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Giro fiscal en Reino Unido: regreso al punto de partida, pero en una posición más frágil
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Desafíos para el Gobierno

Giro fiscal en Reino Unido: regreso al punto de partida, pero en una posición más frágil

Los mercados han respondido con muy buen tono al desmantelamiento del plan fiscal de Truss, pero mantener su respaldo puede resultar una tarea aún más difícil

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Los mercados dictaron sentencia y Jeremy Hunt la ha ejecutado. El plan económico con el que la primera ministra británica, Liz Truss, pretendía revitalizar la economía del país se ha convertido en historia antes siquiera de empezar a aplicarse. Primero cayó el secretario del Tesoro, Kwasi Kwarteng, y este lunes ha quedado desactivada la mayor parte de las rebajas impositivas y planes de gasto que había planteado.

La positiva reacción de la libra (que firmaba uno de sus mayores avances frente al dólar desde marzo de 2020) o el derrumbe de los intereses de la deuda pública (el interés de los bonos a 10 años retrocedía más de 30 puntos) resultan evidencias contundentes del visto bueno que han dado los inversores al giro en U realizado por el Gobierno británico.

Esto tiene poco de sorprendente, dadas las turbulencias que había desencadenado el proyecto de Kwarteng. Las relaciones entre gobiernos y mercados suelen resultar complejas, pero pocas veces una gran economía desarrollada se ha encontrado tan de frente con el rechazo a su rumbo económico.

Los expertos calculan que UK aún enfrenta un agujero fiscal de 40.000 M de libras

Se pueden hacer muchas lecturas de esta crisis, que obligó al Banco de Inglaterra a realizar durante semanas una intervención extraordinaria (y en cierta medida contradictoria con su propósito de endurecer la política monetaria). Pero entre ellas resalta la idea de que los tiempos de la laxitud fiscal han terminado. El giro al que se han visto forzados los bancos centrales, a causa del súbito y agresivo repunte de la inflación, ha acabado con la barra libre a la que se habían acostumbrado los gobiernos y requiere ahora de un enfoque mucho más minucioso en materia presupuestaria.

El proyecto de Truss y Kwarteng, basado en el siempre controvertido concepto del efecto multiplicador (la idea de que las rebajas de impuestos y las medidas de estímulo fiscal pueden llegar a autofinanciarse por la mejora de la actividad que favorecen), pecaba de muchas deficiencias que hicieron temer a los inversores que abrieran la puerta hacia un agujero masivo en las cuentas públicas que socavara a largo plazo la solidez de la economía británica, que ya viene acusando marcadas debilidades desde hace años.

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Ahora Hunt ha transformado el alivio fiscal en endurecimiento, promoviendo una reducción de la brecha fiscal estimada en unos 32.000 millones de libras hasta 2026 (algo más de 37.000 millones de euros), al tiempo que advertía de que aún quedan decisiones difíciles por tomar, lo que no parece sorprendente cuando varias firmas calculan que la brecha presupuestaria del país puede rondar los 72.000 millones, lo que supondría la necesidad de reducir el déficit en otros 40.000 millones.

Hunt parte en este propósito con el respaldo, 'a priori', de los inversores. Pero sería ingenuo pretender que la tarea que se le presenta a partir de ahora resultará más cómoda para su antecesor. Parece obvio que con las medidas anunciadas este lunes, Reino Unido ha limitado mucho el riesgo de verse sumido en una crisis de confianza ante los mercados. Las otras amenazas siguen tan vivas o aún más que antes (no en vano, y pese a la fuerte caída de este lunes, los costes de la deuda siguen rondando niveles que no se habían visto desde 2010).

“Los aspectos positivos de la perspectiva económica se verán contrarrestados por la presión adicional sobre los hogares de impuestos más altos y subsidios energéticos menos generosos, así como por la probable desaparición de la agenda del Gobierno de reformas por el lado de la oferta para impulsar el crecimiento del PIB”, advierten en Oxford Economics, donde siguen augurando una contracción de la economía británica el próximo año.

Pese a la fuerte caída del lunes, el coste de la deuda aún ronda máximos de 12 años

En buena medida, lo que enfrentan Hunt y el Gobierno británico no es otra cosa que los desafíos a los que aboca un escenario (potencialmente) estanflacionario como el actual, en el que las presiones de la inflación restringen el margen para estimular una economía que se debilita. En esto, Reino Unido no es ni mucho menos una excepción. Toda Europa se mantiene actualmente haciendo malabares entre la necesidad de ofrecer a sus empresas y hogares un alivio a sus pesares y la conveniencia de no poner en marcha iniciativas (ya sean controles de precios, bajadas de impuestos o estímulos de cualquier otra índole) que alimenten la llama de la inflación.

Pero la frustrada intentona fiscal del Gobierno de Truss, ahora desmantelada por su nuevo responsable de economía, deja al país en una situación aún más precaria, con la credibilidad del Ejecutivo maltrecha, los inversores prestos a auditar al milímetro cada uno de sus planes fiscales y con amplios riesgos de una nueva crisis política que derive en una parálisis aún más dañina para el país.

Hunt ha ofrecido este lunes a los mercados lo que estos le demandaban, porque era la única salida posible a la crisis que le había legado su antecesor. Encontrar una solución igual de efectiva a sus próximos desafíos probablemente resulte mucho más difícil.

Los mercados dictaron sentencia y Jeremy Hunt la ha ejecutado. El plan económico con el que la primera ministra británica, Liz Truss, pretendía revitalizar la economía del país se ha convertido en historia antes siquiera de empezar a aplicarse. Primero cayó el secretario del Tesoro, Kwasi Kwarteng, y este lunes ha quedado desactivada la mayor parte de las rebajas impositivas y planes de gasto que había planteado.

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