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Polanco, Del Pino, Entrecanales: relevo generacional en la España rica pero frustrada
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Polanco, Del Pino, Entrecanales: relevo generacional en la España rica pero frustrada

Ayer, 21 de julio, se cumplió un año del fallecimiento de Jesús Polanco, presidente que fue fundador del Grupo Prisa y uno de los españoles que

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Polanco, Del Pino, Entrecanales: relevo generacional en la España rica pero frustrada

Ayer, 21 de julio, se cumplió un año del fallecimiento de Jesús Polanco, presidente que fue fundador del Grupo Prisa y uno de los españoles que dispuso de más poder e influencia en la España surgida a la muerte de Franco. Ni una mala línea en el diario El País, el famoso cañón Bertha del editor, recordando el aniversario. Ni una triste esquela. Sic transit. También ayer falleció en Madrid José María Entrecanales, presidente del grupo Acciona y uno de los personajes más interesantes, si no el que más, que ha producido la casta empresarial madrileña desde la transición. Hace poco más de un mes desaparecía Rafael del Pino, fundador de Ferrovial y prominente empresario también que fue del postfranquismo. Un relevo generacional en toda regla, anudando la melancolía de un bucle de más de tres décadas desde la muerte del dictador que seguramente nunca imaginó una España tan rica, pero al mismo tiempo tan frustrada, tan inacabada, tan invertebrada como hace un siglo.

Tan sometida a tensiones entre el centro y una periferia dispuesta a romper amarras con la idea de aquella “Hispania” que ya figuraba en las monedas del imperio romano en tiempo de Augusto. Hijo de José María Entrecanales Ibarra, un catedrático de la Escuela de Ingenieros de Madrid descrito por quienes le conocieron como una persona “excepcional”, fundador en 1931 de la constructora Entrecanales y Tavora, José María Entrecanales Azcárate (JME) se vio pronto abocado a una elección decisiva: su íntimo amigo Joaquín Garrigues le propuso ser ministro del Gobierno de la UCD. Tras las sombras de la dictadura salía a la luz un ramillete de españoles dispuestos a alumbrar un proyecto democrático para una España castigada por siglos de espadones y borbones, al frente del cual se situaron dos mentes preclaras: Paco Fernández Ordóñez, en el ala socialdemócrata, y el citado Garrigues, en la liberal.

¿Qué pasó? Que el padre prohibió terminantemente al hijo entrar en política. “Nunca serás buen empresario, ni buen político”, dicen que le dijo. Y el hijo, a lomos ya de la extraordinaria inteligencia que le distinguía y que nunca jamás nadie le discutiría entre el madrileñeo rico, se avino a los deseos de su padre, convirtiendo un episodio familiar en categoría intelectual de unas elites que, surgiendo como las setas al calor del desarrollo procedente de Europa, iban a renunciar a la política, al sueño de una España mejor, para -entre el espanto de Pacordóñez, Garrigues y alguno más-, entregarse en cuerpo y alma a acumular poder y amasar dinero, convencidos de que la política era un empleo menor, propio de segundones y advenedizos que siempre se plegarían gustosos al diktat del gran dinero. Desde los tiempos de la UCD, el progresivo deterioro de la calidad –intelectual y humana- de nuestra clase política es una evidencia, en clamoroso contraste con la importancia de las fortunas acumuladas por quienes, tras la muerte de Franco, decidieron renunciar a los ideales para entregarse en cuerpo y alma a los reales.

El más hábil, el más rápido, el más temido –porque se quedó con el santo y la peana- de los protagonistas surgidos tras la muerte de Franco fue sin duda Jesús Polanco, el hombre que supo hacer de la libertad un negocio convirtiéndose en columna vertebral de una weltanschauung a la española, cosmovisión para después de una dictadura, fábrica de ideología progre dispuesta a acompañar al español medio de la cuna a la tumba a través de libros de texto, periódicos, películas, televisión, hoteles... “Olvidaros de Fraga; Fraga no puede ser”, anunció a la vuelta de uno de sus viajes a Londres donde el gallego se desempeñaba como embajador. Fraga no podía dirigir el cambio. No era manejable. Naturalmente echó a Fraga del accionariado de El País y a todo el que osó oponérsele. Empezaba el reinado del gran capo di tutti capi de la transición, con todo el país a sus pies dispuesto a bailarle el agua. Todos, incluso el Monarca, la primera magistratura del Estado, que también había decidido emplearse a fondo en la carrera del dinero, al grito de “juro por Dios que jamás volveré a pasar hambre”. Pocos, si alguno, fueron los millonarios del Reino que rehusaron entrar a formar parte de los consejos de administración del negocio mediático de Jesús del Gran Poder.

Los ochenta y los supergalácticos

Sobre el caldo de cultivo de esta nueva clase –Polanco, Bustelo, Entreca, Boada, Cortés, De la Concha, Rubio, Arango, Rodés y demás familia- asentó su dominio un PSOE que, tras arrasar en las elecciones de octubre del 82, entregó la gestión de la Economía a un hombre como Boyer, abducido ya por la beautiful people que le había dado sus primeros trabajos en el INI. No a Karl Marx; sí a Juan March. Llegó el boom económico de los ochenta y con él la aparición de los supergalácticos -Abelló, Conde, De la Rosa, Albertos-, los grandes negocios, las grandes mansiones en Extremadura y Montes de Toledo, las enormes comisiones. Al cátedro Entrecanales jamás le vio nadie en una cena, coctail o sarao. Emilio Botín senior jamás pegó un tiro, ni tuvo avión privado, ni se compró finca con pista de aterrizaje para grandes reactores. Era gente de otra pasta. En plena adaptación del socialismo al mercadeo, nada más lógico que la decisión de Felipe González de amarrar en corto a Doña Justicia, cortar las alas de la independencia al poder judicial, para que el Sistema pudiera seguir sin obstáculos su triunfal camino hacia la corrupción total.

Esta es la España que prolonga un mediocre como Aznar, convencido de que el bienestar económico iba a actuar de bálsamo de fierabrás capaz de cubrir con un manto de silencio la situación de una España profundamente corrompida por unas elites –económicas, intelectuales y políticas- que habían renunciado a cualquier proyecto de regeneración democrática en beneficio de sus bolsillos. Desde este punto de vista, la vida de un hombre del talento natural de José María Entrecanales fue un desperdicio para un país como España, tan pródigo en salteadores de carruajes, tan parco a la hora de parir esas elites que reclamaba Ortega. “La mala suerte colectiva de España”, que denunciara Caro Baroja. Porque, a diferencia de los ricoshomes que conocemos, expertos en hacer negocios a la sombra del concejal de turno, JME podía haber hecho mucho más en términos de país que legar a sus hijos una gran empresa, de la que se hizo cargo con 37 años, dispuesto a partir de entonces a reñir singular pelea con la otra gran fortuna de la construcción, la de Rafael del Pino –un ingeniero muy trabajador, que, al margen de su relación con los Calvo Sotelo, no estuvo nunca en la movida política- y su Ferrovial, por el liderazgo de un sector plagado de nombres propios que han multiplicado sus dineros gracias a la inversión en obra pública, ergo, a los Presupuestos Generales del Estado.

A diferencia de alguno de los grandes apellidos y fortunas del franquismo –caso de Coca, Fierro, y en cierta medida March- desaparecidos de la circulación tras el fin de la dictadura, Polanco, Del Pino y Entrecanales han legado a sus herederos grandes grupos empresariales, que, a pesar de la reciente debacle bursátil, valen en Bolsa cifras inimaginables hace siquiera 10 o 15 años. Grupos de tan imponente fachada como impresionante deuda, circunstancia que arroja dudas razonables sobre su futuro, situación particularmente evidente en el caso de Prisa. Lo cual, más que una paradoja, se ha convertido en metáfora de una España convertida, en lo material y lo espiritual, en gigante con pies de barro, país de ignorantes nuevos ricos entregados al consumo y a la adoración del becerro de oro del buenismo y otras ideologías menores. País donde pocos quieren sentirse españoles. Advertidos del raquitismo moral de las grandes fortunas madrileñas, incapaces de ejercer de faro para otra cosa que no sea la búsqueda insaciable de dinero, los poderes periféricos han decidido romper la baraja, convencidos de poder jugar en sus jurisdicciones el mismo bonito juego que en Madrid practican los ricos del lugar. Triste destino de España, cuyas elites económicas no han sabido o no han querido cumplir con su deber para con el país que les ha hecho ricas.

Ayer, 21 de julio, se cumplió un año del fallecimiento de Jesús Polanco, presidente que fue fundador del Grupo Prisa y uno de los españoles que dispuso de más poder e influencia en la España surgida a la muerte de Franco. Ni una mala línea en el diario El País, el famoso cañón Bertha del editor, recordando el aniversario. Ni una triste esquela. Sic transit. También ayer falleció en Madrid José María Entrecanales, presidente del grupo Acciona y uno de los personajes más interesantes, si no el que más, que ha producido la casta empresarial madrileña desde la transición. Hace poco más de un mes desaparecía Rafael del Pino, fundador de Ferrovial y prominente empresario también que fue del postfranquismo. Un relevo generacional en toda regla, anudando la melancolía de un bucle de más de tres décadas desde la muerte del dictador que seguramente nunca imaginó una España tan rica, pero al mismo tiempo tan frustrada, tan inacabada, tan invertebrada como hace un siglo.

Rafael del Pino