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'Monetary Story': la banca central se aferra a los tipos al 0% hasta el infinito y más allá
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medidas históricas de los 'señores del dinero'

'Monetary Story': la banca central se aferra a los tipos al 0% hasta el infinito y más allá

Como el vaquero Woody y el astronauta Buzz Lightyear, las aventuras monetarias de Bernanke y Draghi también son míticas. Y muy arriesgadas

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Las aventuras del vaquero Woody y el astronauta Buzz Lightyear resultan míticas. La trilogía de Toy Story, de la que son protagonistas, ha quedado grabada para siempre en la historia del cine. Tampoco se olvidará nunca lo que los banqueros centrales están haciendo durante esta crisis. También están viviendo unas aventuras únicas, sin precedentes, que les están conduciendo a territorios monetarios inexplorados, con dos actores principales al frente: Ben Woody Bernanke, el presidente de la Reserva Federal (Fed) estadounidense y el gatillo más rápido del Oeste monetario porque fue el primero en disparar y el que más veces lo ha hecho durante la crisis, y Mario Buzz Lightyear Draghi, el astronauta que pilota la nave del Banco Central Europeo (BCE) por terrenos donde nunca antes había estado. Ambos, como los protagonistas de Toy Story, se han comprometido a mantener una política monetaria históricamente expansiva, caracterizada por unos tipos de interés al 0% -o muy cerca- hasta el infinito y más allá.

Sus últimos movimientos así lo confirman. La Fed norteamericana, que antes del verano estaba convencida de que podría empezar a retirar en septiembre sus estímulos más extraordinarios, los correspondientes a su tercera ronda de compras de deuda (QE3), ha ido retrasando esta medida, cuya ejecución podría retrasarse hasta 2014. En el caso del Banco Central Europeo (BCE), esta semana ha sorprendido con una rebaja de los tipos de interés, para situarlos en el mínimo histórico del 0,25%, en una maniobra inesperada.

Son los dos últimos ejemplos, y los más destacados, de cómo los señores del dinero siguen prolongando su compromiso con la mayor aventura monetaria de todos los tiempos. La Fed, que está a punto de cumplir 100 años, mantiene los tipos de interés entre el 0 y el 0,25% desde 2008 y su intención pasa por no subirlos hasta, al menos, 2015. Además, con sus tres programas de compras de deuda (QE1, QE2 y QE3) ha inyectado en la economía más de 3 billones de dólares. El BCE, no contento con abaratar el precio del dinero al 0,25%, aseguró que todavía puede reducirlo más -al 0%- y que, en todo caso, continuará en el nivel actual "un extenso periodo". Al mismo tiempo, anticipó que maneja otras variantes monetarias para poner más dinero en circulación.

La lista continúa. El Banco de Inglaterra mantiene los intereses en el 0,5% desde 2009 y no los moverá de ahí hasta que el paro se reduzca al 7%, algo que puede que no ocurra hasta 2015 o incluso 2016. Y qué decir de Japón, con los tipos prácticamente en el 0% desde hace más de una década y en pleno proceso de impresión de dinero con el fin de duplicar su oferta monetaria hasta finales de 2014. Otro país de referencia en asuntos financieros, Suiza, también tiene los tipos al 0%, además de que mantiene intervenido el cambio de su divisa, el franco suizo. Al lado de estos casos, Canadá o Suecia, con los intereses al 1%, parecen unos extraterrestres monetarios.

Mala cosa: la excepción como norma

Es decir, de media, la mayor parte del mundo desarrollado tiene sus tipos de interés en mínimos históricos, próximos al 0%, y en no pocos casos llevan varios años en esa situación, reforzada por billonarias inyecciones de dinero. En su momento, cuando los banqueros centrales comenzaron a activar esta batería de medidas anticrisis, matizaron que lo hacían con carácter temporal. Conscientes de que se adentraban en lo desconocido, se amparaban en que eran iniciativas excepcionales con una caducidad cercana. Pero esa situación excepcional, a fuerza de mantenerse -y reforzarse-, se ha convertido en la norma.

Esta normalización de lo extraordinario constituye el síntoma más evidente tanto de la gravedad de la crisis como de la dificultad para superarla. Porque la prolongación de las medidas de asistencia monetaria, lejos de constituir una buena noticia, constata que las economías, aunque envían señales de mejoría, no terminan de curarse de los problemas. Es más, incluso siguen aflorando males nuevos, como el riesgo de deflación -caída generalizada y continuada de los precios- en la Eurozona o las tensiones fiscales periódicas en Estados Unidos, que amenazan con complicar más la salida de la crisis.

Y esta tardanza a la hora de remontar la situación es la que renueva, a su vez, el compromiso de los banqueros centrales con los tipos al 0% hasta el infinito y más allá. No endurecerán las condiciones monetarias hasta que no las tengan todas consigo. "El crecimiento global se está recuperando, pero ningún banco central piensa ni siquiera en subir los tipos de interés", asegura Trevor Greetham, director de asignación de activos de Fidelity. Y concreta: "La Fed es reacia a reducir sus compras de bonos, el BCE acaba de recortar tipos y sigue abierto a futuras acciones (incluso tipos de interés negativos), el Banco de Inglaterra ha prometido mantener los tipos bajos y se espera que el Banco de Japón siga imprimiendo dinero durante el próximo año o incluso más tiempo".

Fabricar inflación

La cuestión es: ¿qué persiguen con estas condiciones monetarias tan expansivas? Generar las condiciones financieras propicias para estimular la concesión de créditos y la circulación del dinero. Es decir, proveer de liquidez al sistema financiero para que lo canalice hacia la economía real e incentivar así que el dinero se mueva para que retornen la inversión y el consumo y, con ellos, el crecimiento económico y el empleo. Ya de paso, al poner más dinero en circulación, crear inflación -subida de los precios- para aligerar la carga de la deuda privada y pública contraída en el pasado. Todo ello, aderezado por una considerable dosis de represión financiera, con tipos de interés reales negativos -tipos oficiales inferiores a la inflación- como incentivo adicional para que el dinero fluya y los inversores asuman más riesgo en sus carteras.

El poder de construir (reactivar el crecimiento) de un banco central es menor que su poder de destruir (frenar el crecimiento)

Sencillo en la teoría. Al fin y al cabo, ¿cómo no van a ser capaces de reanimar la cosa si crean más dinero? Pues no. La práctica, la realidad, es mucho más complicada. Más que nada, porque el poder de construir -reactivar el crecimiento- de un banco central es menor que su poder de destruir -frenar el crecimiento-. Por mucho dinero que un banquero central imprima, no tiene garantizado el éxito porque son los agentes económicos -bancos, empresas y hogares- los que, en última instancia, decidirán qué hacer con él. ¿Y si los bancos no lo prestan? ¿Y si las empresas no lo dedican para invertir? ¿Y si los hogares no lo destinan al consumo? En esos supuestos, las medidas monetarias expansivas no conseguirán el fin que pretenden.

Y este riesgo, el de caer en una trampa de la liquidez -inyectar mucho dinero sin que circule-, es el que está presente ahora. Cuando eso ocurre, emerge otra amenaza: la mencionada deflación, que lleva inquietando varios años a Bernanke y que ahora acecha a la Eurozona, hasta el punto de que ha obligado a Draghi a reducir los tipos con premura al poco de conocer que los precios subieron en octubre al menor ritmo desde 2009. De hecho, como son conscientes de que sus estímulos monetarios no llegan a la economía con facilidad y que fenómenos como la trampa de la liquidez y la deflación suponen un peligro real, los bancos centrales están enviando ración doble de estímulos para asegurarse de que, al menos, sí llegue algo. Y se muestran dispuestos a mantener o incrementar la medicina monetaria anticrisis tanto tiempo como sea necesario.

Hermandad... a ratos

Por si no fuera suficiente con la crisis y su magnitud, el mantenimiento de las políticas monetarias superexpansivas también está relacionado con el espionaje que se hacen los bancos centrales entre sí. Del mismo modo que Woody y Buzz Lightyear mantenían al principio un pulso en Toy Story, los banqueros centrales, aunque constituyen una especie de hermandad, también recelan unos de otros. Nadie quiere ser el primero en retirar los estímulos... porque el más madrugador verá fortalecida su divisa, un efecto que, por ahora y hasta que la recuperación se afiance y la deflación deje de asustar, nadie desea.

Aunque de forma más soterrada y silenciosa, la 'guerra de las divisas' sigue formando parte del universo cambiario y monetario

De hecho, y aunque Draghi desmintió el jueves que el descenso de los tipos estuviese vinculado con el objetivo de depreciar el euro, los expertos tienen claro que sí fue un motivo determinante. "En septiembre la Fed no redujo los estímulos, una decisión que sorprendió y que complicó el trabajo del BCE al ver cómo el euro se apreció de los 1,32 a los 1,38 dólares", describe Tanguy Le Saout, director de renta fija europea de Pioneer Investments. Como respuesta a esa complicación, una rebaja de los tipos tras las que el euro se ha debilitado -también influido por los buenos datos de empleo en EEUU- hasta los 1,336 dólares.

Por tanto, la denominada guerra de las divisas, consistente en las distintas artimañas que efectúan los países para depreciar sus respectivas monedas, sigue vigente. De forma más soterrada y menos visible que en los últimos años, pero continúa formando parte del universo monetario y cambiario. Y su prolongación constituye otra influencia adicional para no querer subir los tipos.

Cómo volver de más allá del infinito

Sin embargo, toda aventura implica sus riesgos. Y la de los banqueros centrales no supone ninguna excepción. ¿Los ignoran? ¿Los están pasando por alto? En absoluto, pero entienden que, en las extremas condiciones de la crisis, no tienen otra opción. Uno de ellos es el peligro de que la abundante liquidez que están inyectando se centre en reductos concretos de los mercados financieros y genere burbujas en el precio de algunos activos.

Sin necesidad de inflar nuevas burbujas, subyace otra amenaza más silenciosa, pero de mucho mayor alcance y significado. Consiste, precisamente, en acostumbrar a las economías a convivir con bajos tipos de interés y condiciones monetarias muy expansivas, con la consiguiente tentación de que olviden que no siempre será así. Por eso, cuando llegue el momento de retirar los estímulos y subir los intereses, el riesgo de recaída o de que los agentes económicos no estén preparados para soportar esos virajes será mayor. Volver del infinito y más allá no será sencillo para los banqueros centrales. Por desgracia, la crisis es real. No ciencia ficción.

Las aventuras del vaquero Woody y el astronauta Buzz Lightyear resultan míticas. La trilogía de Toy Story, de la que son protagonistas, ha quedado grabada para siempre en la historia del cine. Tampoco se olvidará nunca lo que los banqueros centrales están haciendo durante esta crisis. También están viviendo unas aventuras únicas, sin precedentes, que les están conduciendo a territorios monetarios inexplorados, con dos actores principales al frente: Ben Woody Bernanke, el presidente de la Reserva Federal (Fed) estadounidense y el gatillo más rápido del Oeste monetario porque fue el primero en disparar y el que más veces lo ha hecho durante la crisis, y Mario Buzz Lightyear Draghi, el astronauta que pilota la nave del Banco Central Europeo (BCE) por terrenos donde nunca antes había estado. Ambos, como los protagonistas de Toy Story, se han comprometido a mantener una política monetaria históricamente expansiva, caracterizada por unos tipos de interés al 0% -o muy cerca- hasta el infinito y más allá.

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