Ángel Villarinoaaa  / Bangalore

HISTORIAS DE ASIA

Mito y realidad de los ingenieros indios

25/04/2008
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Contaba el otro día Martin Fackler, corresponsal del New York Times en Tokio, que el modelo educativo indio está cada vez más de moda en Japón. En un país que vive a golpe de tendencia, señalaba Fackler, los japoneses han pasado de despreciar todo lo que llegase de otra nación asiática a hacer cualquier esfuerzo con tal de mandar a sus hijos a una escuela india. Buscan, al parecer, una educación menos rígida pero más consistente y una inmersión en el inglés, uno de los grandes déficits japoneses. La observación es aún más curiosa si tenemos en cuenta que Japón es la segunda economía del mundo e India el subcontinente donde viven más pobres del mundo.

Sobre el relumbre de la educación india hay más datos: el 12% de los científicos de Estados Unidos son indios, al igual que el 32% de los matemáticos de la NASA. Y aunque en otros listados internacionales las universidades indias ni siquiera se citan, un reciente estudio comisionado por Washington aseguraba que la formación científica india ha alcanzado ya el tercer puesto en el ranking mundial. Algunas universidades de prestigio, como la London School of Economics están abriendo centros en India para reclutar estos talentos.

Con estas imágenes en la retina, estuve visitando cuatro de los centros formativos más importantes de Nueva Delhi y Bangalore durante mi viaje a India. La primera sorpresa que me llevé es que la buena parte de las universidades e institutos tecnológicos de prestigio no son privados, sino que están sostenidos por el Estado, que dedica grandes recursos y becas a la formación universitaria. En el ajardinado campus del Indian Institute of Science (IISC), un alumno becado me contó que paga unos 30 euros al mes por estudiar, vivir y comer en este centro, auténtica meca para los científicos indios.

Profesores y alumnos (autóctonos y extranjeros) están allí convencidos de poder competir e incluso superar a las mejores universidades americanas, chinas o británicas. Al menos a nivel teórico. Otra cosa distinta es la investigación, donde los indios, por falta de presupuesto, se suelen quedar atrás en las carreras científicas a no ser que salgan al extranjero. Visitando algunos laboratorios entendí mejor de lo que hablaban: se parecían más a las aulas científicas de cualquier instituto español que a lo que uno se espera encontrar en un puntero centro de investigación. Y según me comentaron, el sueldo de los profesores raramente superaba los 600 euros.

Nirmal Singh, una veterana profesora de la Universidad de Nueva Delhi y experta en modelos educativos a la que entrevisté en la capital, explica el éxito de los universitarios indios hablando del empeño con el que se entregan los alumnos (que no tienen tantas libertades, distracciones, ocio y discotecas como en Occidente); y de la apuesta que hizo el Gobierno de Nehru en los años 50 y que después se fortaleció en los 90 con las aperturas liberales: copiando el espíritu británico, tan presente aún en India, se decidió formar élites capaces de competir a nivel internacional, aún a costa de descuidar la enseñanza básica y no extenderla al resto de la población.

Esto explicaría cómo la India de los contrastes es capaz de exportar paladas de ingenieros al extranjero a pesar de que un 39% de la población, sobre todo en zonas rurales, aún no sabe leer ni escribir. Los datos de alfabetización contrastan, por ejemplo, con los de China, donde los analfabetos son menos del 9% y casi todos ancianos.

En el más que decente campus de la Universidad Nehru de Nueva Delhi, la más grande y barata del país, donde acuden los estudiantes de las regiones más pobres, la mayor parte de los estudiantes con los que hablé eran hijos de funcionarios, todos becados. La observación parece confirmar otra de las impresiones de India de las que casi nunca se habla: el enorme clientelismo y corrupción administrativa que sigue marcando la vida pública del país.

Con el clásico triunfalismo que adoptan los políticos y administradores indios, su versión de los hechos es como en todo triunfalista y se tienen aprendidos de memoria unos cuantos datos. A saber: en las cerca de 400 universidades científicas indias de prestigio se gradúan cada año 200 mil ingenieros, 300 mil matemáticos, químicos y físicos y salen 2 mil graduados con el codiciado PhD. India forma diez veces más ingenieros cada año que los Estados Unidos o la Unión Europea.

"Sí, pero de todos estos el 60% no están preparados. Los mejores se los llevan las grandes empresas o las universidades, o se van al extranjero. Algunos de los que nos llegan tienen un nivel que en España se alcanza con un curso de formación profesional", me decía Jesús Llorente, un inteligente empresario español con cinco años de experiencia en Bangalore que ahora dirige una compañía dedicada a Recursos Humanos.

La explicación que me dieron algunos empresarios y analistas con los que hablé es que muchos de estos diplomados que a ojos de Llorente no dan la talla consiguen sus títulos en las cientos de universidades privadas baratas (las hay excelentes, pero más caras) que están brotando por todo el país a un ritmo sólo comparable al de China. Es decir, las empresas de todo el mundo están viniendo y muchos de los cerebros se están marchando, así que existe una demanda de ingenieros y científicos, un mercado perfecto para universidades de dudosa reputación que el Gobierno apenas controla.

El consejo con el que concluía Llorente es que, si alguien tiene pensado contratar a un ingeniero, científico o informático indio, se informe un poco antes de dar el paso. "No hay tantas gangas como se dice", reconocía.

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(Guadalajara, 1980) es un periodista afincado en Pekín que trabaja desde 2007 como corresponsal en Asia para varios medios de comunicación europeos y latinoamericanos. Sus constantes viajes le mantienen en contacto con la convulsa realidad de un continente que está experimentando la transformación económica y social más rápida de todos los tiempos. Con vocación panorámica, pero atento al detalle, este blog rastrea en primera persona tendencias e historias poco conocidas en España, desde los rascacielos de Hong Kong a los arrabales de Manila.



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