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La pesadilla asiática se repite diez años después

Asia Crisis Crash

@Ángel Villarino/Bangkok - 22/10/2008

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Desde mi ventana veo los aparatosos restos de la crisis asiática de finales de los años 90. Varios rascacielos de más de 50 plantas que nunca se terminaron de construir y cuyos esqueletos de acero y cemento languidecen en medio del distrito financiero de la ciudad. En el año 97, la burbuja inmobiliaria tailandesa estalló, llevándose por delante el milagro de los "tigres del Sudeste" y poniendo en jaque el crecimiento de un Continente entero que, con la excepción de China, tardó años en recuperarse. Japón, Hong Kong, Corea del Sur y Singapur, las cuatro joyas de la corona asiática de entonces, aún tiemblan recordando el pinchazo.

 

Pues bien, los asiáticos tienen hoy miedo a que la pesadilla se vuelva a repetir: a que sus economías se vean arrastradas por la crisis financiera mundial y acaben sufriendo incluso más que hace una década. Unos tienen miedo de que frene en seco la recuperación; otros, de que se volatilice el milagro que llevan aventando más de veinte años. Si me lo permiten, voy a hablar más de miedos que de pronósticos y cábalas, porque en las últimas tres semanas los analistas que se asoman a la prensa económica del Continente han planteado todos los escenarios posibles, lo que nos lleva a pensar que lo que reina es el desconcierto y que nadie sabe qué demonios está pasando, ni mucho menos qué va a pasar.

 

Se pasa del desastre a medio plazo para la economía china (y por extensión del resto de Asia); a la posibilidad de que el país, con sus ingentes reservas y sus bancos a salvo de infecciones financieras, se convierta en un kafkiano salvador del capitalismo mundial, algo de lo que ya hablábamos en el último post. En el medio de ambos extremos se sitúa la mayoría: admitiendo que medio y largo plazo son impredecibles explican cómo, hoy por hoy, la crisis ha llegado a Asia, pero sus efectos, al menos en la economía real, son mucho menos virulentos que en Estados Unidos y Europa.

 

También se aportan datos y se proyectan miedos. A saber: las bolsas chinas han perdido dos tercios de su valor desde el pasado mes de octubre, el mercado inmobiliario da síntomas de parálisis y el crecimiento se ha bajado de la burra del doble dígito por primera vez desde 2005, según los datos presentados ayer en Pekín. El crecimiento del último trimestre se sitúa en el 9,9%, una cifra que supone una bajada de más de dos puntos, pero que también se aproxima mucho a las previsiones que se llevaban barajando en China extraoficialmente desde hace más de seis meses.

 

Los buques ya no salen a la mar

 

Los principales agobios chinos, por orden: la caída de las exportaciones y de la inversión extranjera. Y una imagen: buques que hasta hace pocos meses viajaban incansablemente llevando productos ultramar, permanecen atracados y vacíos en las costas del país. Una de las medidas que se propone Pekín es animar la demanda interna y tirar de sus reservas de divisas para que no se enfríe el motor. Por el momento sin éxito: la reacción de los chinos parece ser la contraria. Ante el temor de una crisis, la población urbana ha agudizado su proverbial celo ahorrador. Las ventas de coches, por poner un ejemplo, han caído considerablemente. 

 

Las previsiones sobre India son si cabe más inciertas. Sus bancos, dice la prensa local, están casi todos a salvo del virus financiero. Mucho más vulnerables parecen sus empresas, que dependen de la inversión y la demanda exterior. Algunos aportan como pruebas de las dificultades indias los trastazos de la Bolsa y los despidos masivos en algunas empresas que hace meses parecían muy enteras, como Jet Airways. El miedo existe: Nueva Delhi intenta por todos los medios elevar la demanda interna, olvidándose de la que se había convertido en la gran cruzada económica hace sólo unos meses: contener la inflación, la prioridad de los pobres de necesidad, que recordamos que en este país son más de la mitad de la población.

 

Corea del Sur, Singapur y Japón, los más desarrollados del grupo y cuyos bancos sí que han resultado contaminados, son también los que más están sufriendo. Los dos últimos podrían haber entrado ya en recesión, mientras Seúl anunció recientemente un plan de rescate de 130.000 millones de dólares para su economía, mientras su presidente, Lee Myung-bak, es de los que aseguran que la presente crisis será mucho peor que la de hace una década. En el Sudeste Asiático, el contagio se une a la inestabilidad política de Malasia, Filipinas y Tailandia, tres de los motores de la zona. El cuarto, Indonesia, que está creciendo a más del 6%, teme también el frenazo, que le haría perder mucho de lo andado en los últimos años.

 

Dos últimos matices saltan al frente. Uno: muchos líderes políticos y gurús se quejan de que esta crisis les llega de fuera, cargan contra el capitalismo americano y vuelven la cabeza hacia fórmulas mixtas, especialmente Made in China que, dicen, ha mantenido a sus bancos a salvo. También recuerdan con enfado el doble rasero de un Occidente que hace diez años solicitó con vehemencia no intervenir desde arriba en el desmoronamiento de sus burbujas y que hoy está haciendo precisamente lo que a ellos les desaconsejó. El segundo matiz: varios países, empezando por China, basan su estabilidad política en el crecimiento económico acelerado. El frenazo económico, se teme, puede acabar en accidente político.

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Opiniones de los lectores (1)

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1. Por fin se retratan22/10/2008, 10:55 h.

Son de agradecer comentarios tan autorizados sobre la situación en las economías asiáticas. Son un aspecto fundamental de la crisis. El crecimiento de la economía mundial se ha apoyado en las economías emergentes y su evolución es clave en estos momentos para prever la evolución futura en nuestros propios paises. Ahora que la iniciativa privada carece del vigor que tuvo, se abre la ocasión de promover iniciativas públicas orientadas al desarrollo sotenible, y de promover la demanda interna, mejorando las condiciones de vida de la población. Todo esto puede redundar en beneficio de ellos mismos, pero también de los demás, porque podrá suponer un incremento de las rentas del trabajo en estos países, por lo que la deslocalización desde europa tendrá que ir basándose en otros incentivos.

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