Campos agostados: los sonidos resecos de la canícula
A la espera de que septiembre traiga consigo las lluvias que refresquen y reverdezcan el campo, el crujir de hojas y rastrojos se convierte en el sonido dominante
Calor y sequedad en todas partes. En las hierbas del suelo, que crujen y crepitan bajo el soplo de un viento tórrido. En las copas de los árboles de hoja caduca, álamos y fresnos, con un verde que hace semanas que dejo de ser fresco y empiezan a virar hacia tonos marrones. En el polvo acumulado durante semanas sin lluvia en enebros y sabinas. Y calor y sequedad también en el paisaje sonoro, formado por las estridencias de los saltamontes y grillos, por la sierra continua de las cigarras, por los zumbidos de los dípteros.
Parece que hasta las voces de los pocos pájaros que se animan a decir algo están alteradas por el sofoco ambiental: rechinan los trigueros desde las matas, en las paredes arrastran sus chillidos los gorriones chillones y parlotean las grajillas. Y hasta las cogujadas comunes, de canto líquido, reducen sus expresiones a unas pocas notas entrecortadas.
Todo el campo pide a gritos y con voz reseca el final de la canícula, la llegada de alguna tormenta que refresque el aire y remoje un poco el suelo.
Calor y sequedad en todas partes. En las hierbas del suelo, que crujen y crepitan bajo el soplo de un viento tórrido. En las copas de los árboles de hoja caduca, álamos y fresnos, con un verde que hace semanas que dejo de ser fresco y empiezan a virar hacia tonos marrones. En el polvo acumulado durante semanas sin lluvia en enebros y sabinas. Y calor y sequedad también en el paisaje sonoro, formado por las estridencias de los saltamontes y grillos, por la sierra continua de las cigarras, por los zumbidos de los dípteros.