Valor Añadido - S. McCoy

Valor Añadido

S. McCoy

 0 Comentarios 18/10/2008

Cuidado, ¡avalancha!

Cuando alguno de ustedes preguntan acerca de mi opinión sobre las medidas establecidas por los gobiernos de los distintos países para frenar la crisis actual, hago con frecuencia alusión a lo que he dado pedantemente en llamar la Teoría de la Avalancha. Teoría, término extraordinariamente pretencioso pero suficientemente ilustrativo, porque se trata de una visión particular, propia, aunque con seguridad no muy diferente a la que manejan muchos de los lectores que hoy me acompañan. De la avalancha porque hace referencia a ese fenómeno físico como modo práctico de ilustrar lo que está sucediendo en esos procelosos días de principios de otoño. Déjenme que les explique por qué.

En esencia la mejor manera de protegerse de las avalanchas es a través de la prevención. Se trata de establecer una serie de medidas cautelares que persigan, por una parte, evitar que se creen las condiciones para que se produzca ese "desplazamiento violento y estrepitoso de roca y/o nieve" -epítetos empleados por el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua-; y, si la orografía lo convierte en inevitable y recurrente, que traten de proteger de sus efectos al mayor número de personas que pudieran verse afectadas. Estamos hablando, por tanto, en el ámbito que hoy nos ocupa, de visión contra cíclica, regulación, supervisión y control del riesgo, en el primer caso, y de acotamiento de sus consecuencias de la manera más estrecha posible en el segundo, con objeto de impedir así que el derrumbe dañe aspectos sustanciales de la economía real. Pues bien, en la crisis actual, no se ha actuado de forma preventiva ni en la evitación en la formación de las avalanchas, ni en el aislamiento de sus efectos. Al contrario, la interacción de organismos públicos, banca comercial, y de inversión, y avaricia ciudadana ha provocado justo lo contrario. Que la acumulación de nieve en la cima fuera cada vez mayor, que la base sobre la que se asentaba cada vez más débil y que más y más personas esperaran, en la previsible trayectoria del alud, que éste ocurriera. Las consecuencias son de todos conocidas.

Para que se produzca la avalancha, se tiene que dar la conjunción de tres factores: acumulación, catalizador y pendiente. Del primero acabamos de hablar. El segundo elemento, que inicia la cadena de destrucción, es, normalmente, insignificante y, en la mayoría de los casos, su definición entra en la categoría de lo que los economistas han bautizado con el adjetivo de marginal. Una nimiedad que supone que el peso acumulado sobre la cornisa supere a los pilares que la sostienen y éstos quiebren. Miligramos, incluso. Una casa más, un crédito más, un derivado más entre la multitud de viviendas, préstamos, estructuras. Las burbujas estallan de la noche a la mañana siendo entonces el momento de los estupefactos, y a veces hipócritas, por qués. Una incredulidad que apunta a una causalidad que carece de un referente temporal exacto y es consecuencia de un lapso, incluso de años, a lo largo del cual los excesos se han ido construyendo. Por último, si no hay posibilidad de desplazamiento, pendiente, sencillamente no hay alud. Normalmente cuanto más estrecho es el espacio por el que discurre la nieve, mayor fuerza coge la avalancha y viceversa. De ahí que los esquiadores experimentados aconsejen evitar el valle y tirar, en la medida de lo posible, hacia el monte ante un fenómeno de este tipo.

El concepto de pendiente es fundamental para entender el impacto de las medidas de apuntalamiento del sistema financiero adoptadas en las dos últimas semanas por las primeras economías del mundo y atisbar lo que el futuro nos depara. Cuando la avalancha ha cobrado cuerpo, ya no hay quien la pare. Por mucho esfuerzo que se haga. Sólo perderá su fuerza de forma natural, bien cuando se amplíe horizontalmente el curso por el que discurre, o este encuentre lugares fuera de él donde aposentarse, bien cuando, verticalmente, la ladera llegue a su fin.

¿En qué se traduce esto en términos financieros? En el primer caso, y yendo a la situación actual, en la distribución de sus efectos a un número cada vez mayor de agentes económicos con capacidad para absorber sus consecuencias. Cuando la crisis pasa de ser privada a convertirse en argumento para la masiva acción pública, en definitiva lo que se está haciendo, a través del mecanismo del riesgo moral, es desplazar al conjunto de la ciudadanía los problemas de una serie de entidades ampliando su alcance y generalizando su impacto. En términos propios de mercado, ya demodé, lo mismo ocurre cuando dos sociedades, una fuerte y otra débil, se fusionan: se reduce de raíz una parte importante del caudal que discurre colina abajo. O cuando una firma desaparece víctima de sus propios errores. En el segundo supuesto, la respuesta es más evidente. La pendiente concluye cuando hay una reasignación de la dimensión de la economía financiera a la economía real -que es en definitiva, lo que persigue el proceso de desapalancamiento de balance, incluidas las masivas posiciones en derivados- y/o cuando los desequilibrios de precios llegan a su fin en bienes, como la vivienda, que suponen tres cuartas partes de la riqueza de los contribuyentes en naciones como la nuestra. Cualquier intento intermedio de interrumpir el curso de los acontecimientos a mitad de la montaña, basado en la confianza en las propias fuerzas que da actuaciones pasadas, lo único trae consigo es alimentar la bola de nieve con las piedras de la desconfianza, como así ha ocurrido con las sucesivas iniciativas –rebajas de tipos, ventanas de liquidez, intervenciones- llevadas a cabo por la Reserva Federal.

Las inimaginables iniciativas que han llenado la prensa estos días son fruto de una constatación administrativa: la única solución posible es deshacer cuanto antes la avalancha, no importa el coste. Bien haciendo un desmonte en los alrededores de su trayectoria, bien tratando de amortiguar la pendiente con medidas que actúen artificialmente sobre los fenómenos que pueden acabar con ella. Frente al colapso, el aterrizaje brusco. No cabe hablar o no de precipitación. Es un juicio superado desde el mismo momento en que las medidas se han implantado. No sabremos nunca que podía haber pasado si no se hubiera actuado de este modo. Sólo queda por ver qué capacidad tienen las propuestas adoptadas para reinstaurar la confianza y, con ella, liberar de su fuerza destructiva al alud. Gran parte de lo acordado no es sino un futurible para el caso en que se den unos acontecimientos de carácter excepcional que exijan unas coberturas igualmente excepcionales. Un compromiso formal que sólo se convertirá en real si los factores en la raíz de la avalancha, que sigue su curso, no se estabilizan de modo definitivo más antes que después. Un proceso que se puede prolongar, al menos, otros doce meses en Estados Unidos y bastante más en España. Cuan largo me lo fiáis.

De momento, sólo queda esperar. Es imposible hacer una valoración con un mínimo de consistencia a día de hoy. El resultado final sigue siendo demasiado incierto. Si todo sale bien, aceptaremos la intervención como mal menor necesario. Si, por el contrario, la cosa se tuerce aún más, nos esperan el desasosiego financiero y el desorden social, algo a lo que, según los más agoreros, nos veíamos en cualquier caso abocados. Veremos. No olviden que, al igual que ocurre con las burbujas, la propensión al riesgo no se recupera de la noche a la mañana. Es la suma de pequeños hitos, a veces imperceptibles. Mientras nademos en la incertidumbre, lo mejor sigue siendo extremar la prudencia, conservar la calma y mantener claros los criterios de necesidades de liquidez, rentabilidad, riesgo, rentas y fiscalidad que deben ser el ABC de cualquier inversión. En un lapso relativamente breve de tiempo, en términos históricos, veremos si el orden natural que preside la montaña vuelve a su ser o no. En cualquier caso, la panorámica ya nunca volverá a ser la misma. O sí. El hombre tiene una notable inclinación a perseverar en sus errores. En el pecado lleva, sin duda, la penitencia.

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Experto financiero que escribe Valor Añadido. Es un incisivo analista que despertó el interés de nuestros lectores con sus brillantes y didácticos artículos sobre empresas, sectores y tendencias del mercado.

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