“El bitcoin me ha arruinado la vida”

Ángel Villarino Fotografía: Enrique Villarino

Antonio Andrés Henche puso durante un tiempo su ordenador al servicio de la misión de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre de la NASA. Estaba dado de alta en un programa de Berkeley que reclutaba voluntarios para analizar, en ratos muertos, la información obtenida por los radiotelescopios del programa SETI. Un día se aburrió de rastrear alienígenas y decidió ocupar ese vacío con otro proyecto del que había leído en internet y que no había terminado de entender del todo: el minado de criptomonedas, concretamente de bitcoin.

Era octubre de 2010.

Imagen de Antonio Andrés Henche

Antonio explica su historia en el mesón de un polígono industrial de Getafe. Hace un par de días abonaron todas las rotondas de la zona y el olor es intenso en el aparcamiento de tierra. Antonio es ingeniero informático, tiene 42 años y del menú de nueve euros pide rollitos de primavera y pescado. “La gente se cree que estoy forrado porque entré en el bitcoin al principio del todo. Pero la verdad es que tengo lo justo para vivir”.

Cuando él empezó a minar no hacían falta máquinas de gran potencia y el trabajo podía hacerse incluso con un ordenador personal en casa. “Llegué a minar 4-5 bloques de bitcoin en una sola noche. De cada uno de esos bloques salían entonces unos 50 bitcoins, que no tenían valor todavía ni se sabía que lo fueran a tener. Meses antes se había realizado la primera transacción para comprar dos pizzas, pero yo lo desconocía. El caso es que estuve haciéndolo unos meses y seguro que llegué a generar más de 500 bitcoins, tranquilamente podría haber llegado a los 1.000 bitcoins”. Al cambio actual serían más de seis millones de euros. Al cambio de finales del año pasado, más de 10 millones de euros.

El trabajo lo hacía una máquina virtual con Linux que conectaba a su ordenador portátil y que empezó a darle problemas. “Además del calor que generaba, me dio por actualizar y, al compilar unas librerías, se puso corrupta la máquina virtual y perdí el sistema de arranque del disco duro. Para rematar, el portátil se rompió durante un viaje a Casablanca por trabajo y se hizo inviable reparar el disco. Vamos, petó el ordenador y no tenía copia de seguridad de aquello, por lo que dejé de tener acceso a mis bitcoins, que se convirtieron en lo que se llaman direcciones durmientes: direcciones que tienen entradas, pero no salidas”.

“Llegué a minar unos 1.000 bitcoin, muchos millones de euros”

Antonio tampoco le dio mayor importancia porque en aquel primer mes que pasó minando nunca supo muy bien para qué servía. “Si te soy sincero, no lo entendía. Decían que era un proyecto para hacer el dinero del futuro y que acabaría teniendo valor, pero no me lo tomé nunca muy en serio. Yo lo hacía solo porque me gustaban los proyectos colaborativos de código abierto”.

La certeza de haber perdido un dineral le estalló en la cara mucho después: el 23 de marzo de 2013, una fecha que no se le olvidará nunca. “Estaba en el aeropuerto de Lisboa de regreso a Madrid, esperando un vuelo que iba con cuatro o cinco horas de retraso, y escuché a una gente hablar en ‘portuñol’ (mezcla de portugués y español) de algo que me sonaba mucho. ¿De qué me suena? ¿De qué me suena? Ahhh, es eso del bitcoin. Entonces les oí decir que ya se podían cambiar a euros. Empecé a mirar por internet y me volví loco, me gasté el wifi gratuito del aeropuerto enseguida y luego un dineral en tarjetas de datos prepago, unas 4 o 5 GB, en tarjetas de datos para navegar por internet. Me llevaba las manos a la cabeza al ver lo que había perdido, el bitcoin rondaba ya los 60 dólares. Y eso que por aquel entonces no era nada comparado con lo que vale ahora. Estuve dándole vueltas y vueltas al tema, pero vi que sin saber la dirección pública y mucho menos las claves privadas era totalmente imposible recuperar lo que había minado en su día”.

Antes de coger el avión, a Antonio le dio tiempo a inscribirse en un foro especializado en bitcoin, Bitcointalk. Se dio de alta con un apodo de la infancia (‘Antuam’) que, con el tiempo, se acabó convirtiendo en uno de los más conocidos del mundillo de las criptomonedas en España. “Vi que si quería volver a probar tenía dos opciones: comprar y minar. Me decanté enseguida por la segunda opción, la errónea, pero ya no era tan fácil como antes, ya no bastaba con una buena CPU en el ordenador, sino que ahora había que comprar tarjetas gráficas y los primeros FPGA”.

Imagen de Antonio Andrés Henche

La decisión le costó la primera bronca con su mujer motivada por las criptomonedas. Se gastó sus escasos ahorros, unos 1400 euros, en dos tarjetas AMD 7870 que enchufó a la red de su domicilio. “La cosa había cambiado y no conseguía minar mucho. Todo lo que sacaba me lo gastaba en comprar más aparatos. Pedí uno de los primeros aparatos de Butterfly que empezaron a fabricar en EEUU. Estuve cuatro o cinco meses esperando a que llegasen, pero nunca los mandaron. Me dejé unos 30 bitcoins en encargar esas máquinas. Encima la factura de la luz crecía y crecía”. Desesperado y ansioso por subirse otra vez al carro, se gastó sus ahorros en otras dos gráficas. “Entre eso y la factura de la luz, mi mujer estaba cada vez más enfadada”.

Mientras acumulaba fracasos en casa, en el foro de internet Antuam se iba convirtiendo en una autoridad en el mundo del bitcoin español, en un auténtico gurú. “Yo trabajaba para una multinacional del sector inmobiliario y viajaba todo el rato, de un centro comercial a otro. Pasaba mucho tiempo fuera de casa y durante los viajes me dedicaba a los foros y a aprender más sobre las criptomonedas. Fueron muchas, muchas horas”. Al tiempo que ofrecía consejos en internet, seguía haciendo inversiones. Cada cual más ruinosa que la anterior. “Compré con euros otros nueve bitcoins, creo que me costaron unos 200 euros cada unidad. Los metí en dos cooperativas para comprar chips. La empresa que los fabricaba se llama Avalon. Y volví a perderlo todo porque cuando llegaron ya no merecía la pena ensamblarlos”.

Mientras acumulaba fracasos en casa, Antuam se convertía en un auténtico gurú en internet

Después se gastó 600 euros en una máquina de Butterfly de segunda mano, similar a las que había pedido a EEUU y nunca llegaron. “A la semana, cuando me llegó, ya estaba obsoleta, apenas se podía minar nada con ella”. De ahí se metió en una cooperativa para adquirir unos equipos llamados KNC Mining, una iniciativa que conoció en el foro. “Me dejé otros 1.800 euros y ese año tuvimos que renunciar por primera vez a las vacaciones. Mi mujer empezó a pensar que yo era un adicto. Me decía que ya estaba harta de la mierda esa de la B, que es como le llama. Era desesperante ver que yo había estado desde el principio y que cada bitcoin valía ya 1.000 euros”.

Antonio sentía que la gallina de los huevos de oro se le estaba escurriendo entre los dedos, pero al mismo tiempo empezaba a sufrir apuros económicos reales. Decidió coger los últimos tres bitcoins que tenía y cambiarlos a euros para irse de vacaciones y darle una alegría a su mujer. “También la cagué. Durante la transferencia quebró el Exchange que hacía la operación, MTGOX, y me quedé sin nada. Para colmo, ese año mis gráficas empezaron a fallar. Decidí vender todo el material, pero no me desenganché del todo porque seguían llegándome muchas cosas por el foro”.

Mi mujer empezó a pensar que era un adicto. Le llama "la mierda de la B"

Mientras Antonio describe escenas que podrían encajar en cualquier cuadro de adicción, su teléfono no para de sonar. “¿Ves? Son personas que me siguen consultando para preguntarme cosas sobre criptomonedas”, dice. Silencia el móvil y continúa con su relato en 2014, año en el que optó por ponerse en manos de Miquel Pavón, uno de los gurús que sí parecían estar consiguiendo dinero gracias a las criptomonedas. Antuam le ayudó a asesorar el proyecto de Calle Bitcon, con el que se pretendía que varios negocios de la calle Serrano de Madrid lo aceptasen como manera de pago. Y posteriormente se encargó de gestionar algunos de los primeros cajeros de bitcoins de España, como el primer cajero en España, llamado Robocoin, que se instaló después en ABC Serrano.

“Hice muchas cosas con él, pero no podía cobrar nada por mi trabajo porque tenía una cláusula de mi empresa, así que lo hacía todo gratis, como colaborador”. En el foro seguía recibiendo a diario consultas y propuestas. “Ya no me daba tiempo a quedar con todo el mundo, así que empecé a dar explicaciones y charlas telefónicas. Le contaba a todo el mundo las conclusiones que yo iba sacando, les advertía de que había que ser muy cauto con esto. Lo hacía con toda mi buena intención”.

Su nombre en el foro le servía para atraer a potenciales compradores de bitcoins, a quienes ponía en contacto con Pavón, que a su vez había montado un fondo de inversión. “A Miquel le estaba llegando dinero a espuertas y no sabía qué hacer y empezó a tener problemas con los bancos”. Las promesas de dinero rápido, la falta de regulación y las estafas empezaron a hacer mella en el foro. “Una de las personas a las que ayudé a través del foro, de manera desinteresada por temas de ‘ransonware’, me acabó denunciando. Tuvo un problema de piratería, una cosa que pasaba mucho con un tipo de virus, ‘cryptolocker’, y me quería meter por medio a mí. Al final lo arreglé, pero decidí no volver a dar asesoramiento a nadie para no tener más problemas”.

Surgían ideas, proyectos, propuestas... y acabó reincidiendo. Entró a ayudar a iniciativas y empresas como Bite Fury, Miner Factory o BTC Point. “Eran los mismos, montaban chips en placas USB para minar, otros montaban cajeros y yo los ponía en contacto con gente de mi sector, gente de centros comerciales”. La actividad era frenética, pero los pocos céntimos de bitcoin que iba ganando, dice, los conseguía ofreciéndose en los foros como ‘scrow’ (intermediario), utilizando sus cuentas para hacer transferencias de criptomonedas a euros (y viceversa) y llevándose unas comisiones de entre el 0,1 y el 0,5%. Otras veces gratis o a un precio irrisorio, y solo porque confiaba en la tecnología. Una actividad no exenta de riesgos en la que también fue engañado en al menos una ocasión. “Me robaron dos bitcoins en el proceso y tuve que ponerlos de mi bolsillo, aunque recibí donaciones del foro para poder salir de dicha tesitura”.

Imagen de Antonio Andrés Henche

Su obsesión por las criptomonedas acabó salpicando también su vida profesional. Una de las empresas con las que colaboró (Bitchain) le ofreció dinero para que les ayudase a poner cajeros en centros comerciales. “Lo rechacé porque mi contrato no lo permitía. Pero un día, en una videoconferencia, un directivo de mi empresa trató de explicar el funcionamiento de estos cajeros y no había entendido para nada el concepto, así que intervine, corrigiéndole”.

Al final, acabó siendo acusado de haber estado cobrando e incluso minando en horario laboral “utilizando los recursos de la empresa”. Hubo una auditoria en la que demostró que era inocente, pero la cosa no acabó bien. “Coincidió con una época de mucho estrés, mucho trabajo, un ataque de ‘ransomware’, muchos viajes y me empezaron a dar micro-ictus. Me afectó mucho a la salud y el día de la Lotería de Navidad de 2015 decidí que me iba, que dejaba la empresa. La gente se creía que era una locura mía y que volvería. Pero nunca más volví a aparecer”.

“El bitcoin me había hecho perder mi trabajo, mi dinero, y casi pierdo mi vida y a mi familia”

Sin gráficas para minar y sin dinero, Antonio pensó que podría convertirse en Antuam a tiempo completo. “Me acerqué a Miquel Pavón de nuevo, pero me dijo que no me podía ayudar, que no me podía dar trabajo porque ya no tenía tanto margen. Eso me desencadenó una depresión enorme. Durante un tiempo no quería saber nada de criptomonedas. El bitcoin me había hecho perder mi trabajo, mi dinero, y casi pierdo mi vida y a mi familia. Mi mujer ya te digo que odia los bitcoins”.

Antonio encontró pronto trabajo en una compañía familiar, MCR Infoelectric, una empresa de mayoristas de informática que había ayudado a montar 16 años antes. Su nuevo trabajo consistía en montar ordenadores y tratar con los clientes. Con los meses, ha acabado implicado en varios proyectos. “La verdad es que no estoy del todo desconectado del bitcoin, pero ya no voy a dedicarme a ello hasta que no sepa que puedo montar algo con solvencia económica al 100%”.

“Voy y vengo en transporte público porque no puedo permitirme un coche”

Imagen de Antonio Andrés Henche

“Además, es que no me queda nada por invertir. Sí que quedo a tomar algo con gente que me insiste en que le explique los pros y contras de todo esto”. Su última inversión en el mundo de las criptomonedas la hizo el año pasado, cuando pagó un máster de 3.000 euros en el ICEMD. “No aprendí mucho porque ya conozco el tema y a varios de los profesores, pero quería una certificación oficial para que haya constancia de lo que he aprendido por si hubiese alguna opción en el futuro”.

Las criptomonedas también le han generado algún quebradero de cabeza en su nuevo trabajo. Cuando llegó, se plantearon ofertar gráficas para minado. Pronto los fabricantes empezaron a quejarse por la altísima tasa de devoluciones. “Lo que ocurre es que cuando las tarjetas las usas para minar se acaban rompiendo rápido por la temperatura y los fabricantes han decidido sacarlas de garantía”.

El teléfono vibra sobre la mesa y vuelve a llamar la atención de Antonio. “Cada vez me llaman menos, pero hay gente que sabe dónde trabajo y quiere que le consiga gráficas. Antes me ofrecían todo el rato dinero para que se lo invirtiera en criptomonedas, pero yo no he querido aceptarlo ni entrar en eso porque hay muchos riesgos. Lo que hago es explicarles cómo funciona esto y ya está. Nunca sugiero entrar en el minado sin tener conocimientos previos”.

“La verdad es que no estoy del todo desconectado del bitcoin, pero ya no voy a dedicarme a ello”

Después de tantos años y tantos esfuerzos, Antonio solo tiene una participación en la empresa de Miquel Pavón, acciones que no sabe si tienen algún valor. “No tengo ninguna relación personal con él y si dichas acciones acaban teniendo valor, tocará pagar a Hacienda”. Le ha prometido a su mujer que no va a volver a dedicar dinero de su salario a las criptomonedas y que todo lo que consigan ahorrar lo dedicará a unas vacaciones para toda la familia.

“Con el sueldo que tengo ahora no me puedo permitir nada y me he comprometido a trabajar de nueve a seis y media de la tarde y el resto del tiempo pasarlo en casa. Voy y vengo en transporte público porque no puedo permitirme un coche”. Su único vicio, dice, es coleccionar objetos de minado obsoletos. “Antes tenía una colección de monedas antiguas, pero las vendí para comprar bitcoins. Ahora colecciono mineros obsoletos que compro por eBay o criptomonedas físicas como 'casascius'. Por cierto, un tipo me vendió por eBay una de estas y también me estafó… Me las vaciaron a los 60 días de tenerlas. Ahí perdí otro bitcoin. La verdad es que el dinero gratis no existe y ahí fuera hay un montón de gente aviesa”.