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Tarde o temprano tenía que ocurrir. Los chollos tienen fecha de caducidad y a la industria china se le ha acabado la ganga que tenía con una mano de obra prácticamente gratuita. Así, el salario medio de los trabajadores de las fábricas ha comenzado a subir y el número de personas dispuestas a trabajar por sueldos irrisorios ha descendido notablemente en los últimos años. Si China quería abrirse al mundo, tenía que hacerlo con todas sus consecuencias, y una de ellas es, precisamente, la puesta en valor del trabajo de sus empleados. Ahora bien, ¿cómo afectará este aumento en el coste de la mano de obra?

Desde el pasado mes de febrero a hoy, un empleado de una fábrica, que trabaja 45 horas semanales, ha visto cómo su sueldo ha crecido de los 197 dólares a 263 dólares, publica este miércoles The New York Times. Y es que, según aseguran los propietarios de las fábricas en todo el país, cada vez es más complicado encontrar personas dispuestas a trabajar duramente por muy poco dinero.

La mano de obra escasea. También es verdad que para un hombre de cuarenta años es prácticamente imposible encontrar trabajo en menos de doce meses. Los empresarios contratan trabajadores que, como mucho, superan en un año o dos la treintena, ya que a su juicio por encima de esa edad es difícil aguantar el frenético ritmo de trabajo –11 horas diarias, incluidos fines de semana-, la convivencia en los dormitorios comunes de las fábricas y la tediosa vida en este tipo de factorías.

Sin embargo, esta mentalidad choca frontalmente con las medidas del gobierno para controlar el crecimiento demográfico –un niño por pareja-, con lo que la mano de obra joven va en disminución. Mal asunto. A esto hay que sumar que el número de los que prefieren continuar sus estudios en la universidad, en vez de saltar al mercado laboral, va en aumento, al igual que el número de los que se muestran reacios a trasladarse a otras ciudades. Algo está cambiando en el país de la soja.

Aparentemente, para el resto de países puede parecer irrelevante, más allá de lo meramente humanitario, este salto que se está produciendo en China. Pero la realidad es que de aquí en adelante no se puede perder de vista al gigante asiático, porque va a tener mucho que decir en la economía mundial.

La semana pasada veíamos cómo avanzaba hacia la liberalización de su mercado autorizando las inversiones más allá de sus fronteras y hoy constatamos que esa evolución de su sistema económico da un nuevo paso adelante.

Por un lado, si su moneda se revaloriza, como se pretende con la apertura a nuevos mercado, sus exportaciones serán menos competitivas. Y, por otro, si a esto añadimos que los costes de producción se van a encarecer, como consecuencia del aumento de los salarios, los productos que anualmente consumimos procedentes de China van a subir considerablemente. De hecho, desde el pasado mes de febrero, estos productos se han encarecido un 1,2%, siendo en julio la mayor subida –un 0,4% respecto al mes anterior-.

Es por ello por lo que los analistas ya apuntan a un cambio en la economía global, que va a venir de la mano de China. Si bien es verdad que es poco probable que esta situación influya en la inflación de los países a corto plazo, sí hay que tenerlo muy en cuenta a largo plazo.

En cualquier caso, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, ha asegurado que el encarecimiento de las importaciones procedentes de China está siendo mínimo y que tendrán un efecto nimio en la economía norteamericana.

Lo que no se tiene tan claro es, en primer lugar, cómo va a afectar esa subida a las fábricas manufactureras norteamericanas. Después de verse obligadas a bajar los precios para poder competir con China, ¿se encarecerán sus productos? De ser así, esta situación afectará, pese a la opinión de Bernanke, a la inflación americana y, si esta misma regla de tres la hacemos extensiva al resto de países, ¿La subida de los productos Made in China provocará que la inflación se dispare?

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