Puma: el gran felino de las montañas americanas
Un viaje repleto de emociones al impresionante Parque Nacional Torres del Paine, en Chile, para ver a una de las panteras más espectaculares del planeta
Me despierto con las primeras luces y saco la cabeza de la tienda de campaña. Hace fresco. El viento se ha pasado toda la noche golpeando la tela de la carpa. El aire viene frío, directamente de los glaciares. La nieve resplandece en las cumbres de las montañas.
He venido al sur de la Patagonia en busca de pumas, uno de los felinos en los que he trabajado en los últimos años para la película "Panteras". El puma ('Puma concolor') es el cuarto felino más grande después del león, el tigre y el jaguar. Junto al leopardo, es el felino con mayor distribución del planeta. Vive desde Canadá, en el norte del continente americano, hasta la misma punta sur de Patagonia, muy cerca del estrecho de Magallanes. El puma es el gran felino de las montañas americanas; aunque vive en distintos lugares, pero en la montaña es donde está mejor adaptado. Además, habita en distintos tipos de bosque, selvas húmedas, zonas semidesérticas, humedales, estepas y praderas.
Estoy visitando la zona chilena del Parque Nacional Torres del Paine y también otras áreas más allá de la frontera, ya en territorio argentino. El Parque Nacional Torres del Paine es un lugar repleto de lagos, bosques y montañas con formas impresionantes. Por ejemplo, destacan las "torres", también llamadas "cuernos", del Paine. Por aquí, hay cumbres con más de tres mil metros de altura, que rodean lagos de origen glaciar de todos los tamaños. Suelen tener el agua de color turquesa o de un azul muy intenso. Estas cumbres también acogen antiguos glaciares, algunos llegan hasta los lagos y otros, cuelgan de las laderas de las montañas. En esta zona de los Andes, está el Campo de Hielo Patagónico, que, fuera de los polos, es una de las zonas del planeta con más hielo.
Ya en la entrada del parque observo ñandúes de Darwin, caiquenes, mofetas, zorros grises y colorados. Por el cielo vuelan los caracaras (aquí llamados caranchos), los cóndores y las águilas moras. Y, a ras de suelo, también están los guanacos, de los que ya hablamos en Planeta A. Estos camélidos salvajes, habituales en las áreas montañosas y esteparias de América del Sur, son las presas principales del puma en estas tierras. No tienen joroba ni se parecen demasiado a un camello, pero son de la misma familia. Los guanacos viven en grupos emparentados, compuestos por un macho y varias hembras con sus crías, llamadas chulengos. En esta época, los chulengos ya tienen un par de meses, y estos animales más pequeños y débiles son los primeros que intentan cazar los pumas.
Uno de los primeros pumas que observo en este viaje es un macho que se dirige a la orilla después de intentar, sin éxito, cazar algún chulengo. Me he puesto en un punto alto por donde intuyo qué es lo que puede pasar. Y así es, aunque lo cierto es que acaba pasando mucho más cerca de lo que pensaba. Veo como el puma se dirige directamente hacia mí. El momento y el lugar perfectos. El puma camina lentamente entre la vegetación arbustiva de la estepa patagónica. Cuando me ve, cambia ligeramente su ruta y, después de hacer un desvío de 200 o 300 metros, se dirige hacia la playa en busca de un lugar de refugio para pasar el día.
Un par de semanas más tarde encuentro a dos jóvenes pumas jugando entre los trombolitos de esa misma playa, junto al lago. Parece que sus orillas están rodeadas de rocas, pero no son rocas. Se llaman trombolitos y están formadas por microorganismos del lago. Su origen es similar al del coral, pero en este caso son unas cianobacterias las que producen el calcio. Estas formaciones tienen muchos huecos que los pumas aprovechan para esconderse y protegerse del sol o del fuerte viento tan característico de esta parte del mundo.
La tarde va pasando y el sol está a punto de desaparecer. Los cachorros, ya crecidos, esperan a que la madre puma regrese de cazar. En pocas semanas, los dos pumas le acompañarán en sus salidas para aprender de ella a sobrevivir en solitario. Los jóvenes pumas corren uno detrás del otro, entre el terreno rocoso y escarpado, mientras se dan zarpazos y mordiscos. De fondo, uno de los incontables lagos de esta zona de la Patagonia.
El puma caza en solitario. Su estrategia varía entre el acecho y el rececho. Tiene unas patas muy fuertes, que utiliza para escalar y saltar, llegando a superar desniveles de cuatro metros de altura. En las carreras cortas, que sirven para atrapar a sus presas, el puma corre a más de setenta kilómetros por hora. Aparte de guanacos, aquí, en la Patagonia, el puma caza liebres, roedores, huemules y hasta ñandúes. En ocasiones, si lo tiene fácil o no tiene otro remedio, también ataca al ganado, sobre todo a las ovejas. Es precisamente eso lo que le causa desde hace siglos el enfrentamiento con el ser humano. Los principales peligros que tiene el puma tiene que ver con la destrucción de su hábitat y los conflictos con la ganadería.
Sale tímido el sol en un día de viento muy fuerte. Las rachas de viento que atraviesan la Patagonia vienen desde el Pacífico y llegan hasta los Andes. La velocidad aumenta con el relieve y el cambio de temperatura. Con las primeras luces veo a un puma caminar por una zona abierta. Por arte de magia, desaparece de mi vista en pocos segundos. Se ha esfumado. Quizás se haya metido en una cueva o se haya refugiado bajo unos arbustos. Son las nueve de la mañana y lo más probable es que el felino ya no se vuelva a mover hasta el atardecer. Empieza a subir la temperatura y, extrañamente en estas latitudes, no corre ni una pizca de viento. A los pumas no les gusta el calor. Toca esperar. Se hace de noche y no lo vuelvo a ver. Más de doce horas sin moverme del mismo lugar.
El último encuentro con un puma durante este viaje es mucho más satisfactorio. Por la tarde de temperatura agradable y sin viento, por el paisaje y por la actitud relajada del puma. Veo al felino después de que un caracara norteño pase volando sobre mi cabeza. El telón de fondo no puede ser más bello: un glaciar colgante fluye como una cascada bajo picos escarpados. El puma camina muy lentamente. Se detiene, me mira a los ojos y marcha hacia el horizonte formado por el relieve montañoso. La luz decide también colaborar y me ofrece mi color favorito, el azul. La tarde ya quiere convertirse en noche y esos tonos azulados se reflejan en la nieve y en la montaña. Media hora después estará todo oscuro.
Me despierto con las primeras luces y saco la cabeza de la tienda de campaña. Hace fresco. El viento se ha pasado toda la noche golpeando la tela de la carpa. El aire viene frío, directamente de los glaciares. La nieve resplandece en las cumbres de las montañas.