Mi amigo de San Quirico acaba de volver de viaje. Viene muy contento. “Cumplí mis objetivos”, dice. Eso significa que, o ha vendido mucho, o ha cobrado lo que le debían. O las dos cosas, como parece que ha sido esta vez.
Y, como de costumbre, me coge en un momento en que he descuidado mi concentración y chuta por donde no me lo esperaba: “Pero lo que más me ha gustado ha sido esto”. Rebusca por los bolsillos y saca un posavasos de cartón, con manchas de café con leche.
Pienso: “¿Qué se le habrá ocurrido a éste?” Me dice: “Te he traído este regalo. Lee”. Y leo: “Evitamos manchas en los manteles, las mesas e incluso en tu ropa y, a pesar de eso, pasamos desapercibidos. Justo como a nosotros nos gusta”.
En el posavasos no pone el nombre del hotel y mi amigo no lo recuerda. Pero se entusiasma. “¡Ya va siendo hora de que la gente presuma de servir a los demás! Estoy cansado de tantos ´servidores públicos´, como ellos se llaman, que puede que sean públicos, pero, de servidores, no tienen nada”.
Y sigue con su rollo: “Si esto fuera verdad, si pusiéramos ese posavasos en muchos sitios, otro gallo nos cantaría!”
Me dice que, en las empresas que él conoce, hay personas que son útiles, que sirven, porque sirven a los demás. Y que eso no tiene nada de servil. Que cuando una persona se cree que su empresa o su departamento o su subdepartamento o su subsubdepartamento está para que le sirvan a ella, aquello es un infierno.
Pero que, cuando, en cualquier organización, las personas se ayudan, trabajan en equipo, no luchan por apuntarse los tantos y practican lo que mi amigo llama “el fútbol total” (todos atacando, todos defendiendo), aquello funciona de maravilla.
Me hace mucha ilusión la alegría de mi amigo. Este tío no para de darme lecciones. Ahora añade: “Mira, Leopoldo, me gustaría ser posavasos. Ya sé que no se ve, ya sé que se ensucia, ya sé que no se apunta los tantos…Porque, cuando la gente ve una mesa brillante, dice: ‘¡Qué mesa tan bonita!´ No dice: ´¡Qué posavasos más fenomenal!´”
No quiero interrumpirle, porque le veo lanzado: “Pues yo he decidido ser posavasos en mi casa, y con mis amigos, y en mi empresa, donde mando, y mucho, no te creas. Y donde, a veces, pego broncas, sobre todo cuando veo algún gallito que quiere sobresalir, apoyándose en los hombros de los demás”. Dice: “Me parece que vosotros, en la ciudad, a esto le llamáis ser un ´trepa´”.
A la vuelta a casa, pienso en lo que me ha dicho. Sin querer, repaso a gente con la que me he encontrado en mi vida. Pues sí, hay algunos trepas. No muchos, porque he tenido mucha suerte.
Y se me ocurre una cosa: para Navidad, a estos me gustaría mandarles la clásica felicitación -el portal, el Niño, la Virgen, S. José, la mula y el buey- e incluirles el posavasos de mi amigo. Y no ponerles nada más.
El posavasos que me trajo mi amigo de su viaje está manchado de café con leche, porque fue útil, porque sirvió. Y me da apuro mandarles un posavasos sucio, porque mis trepas igual no entenderían la alusión. Y, además, no tengo suficientes posavasos sucios.
Bueno, pues lo enmarcaré y lo pondré en el despacho de mi casa, donde no tengo que dar explicaciones a nadie.
ARTÍCULOS ANTERIORES
05/07/2013
10
28/06/2013
18
21/06/2013
10
14/06/2013
18
07/06/2013
28
31/05/2013
27
24/05/2013
27
17/05/2013
21
10/05/2013
28
03/05/2013
18
Leopoldo Abadía es un chaval de 75 años, 12 hijos y 40 nietos y ex profesor del IESE, que asegura no saber nada de economía pero que ha puesto en claro la mejor explicación en castellano sobre la crisis subprime.
A partir de ahí, para su sorpresa, miles de personas de todo el mundo consultan diariamente su blog. Desde su atalaya de San Quirico, aporta una voz independiente sobre la complicada realidad económica y social actual. Sin más pretensiones.