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Fuego y cenizas: la destrucción de los bosques
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Fuego y cenizas: la destrucción de los bosques

Tras la extinción no queda nada: silencio en el aire, oscuridad de cenizas en el suelo, vidas arrasadas y millones de toneladas de dióxido de carbono liberadas a la atmósfera

Foto: Las llamas borran paisajes y vidas en la naturaleza (EFE Brais Lorenzo)
Las llamas borran paisajes y vidas en la naturaleza (EFE Brais Lorenzo)

En un incendio forestal se escuchan los gritos de los árboles. Simbólicamente, claro. La resina inflamada, los gases incandescentes escapan y la madera cruje, silba en alaridos de dolor. El grito de un árbol, a veces audible por encima del rugido del fuego, es la mejor metáfora de lo que sucede en el bosque cuando las llamas se hacen con él.

Quien no haya vivido desde dentro un incendio no podrá ni imaginar la inmensidad del fuego, el calor, el aire irrespirable, el estruendo sordo de los vientos desatados, los crujidos de los árboles, la confusión de voces y ruidos. Por los bosques en llamas corre el miedo.

Ha empezado muy mal el verano. Las olas de calor, la sequía persistente, los vientos desatados han provocado ya los primeros grandes incendios. Nos acostumbramos a la crisis del fuego, a la aparición de los incendios de quinta generación, en la peculiar escala del infierno de los técnicos forestales, al abrasamiento de millones de animales.

Se discute, con mejores o peores razones, sobre las causas del fuego. La suciedad de los montes - ¿el sotobosque es suciedad?-, el abandono del campo, la propagación de urbanizaciones, que, una vez declarado el incendio, tienen la prioridad en el uso de los medios de extinción, y una larga serie de otros motivos.

En un incendio forestal, con el fuego, el ciclo del calentamiento global se cierra sobre sí mismo

Pero, como sucedía con el anillo aquel, hay una causa que las controla a todas, que las gobierna a todas: el calentamiento global y sus consecuencias en forma de veranos climatológicos más largos, hasta tres semanas en las tres últimas décadas. En consecuencia, las sequías son más largas, las olas de calor golpean con más fuerza, los bosques soportan unos niveles de sequedad y estrés hídrico para los que no están aclimatados. Y los incendios, que siempre han estado, se disparan.

placeholder El autor durante la grabación del sonido del incendio (Carlos de Hita)
El autor durante la grabación del sonido del incendio (Carlos de Hita)

Solo una cosa es cierta: tras la extinción no queda nada: silencio en el aire y oscuridad de cenizas en el suelo. Decenas de vidas humanas perdidas, miles de hectáreas de superficies arrasadas, millones de toneladas de dióxido de carbono liberadas a la atmósfera. Con el fuego, el ciclo del calentamiento global se cierra sobre sí mismo.

En un incendio forestal se escuchan los gritos de los árboles. Simbólicamente, claro. La resina inflamada, los gases incandescentes escapan y la madera cruje, silba en alaridos de dolor. El grito de un árbol, a veces audible por encima del rugido del fuego, es la mejor metáfora de lo que sucede en el bosque cuando las llamas se hacen con él.

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