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Se busca tecnócrata: ¿es la solución Draghi una opción válida para España?
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Liderazgo político

Se busca tecnócrata: ¿es la solución Draghi una opción válida para España?

En un momento crítico para el futuro, el comportamiento de la clase política ofrece pocas esperanzas sobre los resultados que cabe esperar de la gestión pública

Foto: Ilustración: EC.
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Todo barómetro del CIS suele reservar un lugar destacado entre los problemas principales que los españoles detectan en el país a la política, los políticos y los partidos. Se trata de una tendencia que viene de lejos, pero que la crisis del coronavirus no ha hecho más que exacerbar. Y no es una reacción a la que falten justificaciones. No es solo que una vez más España se haya destacado como el país más penalizado por el 'shock' económico (amén de uno de los más golpeados en términos sanitarios), agravando la sensación de que no está capacitado para responder a las dificultades, sino que la clase política, desde los más diferentes espectros, no ha dejado de protagonizar episodios de irresponsabilidad e incompetencia que no pueden más que acentuar la desazón que sienten muchos ciudadanos.

Las recientes turbulencias en torno al control de diversas regiones, que han dado pie a un indecoroso vodevil compuesto de mociones de censuras, convocatorias electorales, transfuguismo, acusaciones y reproches, en el que lo prioritario –la gestión de la pandemia y sus consecuencias económicas– ha pasado a un segundo plano, no representan sino una muestra más de la ausencia de altura de miras que caracteriza a una gran parte de la clase dirigente del país.

En estas circunstancias, y sobre todo si se atiende a que España –como el resto de Europa– encara un momento crítico para su futuro, al tener la misión de gestionar unos fondos europeos que no solo deben servir para dejar atrás la crisis, sino también para redefinir su modelo económico, no puede extrañar que sean muchas las personas que miren con cierta envidia hacia Italia y su nuevo Gobierno. Si se asume la concepción clásica de la política, la del servicio de los más capacitados para el interés general, no hay duda de que un Ejecutivo presidido por Mario Draghi está mucho más cerca del ideal que en el caso español (y no es algo que aparentemente pudiera solucionarse cambiando al actual presidente por cualquiera de los líderes opositores).

El dominio de la política por los partidos es un freno al arribo de las personas más cualificadas

No han sido pocas las veces en que, desde el terreno de la teoría, se han planteado nombres de éxito del mundo empresarial español, como los de Pablo Isla o Juan Roig, como capitanes ideales del aparato del Estado. Pero en la práctica son contados los casos en España de profesionales de prestigio y con recorrido en la empresa privada que han decidido dar el salto a la arena política.

"Todo coadyuva para que el mundo de la política resulte poco atractivo a muchas de las cabezas más privilegiadas de este país. Y no podemos permitirnos perder ese acervo", considera Santiago Álvarez de Mon, titular de la cátedra José Felipe Bertrán de Gobierno y Liderazgo en la Administración Pública del IESE Business School. En su opinión, existe un freno económico –dado que las remuneraciones de la Administración difícilmente se equiparan con las ganancias de los altos cargos en las empresas privadas– pero aún uno más fuerte, de índole estructural: los partidos se han hecho con el control de todos los resortes de la política, lo que a la postre resulta en un estrangulamiento de la meritocracia y la independencia de juicio. El resultado es que se acaba fomentando la formación de una casta política endogámica.

Tampoco cabe llamarse a engaño. Soluciones como la ejecutada en Italia con el nombramiento de Mario Draghi como primer ministro no pueden asumirse como el ideal, en el sentido de que la 'entronización' de un mandatario que no ha sido respaldado por el pueblo en las urnas puede entenderse como un menoscabo a la legitimidad democrática.

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Igualmente es preciso señalar que el éxito empresarial no es una garantía de buen hacer en la gestión pública. Al margen de los casos más flagrantes, es fácil atisbar que incluso las personas más capacitadas en términos intelectuales pueden flojear en algunos aspectos clave para el liderazgo político. La derrota del expresidente de Endesa, Manuel Pizarro contra Pedro Solbes, en 2008, en un debate en el que a la postre se acabó demostrando que llevaba la razón, puede plantearse como muestra de las artes adicionales de las que se precisa en la política.

En cualquier caso, como observa Álvarez de Mon, en España existen grandes empresarios con cualidades para actuar como verdaderos líderes políticos y otros que podrían desempeñar un rol mucho más útil en una posición secundaria, ejerciendo un papel más técnico. El problema en este aspecto es que, como denunciaba en un artículo en este mismo medio Jesús Fernández-Villaverde, profesor de la Universidad de Pensilvania, incluso los puestos secundarios en la escala de mando de la Administración recaen mayoritariamente en personas designadas por el arbitrio político, que con frecuencia asume el reparto de puestos de responsabilidad –en ministerios o en empresas públicas– como una prebenda y no como una misión a encomendar a los más capacitados.

Muchas veces, el reparto de cargos de responsabilidad se plantea como una prebenda

El gregarismo y la sumisión a los intereses de partido, así como la dependencia de una alta proporción de los altos cargos de la Administración de los cambiantes vientos electorales, explican buena parte de los problemas que corroen las perspectivas económicas de España. Esto se debe a que ni incentivan la adopción de medidas que puedan resultar lesivas para el partido gobernante desde el punto de vista electoral ni facilitan la puesta en marcha de estrategias de largo plazo, condenando la acción política a una sucesión de parches temporales que en poco o nada ayudan a solventar los verdaderos problemas del país.

Italia es un país acuciado por vulnerabilidades semejantes a las de España –quizás en mayor medida, incluso– y pocos pueden dudar de que como líder del Gobierno Draghi tratará de afrontarlas (siempre que su compleja coalición política se lo permita) con las reformas que estime apropiadas, con independencia del coste político que puedan tener. Desde esa perspectiva, es comprensible anhelar un Ejecutivo español encabezado por algún empresario o economista de prestigio, con las manos libres para abordar las transformaciones que el país requiere para dejar de seguir figurando, año tras año, a la cola de los países de su entorno en ámbitos tan fundamentales como el del empleo o la educación.

Pero quizás la imagen de un Isla o un Roig en la Moncloa, al estilo de Draghi en el Palacio Chigi, no sea más que la estampa anecdótica de un cambio que puede y debe comenzar a implementarse a escalas inferiores para lograr que, en efecto, los conocimientos técnicos prevalezcan sobre el gregarismo político en la gestión pública española.

Todo barómetro del CIS suele reservar un lugar destacado entre los problemas principales que los españoles detectan en el país a la política, los políticos y los partidos. Se trata de una tendencia que viene de lejos, pero que la crisis del coronavirus no ha hecho más que exacerbar. Y no es una reacción a la que falten justificaciones. No es solo que una vez más España se haya destacado como el país más penalizado por el 'shock' económico (amén de uno de los más golpeados en términos sanitarios), agravando la sensación de que no está capacitado para responder a las dificultades, sino que la clase política, desde los más diferentes espectros, no ha dejado de protagonizar episodios de irresponsabilidad e incompetencia que no pueden más que acentuar la desazón que sienten muchos ciudadanos.

Mario Draghi Administraciones Públicas Moncloa
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