Las horas del cuco: las últimas del día, las primeras de la noche
Esta especie estival tiene uno de los cantos más reconocibles de toda la avifauna ibérica. Muy ubicua, habita todo tipo de bosques y arboledas, independientemente de su densidad
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Un cuco dice su nombre en una dehesa mientras marca el paso de las horas. Otros dos responden a lo lejos. En un minuto, la secuencia sonora resume el tiempo que va desde media tarde, con el campo caliente y lleno de voces resecas, hasta ya entrada la noche, cuando las formas de los árboles se confunden con sus sombras. La voz del cuco, la última de las del día, primera de las de la noche, es la única que no calla. Mantiene su cadencia mientras a su alrededor llaman las abubillas con su código morse de notas triples espaciadas con silencios, rechinan los trigueros y, desde el cielo, caen las sílabas líquidas de los abejarucos.
Con la luz sin detalles del crepúsculo maúllan los mochuelos, cada uno en su tronco. Tamborilea un pico picapinos que, como el cuco, arrastra la hora. De la charca emerge el clamor ronco de los anfibios, sapos corredores y algunas ranas comunes. Y todo el fondo sonoro aparece ocupado por las estridencias de los grillos. Cae la noche. Silba un alcaraván y zumban los escarabajos sanjuaneros, que anticipan la proximidad de la noche más corta del año. El chotacabras cuellirrojo lanza su doble nota rítmica. Con la humedad de la hora el sonido brilla, se propaga mejor, y la voz lejana del cuco se confunde entonces con su eco.
Un cuco dice su nombre en una dehesa mientras marca el paso de las horas. Otros dos responden a lo lejos. En un minuto, la secuencia sonora resume el tiempo que va desde media tarde, con el campo caliente y lleno de voces resecas, hasta ya entrada la noche, cuando las formas de los árboles se confunden con sus sombras. La voz del cuco, la última de las del día, primera de las de la noche, es la única que no calla. Mantiene su cadencia mientras a su alrededor llaman las abubillas con su código morse de notas triples espaciadas con silencios, rechinan los trigueros y, desde el cielo, caen las sílabas líquidas de los abejarucos.