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Cuatro presidentes para el recuerdo: el 'barman', el duro, el maestro y el académico
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Cuatro presidentes para el recuerdo: el 'barman', el duro, el maestro y el académico

Durante su trayectoria, el banco central de EEUU ha conocido 14 presidentes. Pero han sido sobre todo cuatro los que han quedado grabados para siempre

Foto: Ilustración: Pablo López
Ilustración: Pablo López

En su centenaria historia, la Reserva Federal (Fed) ha contado con 14 presidentes. No todos han dejado el mismo recuerdo o han tenido el mismo nivel de influencia. Es más, en un comienzo, ser el presidente del banco central no era lo más apetitoso y los banqueros centrales preferían estar al mando de alguno de los 12 bancos de distrito que componen el Sistema de la Reserva Federal.

Esa realidad ha cambiado por completo en las últimas décadas, hasta el punto de convertir al presidente de la Fed en la persona más influyente en materia económica y financiera de todo el mundo. Ninguna otra voz puede rivalizar con la del máximo mandatario de la entidad norteamericana. A partir de febrero, y por primera vez, esa voz será femenina. Janet Yellen se convertirá en la primera presidenta de la Fed. En su mandato tendrá muy en cuenta, sin duda alguna, la herencia que han dejado su predecesores. Principalmente, cuatro de ellos, cuya huella ha quedado grabada para siempre.

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William McChesney Martin Jr.: el barman. Ha sido el presidente más longevo en la historia de la Fed. Ocupó el cargo entre abril de 1951 y enero de 1970. Si este hecho ya le convierte en un presidente especial, hay otro aspecto que explica por qué su figura se ha ganado un hueco importante en la historia de la entidad y del conjunto de los bancos centrales. McChesney Martin Jr. fue el autor de la que, posiblemente, es la mejor definición que se ha formulado sobre el trabajo de los señores del dinero. En concreto, sostuvo que "los banqueros centrales son los encargados de retirar el bol de ponche en lo mejor de la fiesta".

Subrayaba así su trabajo de aguafiestas, de ser los responsables de dotar de estabilidad a la economía y las finanzas, aunque esa función implique decisiones, como las subidas de los tipos de interés, que conduzcan a un menor crecimiento y más paro. Reconocía al mismo tiempo que su trabajo nunca sería popular. ¿Cómo va a caer simpático aquel que se lleva el ponche (adopta medidas que reducen el dinero en circulación) en lo mejor de la fiesta (cuando los bancos, las empresas y los hogares tienen mucho dinero a su disposición para seguir pasándolo bien)?

Pero su mandato no sólo se caracterizó por esa definición. Bajo su batuta, la Fed forjó a partir de 1951 su independencia con respecto al Tesoro norteamericano a la hora de manejar la política monetaria en Estados Unidos. Desde entonces, esa independencia se ha considerado como un activo fundamental del banco central, aunque siempre ha estado en cuestión por los lazos que le unen a la Administación central.

Paul Volcker: el duro. Ha encarnado el papel de aguafiestas como ningún otro presidente de la Fed. En el cargo desde agosto 1979, lo tocó lidiar con las consecuencias de la segunda crisis del petróleo. Sobre todo, con un cóctel derivado de ella que, en sí mismo, representaba una anomalía económica: consistía en la mezcla de estancamiento e inflación, un mix que fue bautizado como estanflación.

Es decir, Volcker se enfrentaba a dos males al mismo tiempo. ¿Cómo trató esta enfermedad? Tratándola por separado. ¿Contra cuál de los dos gérmenes lucho primero? Contra la inflación. Dio prioridad a su eliminación y para ello aplicó una dosis extraordinaria de endurecimiento de las condiciones monetarias. Para marzo de 1980 ya había elevado los tipos del 10,6 al 20% y luego, entre finales de 1980 y mediados de 1981, aún tuvo tiempo para volver a situar el precio del dinero en el 20% en otros tres periodos. Los resultados no se hicieron esperar. Con menos dinero en circulación y menos crédito en el sistema, la inflación se frenó del 14,8 al entorno del 4% a finales de 1982, para luego moverse en torno al 2 y el 4%.

Matado el bicho de los precios, se ocupó de reactivar el crecimiento... Y falta hacía, porque esa dosis de quimio monetaria provocó que la economía se contrajera a tasas superiores al 5% y que el paro se disparara al 10,8% en 1982. Con la inflación bajo control, giró los tipos en la dirección contraria. En 1986 los intereses ya estaban por debajo del 6%. A mediados de los 80, la economía volvía a crecer a ritmos comprendidos entre el 3 y el 5% y el paro volvió al 6%.

Esa determinación inicial, la responsabilidad de asumir que lo que correspondía era subir los tipos para contener la inflación aun a costa de hundir la economía, porque eso es lo que permitiría remontar la situación a medio plazo, ha propiciado que la figura de Volcker haya quedado grabada para la historia como la de un banquero central genuino. Alguien capaz de estar por encima de elogios o famas. Un banquero central con un elevado sentido del deber. Sus dos metros de altura, sus trajes oscuros y su habitual puro en la boca contribuyeron a configurar su perfil pétreo y firme. Así lo fue hasta que dejó el cargo en agosto 1987. Y aún lo es hoy, puesto que en los últimos años ha sido él, con la Regla Volcker, uno de los principales instigadores de una nueva regulación que embride al sector financiero estadounidense.

Alan Greenspan: el maestro. Bob Woodward, uno de los periodistas más prestigiosos del mundo por su trabajo para destapar el Watergate, escribió un libro sobre Alan Greenspan en el que le definió como El Maestro. Tal era la impronta y la aureola que rodeaba a la segunda persona que más tiempo ha pasado al frente de la Fed, puesto que la presidió entre agosto de 1987 y enero de 2006. Cuando dejó el cargo, todo eran elogios. Y popularidad, porque lejos de los estereotipos que habían acompañado siempre a los banqueros centrales, Greenspan se convirtió sin duda en una celebridad pública, en el banquero central más popular y famoso de la historia.

Si embargo, su aureola no tardó en apagarse. Las sombras taparon las luces conforme la crisis financiera comenzó a asomar su figura a finales de 2006 y comienzos de 2007. Fue a partir de entonces cuando empezaron a emerger las consecuencias de los años de Greenspan y cuando afloraron las críticas derivadas de sus creencias y sus actas. Unos debates que encontraron un caldo de cultivo idóneo en Greenspan porque, por un lado, era seguidor del objetivismo de Ayn Rand, de la libertad individual y la desregulación, pero por otro presidía una institución como la Fed, tan vinculada a los centros de poder políticos y financieros y con capacidad para tomar decisiones que modifican y determinan los incentivos de los agentes económicos.

Desde su reacción al crash de 1987, Greenspan acostumbró a los mercados que el séptimo de caballería -la Fed- acudiría al rescate, suministrando la liquidez suficiente para evitar colapsos y pánicos bancarios. Así fue como surgió la Greenspan put, es decir, la sensación de que el banquero central estadounidense siempre estaría ahí para ayudar llegado el caso. De este modo, y pese a sus principios morales, sembró y abonó la semilla del azar moral. Convencido además de que la autorregulación y la responsabilidad individual impedirían a los agentes económicos y financieros cometer excesos, no calculó los efectos que la desregulación financiera, la legislación inmobiliaria y unos tipos de interés bajos pueden provocar, cuando coinciden, como ocurrió entre finales de los años 90 y 2006, en el conjunto de la economía. Por todo ello y por la fama de mago que adquirió durante su presidencia, ahora se le considera uno de los grandes culpables de la crisis.

Pero aunque el maestro reciba ahora un suspenso,la era Greenspan dio para mucho más. También adoptó medidas históricas que cambiaron completamente la forma de comunicar de la Fed y dotaron de transparencia a la entidad. Esta intención se plasmó en cambios sustanciales, como los comunicados oficiales posteriores a las reuniones de política monetaria, en los que difunden sus decisiones y su visión sobre la economía, que empezaron a emitirse en 1994, o las actas con los contenidos de cada reunión, que se anuncian tres semanas después de cada cita desde diciembre de 2004.

Ben Bernanke: el académico. A priori, su mayor reto iba a ser el de soportar la alargada sombra de su predecesor. Pero en 2007, poco más de un año después de su llegada al cargo, emergió el que iba a ser un auténtico desafío: lidiar con la mayor crisis económica y financiera desde la Gran Depresión. Y se puede pensar que estaba predestinado para ello, porque dedicó buena parte de su investigación académica a analizar y conocer en profundidad el tremendo descalabro económico que sucedió al crac de 1929. Plasmó ese trabajo en una obra titulada Ensayos sobre la Gran Depression (Essays on the Great Depression).

Consciente dela responsabilidad de la Fed en el agravamiento de los efectos posteriores al crac del 29 y de que, al mismo tiempo, Japón llevaba casi dos décadas pagando la impericia de su banco central, Bernanke entendió desde el primer momento que no había tiempo que perder. Y la Fed se volcó en disparar la mayor munición monetaria de todos los tiempos. En 2007 abrió un ciclo de rebajas de los tipos de interés que finalizó en diciembre de 2008, cuando los situó en el límite del 0-0,25%. Es decir, dinero gratis, algo nunca visto en EEUU. Y como hacía falta más -tal como él mismo había descrito en un discurso pronunciado en 2002-, desde 2008 ha puesto -y sigue poniendo-en marcha unos programas de estímulos cuantitativos -QE1,QE2 y QE3- con los que ha disparado el balance de la Fed por encima de los 4 billones de dólares por primera vez en 100 años.

Si estas decisiones ya hubieran bastado para tallar su imagen en la historia de la Fed, otros episodios de la crisis refuerzan todavía más esa impresión. Serán otros investigadores de las crisis, como él lo fue de la Gran Depresión, los que estudiarán el papel que desempeñó en el fin de semana de septiembre de 2008 que se saldó con la quiebra de Lehman Brothers. Su reacción posterior, con esa batería de medidas monetarias, le generó el elogio de unos y las críticas de otros. La revista Time se sumó al primer bando, porque en 2009 la nombró Persona del Año.

Pero ha dicho basta. Semejante desgaste provocó que en marzo de este año dejara entrever que su tiempo en la Fed se acababa. Y se acabará el próximo 31 de enero, fecha en la que pondrá fin a sus ocho años al frente de la Fed. Aunque oficialmente su mandato en la entidad terminará en ese momento, realmente no será así. Como le ocurrió a Greenspan, todavía es demasiado pronto para emitir un veredicto. Falta perspectiva para dictar sentencia. Y en el caso de los banqueros centrales no suele haber hueco para los términos medios. Ángel o demonio. El tiempo dirá.

En su centenaria historia, la Reserva Federal (Fed) ha contado con 14 presidentes. No todos han dejado el mismo recuerdo o han tenido el mismo nivel de influencia. Es más, en un comienzo, ser el presidente del banco central no era lo más apetitoso y los banqueros centrales preferían estar al mando de alguno de los 12 bancos de distrito que componen el Sistema de la Reserva Federal.

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