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IPC 1-Ómicron 0: los bancos centrales priorizan la batalla de la inflación
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IPC 1-Ómicron 0: los bancos centrales priorizan la batalla de la inflación

Ante una economía amenazada por las presiones inflacionarias y el resurgir de la pandemia, los bancos centrales han optado por un endurecimiento generalizado de sus políticas

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En menos de 24 horas, los mercados financieros mundiales se han enfrentado a la constatación de un giro rotundo en el rumbo de la política monetaria internacional. Aunque cada uno en un estadio diferente entre la tarde noche del miércoles y el mediodía del jueves, la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), el Banco de Inglaterra (BoE) y el Banco Central Europeo (BCE) —amén del Banco de Noruega— señalaron al mercado que la época de los estímulos extraordinarios, motivada por la pandemia del coronavirus, se acerca a su final.

Resulta llamativo que un viraje de este tipo se produzca justo en el momento en el que la aparición de la variante ómicron ha favorecido un repunte exponencial de los contagios del covid a escala global, que mantiene en vilo las expectativas sobre la economía global en los próximos trimestres. En los últimos años, los bancos centrales han acostumbrado a los inversores a que cualquier piedra en el camino era susceptible de justificar el mantenimiento de su red de apoyo, a fin de evitar una recaída de la economía.

Foto: Christine Lagarde, presidenta del BCE. (EFE/Olivier Hosiet)

Pero es obvio que la situación hoy es diferente a cualquier otra que se haya experimentado en los últimos lustros. Las tasas históricamente altas de inflación que se vienen registrando desde hace meses han dejado de percibirse como un fenómeno transitorio para abordarse como una amenaza más estructural que conviene combatir para evitar que acabe arraigando.

El BCE espera aún en 2024 tasas de inflación cercanas a su nivel objetivo

Es significativo que la Fed contemple ahora que la inflación cerrará 2021 en el 5,3%, 1,1 puntos porcentuales por encima de su previsión de hace solo tres meses y que, incluso en 2022, espere ahora una tasa superior en cuatro décimas a la estimada en septiembre, a pesar de que, a diferencia de entonces, ahora contemplan hasta tres subidas de los tipos de interés.

Y no es menos relevante que el BCE señalara este jueves que los precios se incrementarán en 2022 un 3,2%, cifras que exceden con mucho su objetivo (del 2%) y que prácticamente duplican su anterior previsión, o que para 2024 aún vea la inflación en el 1,8%, lo que dejaría ya un escaso margen entre expectativas y objetivos incluso en el medio plazo. "No haría falta mucho para que el BCE elevara esta previsión al objetivo del 2%, momento en el que las tres condiciones para que el BCE suba los tipos estarían casi satisfechas", apuntan al respecto en Capital Economics.

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De momento, no es ese el panorama planteado por la presidenta del banco central de la eurozona, Christine Lagarde, pero sí el de una notable reducción de los estímulos que la institución viene aplicando desde hace ya casi dos años. Desde los más de 90.000 millones de euros con los que viene engrasando el sistema en los últimos meses, el BCE planea ahora reducir sus inyecciones de liquidez a unos 40.000 millones al mes a partir de marzo para, progresivamente, ir limitándolas hasta dejarlas en 20.000 millones (es decir, los mismos niveles en que se encontraban ya antes de la pandemia) a partir del próximo octubre. A partir de ahí, el camino hacia una subida de tipos podría no ser muy prolongado, con firmas como ING señalando la posibilidad de que se produzca ya en la primera mitad de 2023.

Sería, aun así y no por sorpresa, el último de los grandes bancos centrales occidentales en ejecutar un movimiento de este tipo, a tenor de lo expresado en los últimos días. De hecho, el Banco de Inglaterra ya activó esta palanca este mismo miércoles, mientras que en el caso de la Fed parece difícil que una primera subida de tipos no se produzca ya durante la próxima primavera.

Foto: Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, y Christine Lagarde, presidenta del BCE. (EFE/Fernando Calvo)

Años de políticas expansivas han azuzado los temores de que los mercados financieros se hubieran vuelto excesivamente dependientes de la liquidez de los bancos centrales para justificar sus estiradas valoraciones, de modo que, al menor amago de retirada, se pudieran disparar las tensiones en los parqués internacionales. Sin embargo, la respuesta de los inversores, plasmada en unas bolsas al alza y un repunte suave de los tipos de la deuda (cuando no caídas, como en el caso de los bonos norteamericanos), ha sido acogida con amplia sorpresa, dando pie a muy diversas explicaciones.

Voces como la del asesor de Allianz Mohamed El-Erian las consideran reflejo de que la respuesta de los bancos centrales a las presiones inflacionarias es aún demasiado suave. Pero también pueden entenderse como la evidencia de que los inversores ven hoy en día en la posibilidad de una inflación fuera del control de los bancos centrales la mayor amenaza a las condiciones económicas a medio y largo plazo y prefieren asumir ahora el impacto de un endurecimiento progresivo y controlado de las condiciones financieras que el riesgo de un viraje mucho más brusco en el futuro.

De hecho, si hasta ahora cundía la sensación de que los inversores creían que los bancos centrales se estaban quedando atrás en la lucha contra la inflación, ahora las apuestas parecen expresar la confianza en que no será necesario ir mucho más allá para mantener a raya los precios. No en vano, tras meses de notables alzas, las expectativas de inflación a largo plazo en Estados Unidos y Europa se han reducido de forma sensible desde su pico de finales de octubre.

Las expectativas de inflación a largo plazo en Europa y EEUU han caído desde octubre

Además, tanto la Fed como el BCE han dado a los inversores razones para el optimismo, al acompañar su giro restrictivo de unas proyecciones económicas que apenas muestran deterioro. De hecho, en el caso de Estados Unidos, el banco central espera ahora un crecimiento más elevado en 2022 que el que asumía hace tres meses, a pesar de que entonces no contaba con elevar las tasas. Por su parte, el BCE sí contempla una sensible pérdida de pujanza del crecimiento y del empleo el próximo ejercicio, pero que se compensa con creces con unas estimaciones a 2023 mucho más boyantes.

Foto: Una frutería, en un mercado de Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo) Opinión
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Estos pronósticos no tienen por qué resultar más certeros que los emitidos hace solo tres meses y que han tenido que ser enmendados a marchas forzadas para adaptarse a la peligrosa realidad a la que vienen dando forma las elevadas tasas de inflación. Y sobre ellos pende la amenaza de ómicron, con el potencial de agudizar la presión sobre los precios al mismo tiempo que esquilma el crecimiento económico, acercando al mundo al temido escenario de la estanflación, en el que los bancos centrales se verían entre la espada y la pared para determinar su rumbo.

La de ahora es una situación menos comprometida, mas no por ello sencilla. Entre la oportunidad de poner coto a la inflación o redoblar apoyos a la economía ante la amenaza de ómicron, los banqueros centrales han elegido de forma prácticamente unánime enfrentar la batalla de los precios, quizá porque en el frente del coronavirus la respuesta acertada resulta mucho menos obvia. De momento, en cualquier caso, el mercado parece haber respaldado su decisión. No es un logro menor, pero dista mucho de resultar una victoria decisiva. Es probable que el virus aún tenga mucho que decir.

En menos de 24 horas, los mercados financieros mundiales se han enfrentado a la constatación de un giro rotundo en el rumbo de la política monetaria internacional. Aunque cada uno en un estadio diferente entre la tarde noche del miércoles y el mediodía del jueves, la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), el Banco de Inglaterra (BoE) y el Banco Central Europeo (BCE) —amén del Banco de Noruega— señalaron al mercado que la época de los estímulos extraordinarios, motivada por la pandemia del coronavirus, se acerca a su final.

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