía que nominar a un reemplazo para el jurista que había escrito el infame fallo del caso de Dred Scott en 1857, que dictaminaba que las personas de ascendencia africana, esclavas o libres, "no tenían derechos que el hombre blanco estuviese obligado a respetar". Lincoln estaba muy alejado de las opiniones de Taney, como Donald Trump lo está de las opiniones de Ruth Bader Ginsburg. La diferencia es que Lincoln decidió esperar hasta después de las elecciones para elegir un reemplazo.

Algunos historiadores apoyan la opinión expresada por la senadora Kamala Harris en la reciente audiencia de confirmación de la jueza Amy Coney Barrett; habló sobre lo que Lincoln pensó que era indecoroso: nominar a un presidente del Tribunal Supremo solo unas semanas antes de que el pueblo eligiera al próximo presidente. Otros historiadores no están de acuerdo. Creen que Lincoln vaciló porque el Congreso no estaba en plena actividad y no quería alienar a ninguno de los hombres poderosos que competían por ese puesto en vísperas de su propia reelección. Lo que se puede decir con certeza es que tanto Trump como Lincoln tuvieron la suerte de poder rellenar un gran número, inusual, de vacantes —tres para Trump, cinco para Lincoln— permitiendo a cada hombre moldear dramáticamente el futuro de la Corte Suprema.

El día de las elecciones no trajo más sorpresas. Lincoln derribó a McClellan, obteniendo el 55% del voto popular en todos los estados excepto en tres, el conteo electoral se situó en 212 frente a 21. Fue el primer presidente en ser reelegido desde la victoria de Andrew Jackson en 1832. El 4 de marzo de 1865, con la Confederación al borde del colapso, Lincoln pronunció su segundo discurso inaugural ante una enorme multitud empapada por la lluvia ante el edificio del Capitolio. Declarando que Dios había infligido "esta terrible Guerra tanto en el Norte como en el Sur" como juicio por los males de la esclavitud, pidió una reconciliación sin "malicia hacia nadie" y "con caridad para todos". Moriría cinco semanas después a manos de un asesino de la Confederación, a la edad de 56 años.

La campaña de 1864 merece la debida atención por muchas razones, la más importante de las cuales es la insistencia del presidente en mantener los fundamentos de la democracia en un momento de máximo peligro nacional. Escribiendo desde el valle de Shenandoah, empapado de sangre, un joven soldado de la Unión describió la emoción que sintió al emitir su voto desde el campo. "Hoy están cayendo miles de trozos de papel en las urnas… Es casi una novedad en la historia mundial el hecho de que el resultado de si este país se regirá por un principio u otro se pueda decidir con medios tan sencillos. Que Dios haga que llegue pronto el día en que todas las cuestiones se puedan decidir de la misma manera". Conforme se acercan nuestras propias elecciones, es un mensaje que vale la pena recordar.

La narrativa parece estar escrita en piedra. Cada cuatro años, independientemente de quién se presente a la presidencia o en qué estado se encuentre del país, los estadounidenses se enfrentan a las elecciones más trascendentales de sus vidas. Es el cliché político definitivo y ha existido durante siglos. En 1868, el 'Atlantic' describió la carrera a la presidencia del republicano Ulysses S. Grant y del demócrata Horatio Seymour como "las elecciones más importantes que los estadounidenses jamás habían conocido".

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